Hasta octubre de este año en el Museo de Arte Moderno de la capital Argentina se exponen los orígenes esenciales del arte contemporáneo latinoamericano.

Por Consuelo Arévalo

Después de meses en reforma, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) volvió a tomar su lugar.

Volvió con un edificio más amplio y una exposición tan exuberante que desparrama a lo ancho y largo del espacio el diálogo entre los principales hitos del arte experimental latinoamericano del siglo XX y obras contemporáneas producidas en la posguerra europea, que actualmente pertenecen a la colección del Museo de Arte Moderno de Frankfurt.

En este nuevo espacio inmenso, las obras clave que habilitan el arte latino contemporáneo (1944 – 1989) y producciones canónicas del arte de posguerra en Europa y Estados Unidos (1955 – 1986) se ponen de frente hasta octubre de este año.

Tan grande es esta muestra que el folleto es en realidad un mapa: para recorrer el renovado museo y para tratar de organizar un poco la avalancha de arte crudo.

Son 500 obras de colecciones particulares y museos alrededor del mundo y 100 artistas de esos sobre los que veníamos escuchando algunas historias. Como esa vez que Lygia Clark dijo “qué pasa si nos tocamos a través de un plástico” o cuando Ulises Carrión pensó “qué le pasa al texto si por encima remarco todos sus enlaces”.

O nombres cuyas historias no escuchamos, pero que podemos reconocer rápidamente al ver los mensajes anticapitalistas en las botellas de Coca Cola de Cildo Meireles o las coreografías de danza clásica interpretadas por hombres colgando de grúas, en la obra de Leopoldo Maler.

Rolling Stones, 8mm, rebeldía y parangolés: Brasil, México, Argentina, Chile y todos los demás, desprovistos de toda referencia -con Primer Mundo muy ocupado lidiando con sus propios monstruos-, abrazan la curiosidad e indagan en su propia identidad compleja y gritona. Pero fuerte y viva, dispuesta a todo y usando la exploración como único instrumento de autoconsciencia.

El cuerpo, la provocación política, el atrevimiento y la adrenalina de la libertad creativa. La liberación de decir, de probar, de mostrar y de empujar los límites sólo para ver qué pasa.

Y todo ese romanticismo del arte entregado a la curiosidad es adictivo en un mundo donde todo es pantalla y todo es snob. Ahí, frente a una película en loop dos mujeres, una en sus 80 y otra llegando a los 30, igualmente atrapadas frente al film H.O de Iván Cardoso (1979).

Y además de todo están las Brillo Box, algún Francis Bacon y los demás niños lindos de la avanzada contemporánea. Ante cualquier atractivo turístico de Buenos Aires, hasta octubre este es obligatorio.