Para mediados de 2019 Tinder tenía 5,2 millones de suscriptores, convirtiéndose en la red social de citas más popular del mundo. Y por diez años ha permitido que muchas personas encuentren el amor. Pero sin ir más lejos, el documental ‘The Tinder Swindler’, demostró que esta app es caldo de cultivo para estafas y -literalmente- cuentos hechos de fantasías. Aquí algunas historias locales de citas que salieron muy caras.
En una de las notas del celular de Karla (33) está la lista con cada una de las veces que su ex pololo, Ignacio, le pidió plata “prestada”. Excusas como que tenía que llevar a su hijo al médico, comprar algún regalo o renovar un computador para el negocio de su familia, era lo que le decía para, a modo de robo hormiga, obtener los más de 3 millones de pesos que jamás le devolvió y que hoy la tienen en DICOM y sin entrar a Tinder hace más de siete años.
Karla era una experta en esta red social, llevaba años usándola solo para encuentros casuales, nada de compromiso, había estado un tiempo viviendo fuera del país y dice que los chilenos no son lo suyo, aparte estaba haciendo los trámites para volver a vivir a Alemania. Hasta que, en 2015, hizo match con Ignacio. Alto, guapo, simpático, 26 años al igual que ella, no dudó en hablarle.
Después de dos semanas conversando él le propuso tener una cita. Fue un encuentro casual, como era de costumbre, one night stand como dicen en el hemisferio norte. Sin embargo, pasados un par de días Ignacio insistió. Se agregaron a Facebook y hacía de todo por llamar la atención de ella. Concretaron una segunda y tercera cita y luego dejaron de hablar.
A los dos meses, él la llamó para decirle que estaba fuera de su trabajo. “Me dijo que sabía que yo no tenía intenciones de nada serio porque me iba a ir de Chile, pero me convenció de pasar este último tiempo juntos porque en verdad había buena onda. Fue jugado”, dice Karla.
Ahí comenzó el romance, pero también la estafa.
Karla, en ese entonces, trabajaba como promotora y tenía unos ahorros para solicitar su visa de Working Holiday, casi 3 millones de pesos, e Ignacio lo sabía. En una primera instancia,cuando llevaban cuatro meses de pololeo, le pidió $500.000 para unos gastos del restobar de su familia, al día siguiente se los regresó tal y como había prometido. Así con el tiempo se fueron sumando más préstamos, que devolvía un par de días después y con ello se fue construyendo un vínculo de confianza entre ambos.
“Sin saber lo que me esperaba empecé a anotar todo lo que me iba pidiendo, eran puras cosas chicas, pero hice una nota en mi celular ordenando todos los gastos y hasta el día de hoy la tengo. Cuando terminamos sumé todo y me dí cuenta de todo lo que me había sacado”.
$92.500 para el cumpleaños de su hijo, $200.000 para un notebook, $28.000 para zapatillas, $250.000 para un viaje a Perú, $50.0000 para el gimnasio y así suma y sigue. “No sólo eran gastos para su hijo, sino que también me decía que saliéramos a comer con su familia, que eran como doce personas, y al momento de pagar me pedía que pagara yo, con mi tarjeta, y él después me lo devolvía. Hasta mis propios regalos. Me decía cómprate lo que quieras, yo después te lo pago. Nunca pasó”.
Antes de viajar a Alemania el total de la nota sumaba un poco más de un millón y medio de pesos y tal como decidieron continuar con la relación a distancia, también siguieron los préstamos de dinero. “Estando allá nunca me quitó la comunicación, quería que yo siguiera enganchada para que le siguiera pasando lucas. Y qué rabia darme cuenta tarde de todo esto” (…) Después de tres meses me vine de vuelta a Chile porque me terminó convenciendo de volver. Yo ya me había quedado sin plata, no pude volver a Alemania y perdí mi visa, que era mi sueño”.
Una vez en Chile y sin la solvencia económica de antes, Karla notó que las cosas habían cambiado. “Se puso extraño cuando yo ya no tenía para gastar. Pasó una semana desde que llegué, me pateó y por whatsapp. Terminó conmigo porque ya no tenía nada más que sacarme. Desde ahí nunca más lo vi (…) Yo no quise contarle a nadie, me daba una vergüenza horrible. Mi propio pololo me había cagado con plata”.
Al tiempo después, Ignacio la desbloqueo de whatsapp y le habló. “Me empezó a contar que le habían pasado puras miserias, ‘que me robaron esto y esto otro’, y que si le podía prestar mi tarjeta para comprarse un notebook. Lo encontré increíble”. En ese momento Karla aprovechó la oportunidad para cobrarle, pero la respuesta que recibió la dejó marcando ocupado. “Me dijo que me podía pagar el computador que compró para el restobar, pero lo otro no porque habían sido regalos. Y me bloqueó”.
Después de un par de meses, Karla dejó de pagar el crédito y las deudas de las tarjetas, porque no tenía cómo hacerlo y no habían sido gastos de ella, sino que de su ex pareja. Ahí llegó DICOM. “El 2017 me tenía que operar, la cirugía costaba 2 millones y no podía acceder a créditos. No podía tener nada a mi nombre, tuve que pasar todo a nombre de mi mamá para que no me embargaran. Lloraba de impotencia, me decía a mi misma ‘¿cómo pude ser tan weona?’. Me cagó todo mi futuro financiero. Hasta el día de hoy no puedo tener una línea de crédito. Si me quiero independizar y comprar un departamento, tampoco”.
Desesperada, Karla buscó solucionarlo por el lado legal e iniciar un proceso de demanda, pero eso iba a significar gastar más dinero, en abogado, las notificaciones que se le hacen a la persona y podría no tener resultados positivos, así que desistió. “Lamentablemente pasarle plata a una persona y que no te la devuelvan no es un delito”.
“Yo creo que este gallo es estafador y lo sigue haciendo. Sabe hacerla. No creo ser la primera persona y no quiero que a nadie más le pase”. Desde esta experiencia Karla no volvió a ser la misma. “Nunca más presté plata, ni a mis amigas, ni a mis papás. Me costó volver a tener una relación y me olvidé de Tinder”.
Muerto en vida
Yolanda (31) es usuaria de Tinder desde el 2015, y como la gran mayoría volvía a descargar la app por temporadas. A mediados de 2021 lo hizo otra vez. Había terminado con su pareja hace poco y sin buscar nada en específico volvió a la dinámica de los likes y los matches.
Entre tanto swipe left llegó a una foto que le llamó la atención, Juan Andrés (34), a menos de un kilómetro de distancia de la casa en donde se estaba quedando en la ciudad de Temuco. Miró una imagen donde él salía haciendo sushi y otra de un perrito. “Qué tierno”, pensó.
Hicieron match y quedaron de juntarse al día siguiente. Fluyeron increíble, conversaciones eternas, buena onda, todo parecía ir viento en popa y tener un futuro más allá de un par de citas. Comenzaron a ‘andar’ de manera más formal, ella se quedaba en su casa, él le preparaba el almuerzo, la iba a dejar y a buscar al trabajo, como cualquier inicio de relación.
Tras dos meses un poco más estable, en septiembre de 2021, Yolanda volvía a Temuco después de pasar las fiestas patrias en la casa de sus padres en Osorno y, obviamente, quedaron en verse, él la pasaría a buscar a su trabajo. Desde ahí todo se fue volviendo cada vez más turbio.
“Me habló a medio día y era muy raro que me hablara a esa hora, me empezó a decir que necesitaba hacer una transferencia para comprar una combustión lenta a su papá y le faltaban $200.000”. Juan Andrés fue súper insistente, el celular de Yolanda de a poco se iba llenando de notificaciones pidiendo con urgencia el dinero y con la promesa de pagárselo ese mismo día cuando la fuera a buscar. “Me pilló volando bajo, porque yo estaba en la pega. Lo peor, es que tuvo el descaro de decirme: ‘no, si no te voy a estafar’”.
Una vez lista la transferencia, Juan Andrés no le habló durante el resto del día. Pasaron las horas y ya faltaba poco para que Yolanda saliera del trabajo y se juntaran. Juan Andrés la volvió a contactar sólo para excusarse reiteradas veces por no poder ir a buscarla.
“Ahí lo entendí todo (…) Tomé mis cosas y me devolví a la casa. No le conté a nadie porque me daba vergüenza. Me puse a llorar porque me sentía weona”.
Cada vez que lo contactaba para pedirle su plata de vuelta, Juan Andrés salía con distintas historias para justificarse. Cansada y luego de dos meses, Yolanda le contó a sus amigas y armaron un plan para ir a buscarlo.
“Se supone que estaba internado en el hospital después de haber tenido un infarto, me había mandado hasta videos. Fuimos al hospital con mi amiga, preguntamos en cada ventanilla y nada, Juan Andrés no estaba registrado. Llegamos a urgencias y la encargada buscó en la base de datos los ingresados de hasta las dos semanas anteriores y nunca apareció en la lista”.
A principios de diciembre, sorprendió a Yolanda esperándola fuera de su trabajo, con un bolso con cosas que ella había dejado en su casa. De la plata ni rastro.
“Lo más loco es que todavía no me bloquea de ninguna parte y yo todos los días le cobro y cada vez me responde con una tragedia distinta, que primero tuvo un infarto, después al tiempo otro infarto más, hace un mes que lo estaban dializando, ahora hace poco que le dio Covid. No, si ese hombre a estas alturas debería estar muerto”.
Si bien Yolanda aprendió la lección de no confiar tan rápido en las personas, sobre todo aquellas que conoce por internet, la app siguió en su teléfono por un tiempo. “Una es porfiada, no entiende. Seguí hablando con unos de mis matchs de esa misma racha de Tinder y ahora estamos saliendo. Eso sí, nunca más vuelvo a prestar plata”.
Voy y vuelvo
Vania (33) experimentó el boom de Tinder por allá en el año 2014. No les gustan los chilenos porque dice que son ‘muy rollentos’, así que solo buscaba extranjeros en la app para poder interactuar.
En una de sus búsquedas apareció Mark (34), un australiano sacado de una revista de modelos, foto sin polera, buen físico, buen bronceado, la onda de surfer aussie se le salía por los poros. No dudo en dar like y el match fue instantáneo.
Mark y su amigo estaban de viaje por Chile y en su paso por Santiago buscaban conocer el “encanto latino” que tanto le llama la atención a los extranjeros. Se estaban hospedando en Santiago Centro y estarían solo un par de días más en la ciudad. Vania no perdió la oportunidad y le propuso una salida.
Mark aceptó, pero con una condición: no quería dejar a su amigo solo, así que le pidió a Vania que llevara a una amiga para tener una cita doble. Vania interesada en conocerlo invitó a su amiga y quedaron de juntarse ese mismo día en un pub en Providencia.
Ellas llegaron primero y los esperaron sentadas en una mesa de la terraza, cuando vieron entrar a dos hombres rubios, altos, con cara de no ser locales y de no ser tampoco lo que mostraba el perfil de Tinder. “Fue una decepción cuática, porque literal era como Rod Stewart, pero el Rod Stewart de hoy en día, arrugado, hecho bolsa. Lo ví y pensé: ‘¿Dónde está la broma?, dónde está Videomatch’”.
Comenzaron a entablar conversación, pero no fluía tan bien como Vania esperaba. Respuestas cortas y el poco interés por continuar con la cita era cada vez más evidente. “Se notaba que no les gustamos, pero esas son cosas que pasan cuando usas estas aplicaciones de citas”.
Después de varias copas de vino encima ambos se paran para ir al baño y nunca más volvieron. Las dos amigas tuvieron que hacerse cargo de la cuenta de los australianos, que eran cerca de $40.000 pesos.
“Apenas llegué a la casa le hablé por el mismo chat de Tinder y le dije todo, que era un barsa y que ni siquiera era como se mostraba en la app”.
Pese a todo, una mala experiencia no frenó a Vania de seguir conociendo extranjeros a través de la red social. “Yo sigo usando Tinder como siempre, pero eso de que te pasan carne por charqui es real y a veces el charqui te caga con cuarenta lucas”.