Prostitución habitacional, un confuso encuentro cercano con la muerte en Tokio, un juez supuestamente feminista que terminó siendo todo lo contrario, bacterias post-mortem y sexo con un uniformado, en este sondeo.
Pese a los prejuicios, Tinder es furor dondequiera que se instale: Chile es el tercer país de Latinoamérica que más usuarios tiene intentando conectar entre sí. Una ciudad distinta, un rígido uniforme o la búsqueda de un sugar daddy son cosas que te pueden atraer para dar un like que concrete una visita. Otras veces, sin embargo, la fragilidad del desconocimiento (que puede ocurrir también cuando conocemos a alguien en el mundo análogo) genera situaciones de peligro.
Homeless romantic
Juan llegó a tener 20 de kilos de más. Justo cuando los bajó, su vida familiar se vino abajo. “Me quedé sin casa. Mi único medio para moverme y tener lucas era vender cositas o poner música en carretes, pero no estaba en condiciones de pagar un arriendo”.
“A los dos meses, ya le había pedido casa a todos mis amigos. Empecé a quedarme en casas de minas que cachaba por Tinder, en carretes o en Instagram. Esas herramientas me ayudaron a poder desenvolverme en ese rol de dueño de casa. Logré tener techo desde una semana a un mes en casas de distintas personas: minas random, algunas amigas, otras que ya no lo son, otras que me odiaron para siempre.
Me pasaron un millón de hueás, unas muy chistosas y otras muy como el pico. No sabía que se llamaba prostitución habitacional y que a muchas personas les había pasado. Siempre tenía pitos o algo para tirar, o les sacaba el rollo de qué les gustaba comer y llegaba con ese tipo de hueás, como para cocinar. Cosas que aprendí de pendejo por mis dos hermanas: a complacer, a regalonear. Me transformé en una geisha, hacía cosas que no quería, pero tenía que poner cara porque me estaban apañando con techo”.
Confundidos en Tokio
Carlos viajó a Japón y probó suerte con una chica en la capital. “Se veía de mi edad, pero no actuaba como alguien de mi edad. Tenía una empresa y mucha plata; yo, en cambio, soy pobre como rata. La salida fue ir a comer a un restaurante, pero ella con suerte hablaba inglés. Cuando le dije mi edad (27), casi se cae de raja y me empieza a ignorar en la mesa. De pronto, se quedó congelada y no me hablaba. Yo me puse nervioso.
‘¿Qué hago?, ¿Qué hice?, ¿Qué dije?¿Le dio un derrame?, ¿Epilepsia?, ¿Conciencia oscura?’. La cosa fue que un tipo atrás mío se estaba muriendo, y la mina no supo reaccionar, porque los japoneses no se meten mucho en vida (o muerte) de las otras personas. Toda la gente miraba, pero nadie hacía nada, salvo dos personas. Ella se quedó pegaba como por 10 minutos viendo cómo se llevaban al tipo y con suerte habló. Así que le dije gracias y chao”.
De uniforme y con los niños
Claudia conoció a un militar a través de Tinder. “Trabajaba en el interior de Iquique y solo podíamos vernos los fines de semana. La primera vez que salimos, solo era para conocernos, no pasó nada. Un viernes, yo estaba en la casa de una amiga cuidando a sus hijos, mientras ella y su familia habían salido. Este mino me habló para vernos y yo le conté en lo que estaba, me empezó a decir que quería verme y si me podía acompañar. Insistió tanto, que llamé a mi amiga para preguntarle si podía invitarlo y me dijo que sí.
Llegó; nos quedamos en el living. Pinchamos ahí y al tiro se puso caliente; empezamos a tocarnos en el sillón y yo no quería seguir porque nos podían pillar; así que nos fuimos al patio. Tiramos ahí y llegaron los papás de mi amiga. No nos vieron haciendo nada, pero me vieron sin pantalones y cacharon todo. Después de esa noche nunca más nos hablamos ni vimos”.
De Tinder al altar
Mariana empezó a usar la famosa app en diciembre de 2014 en Concepción, “cuando era la novedad”. “Pasaba mis días estudiando para mi examen de título. De repente, me aparece esta persona, casi le di X porque pensé que era zorrón. Resultó que era de Valparaíso, fue por error de GPS. Desde ese momento hablamos todos los días hasta las tantas. Nos juntamos en Santiago y comenzamos a salir. Para marzo, ya estábamos pololeando. Hace un tiempo se le dio a él la oportunidad de ir a estudiar al extranjero, por lo que conversamos y decidimos casarnos e irnos juntos por 5 años aproximadamente. Así que ahora estamos realizando todos los planes para eso”.
Dudosa justicia
Valeria ajustó su filtro de búsqueda para conocer hombres mayores.”No sé, me juraba Lana del Rey. Hice match con este gallo de 42, y yo estaba emocionada porque se veía encachado: alto, ojos verdes…yo averigüé por otros lados, supe que era juez. Todo fue muy rápido, al tercer día quedamos en juntarnos. Tenía la idea de acostarme con el loco y listo. Nos juntamos y me llevó a su departamento, pero me molestó que me hablara como a una niñita chica, no tuve una conversación entre adultos con él.
La conversación fue bien nada, pero en un momento dijo ‘yo igual te quiero besar’ y yo pensé ‘ya que estoy en estas’. Besaba pésimo, así que decidí irme. Él me preguntó si quería ver su pieza y yo fui para que me dejara tranquila e irme, pero el loco insistía en que me echara a la cama. Me empecé a asustar.
Le dije que me quería ir por favor, y me empezó a besar a la fuerza. Me siguió dando agarrones en todos lados; yo estaba a punto de llorar, de ahí logré salir, pero él me acompañó, se subió conmigo al ascensor y me acorraló para seguir haciendo lo mismo. Me acompañó a tomar el taxi y me dijo ‘pucha, yo igual te quiero culiar’ y justo aparece el taxi y lo dejé ahí hablando solo. Cuando llegué de la casa me tuve que duchar, sentía que estaba pasada a su olor y no lo soportaba. Ahora que recuerdo, el juez me había dicho que era feminista y tuvo el #niunamenos de foto de perfil y todo eso”.
Infectado por el más allá
Beatriz salió con un chico venezolano en 2014, y las cosas fluyeron tras salir a comer. “Caminamos hartas cuadras y hubo mucha onda. De repente, sonó una alarma de celular y era que tenía que tomarse un remedio. La cosa es que empezó a contar una confusa historia: había estado con alguien que tenía una infección por contacto con bacterias… ¡de alguien muerto! Él lo había descubierto porque le salió algo en las encías, y el dentista de acá lo mandó al doctor. Nunca quise averiguar si era algo cierto o no, y me costó cortar el tema porque eramos un súper buen match. Después conocí a otra persona de Venezuela que me contó de algo similar en Caracas. Solo nos dimos besitos. Por suerte fue algo piola; ¡Si no me cuenta eso, obvio que habría pasado más! Seguí usando Tinder. De hecho, ahí conocí a mi pololo actual. Llevamos 2 años y medio”.