I, Tonya, la biopic de Tonya Harding lleva el género a un siguiente nivel.

por Fernando Delgado

Como una anti heroína de John Waters, así se levanta la figura maldita y fascinante de la patinadora artística Tonya Harding; rebelde, rabiosa, escandalosa.

Una mujer mutilada psicológicamente por un entorno de caníbales, una como Divine, la diva obesa y travestida de Waters en “Female Trouble”, donde era sometida a múltiples vejámenes con el solo fin de darle derecho a réplica para responderle a balazos al mundo. O en este caso, a punta de patinazos con hojas afiladas.

Un arma cargada con hielo, sangre y platos rotos próxima a estrenarse el 23 de febrero en Chile.

Primero, una advertencia: Este no es otro biopic sensiblero y autocomplaciente (Básicamente no es “El código enigma”, 2014). La vida, pasión y sobrevivencia de su protagonista está contada de manera impúdica, con la lógica y la ética cuestionable de un tabloide amarillista, se va encadenando un relato arriesgado. Porque en tiempos de ultra higienización editorial, y de represión ciega de los policías insomnes de las redes sociales, lo dirigido por Craig Gillespie (La hora decisiva, 2016), es una apuesta al abordar un retrato femenino envuelto en una alambrada de púas con óxido picante.

“Yo, Tonya” es una historia de la violencia, de mujeres sometidas y que someten a otras. De lazos filiales destructivos, de parejas y amigos desquiciados y bizarros. Porque el universo doméstico de la deportista edificada de manera exquisitamente ácida por Margot Robbie, está compuesto por monstruos provenientes de las últimas escalas sociales. Tonya desde niña supo que su rango civil sería el de “basura blanca”, el primer estigma de los subsiguientes para llevar a modo de tatuaje infeccioso en una pista irregular, donde la discriminación social y el abandono afectivo fueron sus más amenazantes obstáculos.

Estorbos compartiendo lugar con el de su madre; Lavona (Allison Janney, de la serie “Mom” transmitida por Warner Channel). Justa ganadora del Globo de Oro a la mejor actriz de reparto la noche del domingo, lo de Janney es superlativo en su horror. Nadie puede ser más tiránica, cruel, dañina y gélida que Lavona Harding, convirtiendo al muy-de-culto personaje de Faye Dunaway en el clásico camp “Mamita querida” (1981) en una aprendiz anémica de lo esperable en una madre-villana cinematográfica.

Su némesis inmediata es Diane (Julianne Nicholson), la entrenadora y el ligero alivio para la patinadora. La vida de Harding levanta escarcha a su paso en vías de un Scorsesiano montaje que hereda los mejores trucos de “Buenos muchachos” (1990) y “El Lobo de Wall Street” (2013). Sus compadres de andanzas son su inestable marido; Jeff (Sebastian Stan) y un simulacro de matón/guardaespaldas en plan nerd que responde al nombre de Shawn (Paul Walter Houser). Por fuera de este viciado núcleo, la voz de los mass media está puesta en un periodista de dudosa calaña; Martin Maddox (Bobby Cannavale).

Girar y destellar en un espacio cerrado para arrancar de todos, o para sentir alguna caricia tibia, todo vale por encontrar un poco de afecto en un público fanatizado con los talk-shows de su tiempo. Y ahí va de nuevo la relación de Tonya con la violencia, con la explícita y con la pasivo-agresiva.

“Yo, Tonya” es para aplaudir hasta hacer sangrar las palmas de las manos, es unánime hacerlo cuando alguien convierte lo tragicómico, lo patético y lo oscuramente divertido de vivir en un manifiesto.

Aunque sea rompiendo rodillas ajenas.

https://www.youtube.com/watch?v=fqrsjEs3s1o