Todos los días son domingo. Las calles nunca cambian, el sol le llega a las casas de la misma forma, el mismo almacén lleva ahí años y la gente es igual, aunque vayan envejeciendo. No se ven bien todos los canales nacionales, van los domingos a misa, todos ven la misma novela y escuchan la misma radio. Crecer en el campo chileno es así: lento, solitario, muchas veces aburrido, siempre esperando a que pase algo que te saque de la monotonía. A Jeidi le pasó algo así.
Sí, con J y no con H de la Heidi japonesa. Huérfana de padre y madre, le dicen así porque vive en la literal punta del cerro con su abuelo y su perro. Creyente hasta la médula, encuentra consuelo en el hablar con Dios, cantarle a la divinidad y pedir perdón por la muerte de su mamá, que no mató pero murió pariéndola. El año no es el 2017, sino que el 86, cuando daban Sábado Gigante toda la tarde, existía gente que decía hacer milagros y te aprendías los jingles de los comerciales.
“Jeidi” (Laurel, 2017) también es la primera novela de Isabel M. Bustos. Concebida como un guión para el cine, que iba a hacer posiblemente llevado al cine en su momento por Sebastián Lelio, se transformó en un libro cuando la idea no se llevó a cabo de esa manera. Isabel decidió novelizar su historia de una niña que nació en el campo, que se embaraza siendo virgen y que todos la creen una santa en su pueblo, Villa Prat.
Isabel, embarazada de su segunda hija, vivió junto a su ex marido en Pencahue, VII Región del Maule, en 2004 para emprender. Era el inicio del siglo XXI, y Villa Prat queda muy cerca de esa comuna, y aún no llegaba la señal de celular. Era un pueblo encapsulado en un tiempo que no vemos, uno del cual a veces nos gusta renegar.
“Cuando estaba embarazada de mi segunda hija tuve un embarazo de riesgo y lo tuve que pasar en cama. Fue mucha gente mayor a verme y contarme historias de embarazos. Me decían que si tenía muchas nauseas mi bebé iba a ser muy velludo, y hablaban de las parteras, de los niños que se había muerto. Eran unas historias bien macabras y otras que son reales. Empecé a pensar que ese mundo se iba a morir en 10 años, que los hijos de esas mujeres ya no les creen, los hijos van a renegar de estas historias que no van a contar más. Entonces, me dieron ganas de contar un poco de esto en “Jeidi”. No me quería reír de la gente, sino que contar el tesoro que tenemos tan cerca en geografía, en años, y es tan desconocido aún“, explicó Isabel.
Ese fervor católico fue ley mucho tiempo en Chile. Quizá la visita del Papa Francisco este 2018 demostró que estamos rompiendo el cascarón del catolicismo, pero aún, gente igual fue a verlo pasar en su papamóvil. Esa gente aún existe en los campos chilenos, y es la misma que cree de igual manera en los mitos, las supersticiones, y en el cielo y el infierno, juego que Isabel quiso rescatar en su novela.
Abuelito dime tú
Desde que nació, siempre fueron Jeidi y su abuelo. Borracho, siempre cuidó a su nieta de la mejor forma que pudo aunque no fuera bien mirado por todos. Así, Jeidi, que en realidad se llama Ángela, creció más sola que acompañada y su creencia en el catolicismo la ayudó es no estarlo tanto, o por lo menos, a sentir menos la ausencia de padres y hermanos. Todo esto es más potente cuando se embaraza de la nada.
“Yo creo que que fuera tan católica me ayudó a que mantuviera esa dulzura y esa ilusión en lo que ella creía. El embarazo de ella tiene que ver con buscar un hogar; ella se convierte en hogar de ese pequeño okupa porque ella no tuvo eso. Es con ese candor que llega a embarazarse, con esa búsqueda infantil de la maternidad (…) Entonces yo creo que ella en la fe y en su hijo encuentra la compañía con la que necesita conversar y se siente de alguna manera menos huacha”.
La novela se llama Jeidi, como el animé, y también hay otros elementos de la cultura dentro de ella. ¿De qué forma influyó esto en ti?
La cultura popular era muy restringida en los 80. Eramos menos chilenos, había una tele cada tres casas, habían dos marcas de pastas de dientes, una marca de jeans. Santiago también era un pueblo en esa época. A todos nos marcó el comercial de Ballerina, la mina de Capel era como la Miss Chile y la Bolocco era muy importante. Hoy tu puedes elegir, y en esa época no era así. Teníamos que ver Terminator porque era la película que llegó al video club y ver Lo que el viento se llevó todos los marzos porque la dan por la tele tres fin de semanas seguidos. Era algo que nos identificaba a todos. Yo pensaba que Don Francisco era como mi papá, pensaba cómo iba a ser cuando se muriera. Ahora no me importa que se muera el Rafa Araneda o no se quién. Como cultura éramos infantiles todos. No se viajaba, no se salía, éramos mucho más islas, más Heidi.
¿Qué querías transmitir con esta novela?
Por un lado, quería reírme dulcemente de los dogmas. De una manera muy sútil, de por qué si hay un Jesucristo, no puede existir otro y la iglesia no puede estar a favor. También quería hablar sobre el sexo con respecto a la religión, como se ve antes versus hoy; como somos todavía en ciertas zonas tan premodernos. Quería mostrar ese quiebre que ocurrió hace tan poco tiempo y de distancia geográfica, de la nostalgia que tengo de eso, de jugar en la calle, de tener dos amigos. Quería hablar de la soledad y de la infancia. Para mi, la infancia es un momento muy solo porque, ¿quién te entiende? Todos fueron niños, pero nos olvidamos tanto, y quería acordarme de eso. Los niños de hoy están súper psicoanalizados, que tienen que hacer algo hasta tal edad y otras cosas hasta tal otra, y si no hacen eso están retrasados. Tanto canon que se le puso después. Quería ver esa infancia que nadie la miraba con lupa y ha nadie le importaba tanto que el cabro se traumara. Quería ver el mundo pre psicología que no fue hace tanto tiempo.
Inocencia de cristal
También se menciona a Candy, otra serie de animé de la época, lo opuesto a Heidi. ¿Tiene tú Jeidi algo de Candy?
Yo creo que sí, que tiene su momento Candy con el cura. Nunca fue traviesa como Candy, porque era más mala que la cresta. Yo les mostré Candy a mis hijas hace un tiempo y me dijeron que no entendía que quisiera ver una serie donde se muere la gente, donde no tienen papás. No comprendían que viera una cosa trágica y triste donde también había gente mala. Hoy no hay gente mala en las series de niños.
Frozen es el único ejemplo más de ahora en que el malo parece ser bueno y se transforma al final. Yo creo que también por eso a los cabros les agarró el Rey León, que tenía un malo. Hay como un pacatismo moral. No siento que hayan matices, que todos son buenos. Quizá pensaban que traumaba a los niños, porque una se crió pensando que el lobo se comía a la caperucita y los cuentos anteriores decían que la violaba, y hemos ido cada vez más protegiendo a los niños, quizá en pos de cuidarles la inocencia.
Pero Jeidi no es un libro infantil.
Un papá me dijo que su hijo de 13 años lo leyó, que le gustó, pero yo no sé si lo entiende. Creo que hay muchos tonos para contar una historia, y la que se narra por detrás es bien terrible; ese es el juego que tiene contar una historia de adultos con la mirada de un niño. A mi me encantan ejemplos de eso, de leer los códigos adultos desde la mirada de un niño, como Oración por Owen o Mi primer Sony. Me interesa saber al nivel que llega un niño leyéndolo, porque con las referencias pop no se va a conectar, no se va a reír de la mina de Capel con el diente negro. El papá me dijo que le había gustado, pero quizá hay una historia más lineal que puede leer un niño de 13 años, sin la profundidad que uno le da.
Para los niños de hoy debe ser ciencia ficción, porque son criados con iPad, con Netflix. Entonces esta cuestión de la niña que está sentada con el perro y se aburre todo el rato les debe parecer rarísimo. Pero también me ha pasado que gente de campo lo ha leído y me ha dicho que se siente en su casa de vuelta, el piso de tierra, estar parado sobre el planeta es una sensación que hoy en día se puede pensar que solo pasa en África. Me gusta que haya gente que lea ese pasado del que no habla mucho.
¿Y la idea de familia?
Han cambiado muchos los roles. Antes no llamabas familia a una mujer separada con dos hijos, solo era una mujer separada. Yo creo que recién nos estamos acostumbrando a que los núcleos sean otros, a que la realidad modifique el pensamiento. Antes no se concebía, por más que existiera. Analizando a través de la escritura ves como esos cambios nos van constituyendo, el mismo hecho que los niños sean otra cosa. Cuando yo crecí a los adolescente había que vigilarlos, no cuidarlos hablándoles. Así como esas cosas cambian, cambian los personajes que uno tiene en la casa. Aparecen adolescentes con opiniones, que tiene partido político que puede que no sea el tuyo. Ahora son personas antes de que uno esté preparado para eso. Creo que esa sorpresa nos lleva a decir como bueno, voy a escribir sobre esta situación para ver si en el futuro alguien me dice que le pasó lo mismo. Son maneras de conectarnos con las cosas que nos pasan en las casas.