José Antonio Peña sufrió un horrible accidente que le costó una pierna. Motivar a otros con la historia de su superación le da la fuerza para convertirse en un culturista profesional en busca de subir la montaña más alta del mundo. Acá su historia, contada por él mismo
Por José Antonio Peña.
Cuando desperté, estaba drogado con pastillas calmantes.
No me podía mover.
Estaba en una cama de hospital.
Entendí que lo que había pasado era muy grave. Recordé que me había pasado un disco Pare en mi moto, que me pescó un auto y me arrastró varios metros por el piso.
Hacía 7 meses me había ido a vivir a Santiago, luego de aceptar una oferta de trabajo en el hotel W. Los último 14 años los había pasado navegando por todo el mundo, trabajando en cruceros. Partí a los 23 años, en el Royal Caribean, viajábamos por el Caribe, Hawaii, México, Estados Unidos y terminábamos en Alaska.
Primero fui asistente de garzón, luego garzón. Los últimos años antes de abandonar mi trabajo en el mar, estuve en una compañía que se llama Seabourn, que está más enfocada en público de la tercera edad. Ahí viajábamos por Europa, los países escandinavos, África y Asia.
La verdad es que daba la vuelta al mundo varias veces al año. Hay muy pocos lugares en el mundo que no conozco, ahora que lo pienso.
“El barco se empezó a ladear, en un mar muy tranquilo del Caribe, al punto que se empezaron a caer las mesas y los vasos. Todo el mundo corría para todos lados. La piscina, que estaba en el piso trece se rebalsó y empezó a inundar los ascensores”.
Una vez estábamos en la cena principal del crucero, con mil personas en el comedor. El barco se empezó a ladear, en un mar muy tranquilo del Caribe, al punto que se empezaron a caer las mesas y los vasos. Todo el mundo corría para todos lados. La piscina, que estaba en el piso trece se rebalsó y empezó a inundar los ascensores. En otro lado empezó un incendio. Todo había sido simplemente una mala maniobra del capitán. Es todo lo que se necesita para que cambie todo.
Estaba en la cama del hospital, tratando de dormir, cuando escuché a dos médicos conversando. Hablaban sobre la amputación de una pierna. De mi pierna. Pero yo pensé que estaban hablando de otro paciente. Porque yo sentía mi pierna. La sentía. Sentía que movía los dedos incluso.
Después entendí que ese es un proceso de adaptación de la cabeza, que primero como no lo procesa, sigue mandando las mismas señales de sensación al cerebro como si la extremidad estuviese. Porque la verdad es que sí me habían amputado la pierna.
Además, el accidente fue tan grave que yo ni siquiera podía levantar las sábanas para comprobarlo. Entonces le pedí a mi mamá, que me estaba acompañando, que me dijera la verdad. Y me la dijo. Me explicó que la fricción con el pavimento había sido tan fuerte que me destrozó las arterias y que había sido imposible salvarla.
No me quedaba otra que asumir la cagada que me había mandado. De alguna manera, la vida me lo había advertido. Con mi primera moto, había tenido otro accidente. Me había fracturado la quijada y dislocado el hombro. Con la segunda pasó esto. Dudo que me compre una tercera.
Después de un tiempo volví a la casa de mis papas, a rehabilitarme. El accidente ocurrió en diciembre y en mayo entré al gimnasio municipal de Villa Alemana. Allí todos tuvieron una gran disposición para apoyarme y ayudarme.
“Practico culturismo desde los 19, ahora tengo 39. Pero nunca había decidido hacerlo de forma profesional, como ahora con dietas y profes. Lo decidí hacer después de la amputación. Ahora que me cuesta el doble”.
Una profesora ––Daniela–– me metió en la cabeza la idea de participar en competencias.
¿Qué tiene que te falte una pierna? ¿Qué importa? me dijo. En el extranjero conocí gente adaptada que practicaba deportes. Acá está el caso de Héctor “Pistola” Arriagada, que pese a ser amputado también, es seleccionado nacional de CrossFit. Empecé a ver videos y me motivé.
En septiembre de este año voy al sudamericano de culturismo en Paraguay. En diciembre voy al mundial, en Buenos Aires. Para eso, entreno dos horas diarias de lunes a sábado. Parto a las 6 y media comiendo 200 gramos de carne más 200 y luego cada dos horas 200 gr de carne o pollo, más 200 gramos de carbohidratos cocidos: arroz, papa o fideos. La última comida del día es pescado con ensalada.
Es un estilo de vida complicado. Las comidas, las dietas, etc. Yo trabajo pero uno igual necesita de auspiciadores y es lo que más me cuesta porque me carga pedir cosas. Por suerte he ido ganando seguidores, incluso me escriben desde Argentina, Perú y Uruguay. Pero la prótesis aún la debo porque una parte de la plata la pagó el seguro pero una amiga me tuvo que prestar el resto. Además la operación me costó 42 millones.
El proyecto de subir el Everest surgió porque unos familiares que tengo en Barcelona lo hicieron. Me dieron la idea de motivar gente con esto. La preparación para eso comienza el próximo año. Por supuesto es algo muy distinto a hacer pesa, porque requiere más resistencia que fuerza.
“Perfectamente podría estar acostado llorando por lo que me pasó y pidiendo ayuda”.
Pero mas que nada es una prueba personal. Son cosas que me estoy proponiendo. Independiente de si lo logro o no, hay un mensaje de que al menos se trató. Perfectamente podría estar acostado llorando por lo que me pasó y pidiendo ayuda. Pero no. Ando en bici, manejo auto mecánico. Me falta correr, porque me falta una prótesis mejor, igual que para entrenar para al ascenso al Everest. Pero vamos por parte, eso es lo que digo.
Sé que mi experiencia sirve para que las personas no se dejen estar, que les puede dar fuerza para salir adelante de algo complicado. Y ser un ejemplo me llena, me es satisfactorio. Me ha llevado a comprometerme a tal punto que no puedo echar pie atrás. Aunque haya días en que estoy aburrido y quiero mandar todo a la mierda no puedo. Lo que me gusta, mi pasión, es motivar a la gente.
Soy un espécimen único.