Como si se tratara de una moda, de la aporofobia al pobrecismo, la romantización de la pobreza, hay solo un paso. Políticos de todo el mundo usan la carta de tener un origen humilde o de formar parte de alguna minoría, para ganar una distinción de autenticidad. Y a muchos les funciona. Sobre la banalización de algo que existe, hablamos con el columnista español Héctor G. Barnés, quien tiene una mirada millennial de la clase media, el precariado y cuando lo que nadie quería, en tiempos de likes,  se transforma en una “característica” deseable. 

Aporofobia, palabra del año en 2017, es el desprecio a los pobres y a la vulnerabilidad en general. Mientras que el pobrecismo romantiza y aprecia la idea de la pobreza y quienes la viven. No es que a una persona le gusten los pobres, sino que la pobreza pasa a ser una experiencia estética, tan banal que incluso se puede ver en productos comerciales, como la ropa en las estanterías del retail, llenas de prendas rotas y desgastadas que se venden bajo las etiquetas de estilo “urbano” o “de barrio”. 

En términos simbólicos, pertenecer a una minoría funcionaría como una carta de autenticidad que nos validaría frente al resto y nos daría cierta popularidad apetecida en la cultura de los likes. Así se usa en la política, ejemplo de ello es Kamala Harris, en Estados Unidos, quien hizo campaña en base a su género, y su origen étnico y racial, a pesar de que proviene de una familia de reconocidos académicos.

En nuestro país, en la carrera por La Moneda, vemos algo parecido: el candidato Sebastián Sichel apela constantemente a su supuesto origen precario, mientras que Yasna Provoste repite majaderamente ser mujer y pertenecer a los pueblos originarios. Todo, en una batalla por demostrar quién ha tenido las cosas más difíciles. Y por lo tanto, volverse ejemplo o ícono de superación y empatía.

Y sin ir más lejos, Sebastián Piñera afirmó en 2015 pertenecer a la clase media, mientras ostentaba el sexto lugar de las personas más ricas del país según Forbes, con una fortuna de US$2.500 millones.

El periodista español Héctor G. Barnés, del diario El Confidencial, se ha dedicado en varias columnas a reflexionar sobre el precariado millennial y el moribundo primer mundo. En 2019 publicó una columna titulada La ridícula moda de ser pobre, describiendo justamente que, aunque suene paradójico, a menudo son los más privilegiados los que pueden permitirse alardear de supuestas carencias. Hablamos con él desde Madrid para discutir, si de manera global, hay o no una banalización de la pobreza. 

La impostación de la pobreza

“En estos tiempos las personas están desesperadas por un plus de autenticidad y lo están encontrando en la pobreza y en la vulnerabilidad”, opina Barnés, “ En la política se ve claro y evidente: es un lugar donde se deberían discutir las ideas, medidas y valores, pero la biografía parece vital”.

Para Barnés esta biografía se construye con “una acumulación de características que te convierte en la persona más, entre comillas, oprimida frente a otro. Y está esa necesidad de ser auténtico. Y, por mala fortuna, una de las vías para encontrar esa autenticidad la encuentran en la creación de un relato de vida desde la precariedad”, dice. 

El columnista también indica lo complejo que puede resultar armar esta narrativa: “Aunque la pobreza es una baza ganadora, donde los privilegiados dicen ´sé lo que puede pasar cualquiera de vosotros porque he estado en todo el espectro´, al mismo tiempo dice un mensaje y vende una promesa que puede ser tóxica; ´he subido de lo más bajo en la escala social, al punto más alto´”, reflexiona. 

En su columna, Héctor habla de un fenómeno conocido como el fat talk: término que se utiliza para denominar esas conversaciones en los que una persona se queja de sentirse gorda, para que otro responda ´nada que ver, estás bien´, y generalmente, quienes hablan de gordura no tienen esas corporalidades realmente, sino por el contrario.

Lo mismo pasaría con la pobreza, asegura: “Para la persona pobre normalmente el dinero o la cuestión de la urgencia de dinero genera vergüenza u otra clase de reacciones, es algo que se tiende a ocultar, de lo que no es cómodo hablar, por el contrario”. Y agrega: “Y al final, efectivamente, esa banalización mediática o que hacen los no-pobres hace que se pierda un poco la realidad concreta y todos los determinantes de que la pobreza es una cosa que existe; que existe de verdad, que no es un argumento de autenticidad, sino una realidad material, cultural, simbólica, dura”.

El efecto Parasite: nadie quiere ser (o verse como) rico 

Según la revista Forbes, a pesar de la crisis causada por el coronavirus, el número de nuevos multimillonarios experimentó un crecimiento explosivo. “2020 fue un año de récord para los más ricos del mundo, con un aumento de US$5 billones en riqueza y un número sin precedentes de nuevos milmillonarios”, señaló en su momento Kerry A. Dolan, editora de la cobertura de Forbes sobre los más adinerados.

La familia pobre en Parasite (2019) escalaba a la parte más alta de su baño buscando señal

Sin embargo, hoy nadie parece querer -al menos en su discurso- ser rico. No en un contexto en el que mediáticamente se destapan a diario escándalos que evidencian que la gran mayoría de las fortunas más importantes se están construyendo a la sombra de lo legal.

Para el español, la imagen de los pobres que salen en los medios genera empatía porque tiene que ver con cómo se les describe. “En Parasite, por ejemplo, aunque es una película que muestra la desigualdad abismal entre dos sectores sociales, el pobre es el que tiene humor, una pizca irónica y pícara que hace que te caiga mejor que los ricos. Si tienes que contarle a alguien que no ha visto la película cuál es su argumento, sería de cómo una familia pobre se la lía a unos millonarios”, dice Héctor.

En nuestro país, tras el estallido social, no es difícil encontrar relatos en Twitter de chilenos y chilenas que cuentan con cierto orgullo cómo viven, o sobreviven, a las consignas que la gente expuso en la calle desde octubre. Que hoy el “ser de pobla” cobró tintes políticos muy fuertes, aunque sea -en ciertos casos- un discurso a favor de los likes

Y en una sociedad que se caracterizaba por ser arribista, el abajismo se posicionó como una tendencia. Esta vez, lo indeseable, se volvió deseable.

“Vengo de pobla”, canción lanzada en octubre del 2020

El autor, que en varias oportunidades ha escrito sobre el precariado millennial, dice que parece que, a pesar de la explosión de multimillonarios, quienes “no pertenecemos a esa clase social estamos acostumbrados a mirar hacia arriba. Es una cosa cultural”, dice, “y uno siente que para llegar a fin de mes, así como en Parasite, se las arregla con sus habilidades y pequeñas trampillas para ganarle a la vida, al igual que esa familia en la película”.

Según el columnista, estos “hackeos al sistema” pertenecen a la clase media, pero más que a la clase media, al precariado. Un término que los académicos del mundo empezaron a usar para hablar de una clase que no es “pobre en sí, pero que convive con la precariedad del trabajo, con la fragilidad de la economía”, una realidad que se vive no sólo en Chile, sino también en el primer mundo.

Y por primera vez, al ser algo global, el pertenecer al precariado podría generar una identidad de clase social donde “la mayoría de los trabajadores, de aquí y de allá, vivimos cosas similares porque el sistema que marca la vida de la clase trabajadora es el mismo. Aunque el término de clase media varía mucho según los países, el precariado describe a nivel mundial la incertidumbre que vive esta generación y que la pandemia desnudó con mucha más fuerza que nunca”,  sentencia Barnés.