Acabo de terminar la cuarta temporada de La Casa de Papel que se acaba de estrenar y lo que dice el titular es exactamente lo que siento.
Es raro lo que pasa con Casa de Papel, que indudablemente es un fenómeno mundial y sus números son récord y todo, porque es mala igual. O más que mala maneja una combinación de factores medio enviciantes y uno se encuentro ahí enganchado viendo los capítulos en modo maratón con una buena parte de la cabeza pensando “¿Por qué no estoy viendo The Wire o Los Soprano?”.
Y bueno la respuesta, sospecho, es que a uno igual le gusta ver mierda (con respeto, no es que la serie lo sea), pero me refiero a que igual uno engancha con realitys o telenovelas, por ejemplo. Y la moral de Casa de Papel es esa justamente. Si lo pensamos bien, todo el arco dramático de la serie es igualita a la de una reality. Una genialidad, por donde se le mire, la idea: encerrar a un grupo de gente hermosa (y caliente, porque puta que son calientes todxs) en el marco de estos asaltos con rehenes absurdos de ambiciosos.
Y desde ese punto de partida, uno ya le perdona todo lo demás, que tenga unos momentos completamente absurdos, que el nivel de intriga y cahuines sea totalmente de una teleserie venezolana (o un reality, de nuevo), y que en realidad el guión del asunto no está tan enfocado en contar una buena historia como en mantenerte cautivo.
Así y todo que te puedo decir, terminé recién la cuarta temporada y al igual que Chayanne lo único que le puedo decir a Casa de Papel es mira lo que has hecho que he caído preso (en tu cuerpo y en mi mente) y en un agujero de tu corazón (en todo estas presente) y la libertad te juro no la quiero (si estoy contigo) déjame atado a este amor, atado a este amor.