Vivimos en un mundo acelerado, hiper-sexualizado, y violento. Nadie podría ponerlo en duda.
Lindsay Hurtubia, 20 años, hija de una operadora del Transantiago, es adicta a la velocidad de su moto Ducati Evo 848 (que perdió hace poco en un accidente cuando un auto se pasó un disco Pare, la chocó y la mandó volando por el aire. A ella no le pasó nada) y de su Audi, motores con los que supera con relajo los 200 KM x hora. La destrucción total de su moto la hizo abandonar las competencias, donde corría en la categoría monomarca.
Las apariencias engañan. Yo soy más sensible que la chucha, me llega a dar rabia.
Está tatuada de pies a cabeza, y uno de sus hobbys es ir a un club de tiro a disparar.
Por las noches Lindsay baila en un club nocturno. También en despedidas de soltero.
Otros días prefiere dormir. Jugar Crash Bandicoot o Silent Hill. Regalonear con sus seis gatos. Otros los pasa mirando el techo viendo el color azul de la jaqueca que a veces le aprieta el cráneo.
“Las apariencias engañan. Yo soy más sensible que la chucha, me llega a dar rabia. Mientras uno más ha sufrido, mientras más daño te han hecho, uno más se hace un escudo, para parecer fuerte. Igual yo no me desahogué ni en las drogas ni el alcohol, sino en los tatuajes“.
Lo que Lindsay quiere es terminar sus estudios de inglés, conseguir el dinero suficiente para comprar una casa para su mamá, su hermano chico, y ella. Espera algún día poder hacer una carrera en el Gope (Grupo Operaciones Especiales) de Carabineros o el Erta (Equipo Reacción Táctica) de la PDI, los dos escuadrones especiales y de elite de las policías.
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