Esta es una nueva historias de L0V3.txt, dónde tu nos envías tus historias de amor y nosotros las publicamos (e ilustramos) <3.

Por Consuelo Laclaustra V.

Siento que he escrito de esto mismo, una y mil veces, pero no he dejado que nadie lo vea porque las palabras construyen realidades y esta, en la actualidad, no es mi realidad. Pero, no puedo negar que lo fue, y que también me forjó y me devolvió a la vida, sin antes tener que acercarme a la muerte.

“¿Está todo bien?”, me preguntó mi jefa, poniendo un alto en una de las muchas reuniones de los días viernes. Temblando, con la voz entrecortada, murmuré que todo estaba bien. La verdad es que no, pensé mientras escuchaba mi corazón quebrarse en mil pedazos mientras esperaba que mi ex me contestara el celular.

Las últimas dos semanas hicimos el experimento de separarnos sin hablarnos por un par de días, para ver si nos extrañábamos, si todas las peleas, los llantos, los gritos, las soledades no eran suficientes para quebrarnos. Hace más de tres años me había dado cuenta que no éramos el uno para el otro y después de una serie de capítulos malos de una sitcom repetitiva, donde el daño entre ambos era irreparable, yo ilusamente creía que nuestro amor era cósmico, que éramos más fuerte que cualquier impasse.

Pasaron las dos semanas.

Lo llamé.

No me contestó.

Le escribí.

Me dijo que no le convenía vernos porque ese día ya tenía planes para cenar con su familia. No vi la bandera roja y llamé a mi ex suegra a la mañana siguiente. Le dije que iba a ir a su comida familiar para darle a S. una sorpresa. Respondió que no habían coordinado nada. Dos minutos después me llama de vuelta: “Consuelo, ehm sí, sí vamos a comer es que no sabía a que se refería S. pero yo creo que él se confundió…”.

Ahí, al interior del vagón en Bellas Artes, rodeada de gente sintiéndome más sola que nunca, sabía que él ya no me quería.

Una y otra vez lo llamé. Llegué a mi oficina esperando que me contestara, lo llamaba desde los pasillos, desde el baño. En medio de esa reunión recibo finalmente el llamado que iba a terminar con todo. Pregunté por qué me había mentido, por qué no me quería ver. Cobardemente murmuraba nosés, y entre lágrimas le pregunté si quería terminar. Respondió que sí.

Todos los sonidos, todos los dolores, todos los golpes llegaron a mis tímpanos: la caída de un vaso al suelo, la caída de un edificio, el quiebre de las placas tectónicas. Desesperada le pregunté si me amaba, y con mentiras dijo que sí.

“Entonces, ¿qué hago yo para que no terminemos?”, pregunté.

“Nada. No quiero volver”.

Corté.

Mi cuerpo al suelo. Había soportado 4 años de esto. Claro sabía que él no era para mí, pero ya me había hecho la idea que sí. Que nuestro amor era más fuerte que el hecho que me diera vergüenza, que lo encontrara un poco tonto e inmaduro, que me cargara su ritmo de carrete, que se comprara todos los libros del mundo para no leer ninguno y preferir ver fútbol todo el domingo echado donde sus papás. Pero, nuestro amor era cósmico, ¿o no?.

Llorando en el baño, abrazada de mi jefa le dije: “no sé que va a ser de mi vida ahora”. Vivíamos juntos, llevábamos 4 años, yo tenía 26, ¿qué se hace después? ¿Cómo vivo ahora?

Llegué donde mis papás, solo estaba mi hermana menor. Sin siquiera pensar que pasaría después, agarré las pastillas de mi hermano y me las tomé, en grandes cantidades. A los 20 minutos, ya media adormecida, me asusté. Pensé en mi hermana arriba trabajando; mi hermana menor a quien yo siempre quería proteger y amar, pensando me iba a encontrar tirada, que no me iba a poder despertar y que iba a romper a mi familia.

Le dije lo que hice. Ella tomó el auto y me llevó a la clínica. Me dieron un líquido para eliminar todo, mientras ella, mi mejor amiga, lloraba con su mano agarrada fuertemente a la mía. Le pedí perdón, y me dijo que no me preocupara. Escribiendo, recordando esto de nuevo, no puedo evitar llorar pensando en esa cara. Esa cara de terror y de lástima infinita de mi hermana menor.

Me dejaron tres días en la clínica, amarrada a la camilla. Tenía que llamar a la enfermera cada vez que quería ir al baño. Me dejaron tres días porque no comía y lloraba sin parar. Amigos y familiares llegaron. Veía la cara de mis hermanos, de mi papá y posteriormente la de mi mamá y me odié por haber olvidado que su amor era mucho más importante que ese supuesto afecto que creía tener por alguien que no admiraba y que hace muchos años sabía que era una carga en mi vida.

Fueron 4 años donde yo lo ayudé con todo: a terminar con su tesis, lo empujé a que aprendiera a manejar, le ayudé a conseguir su primera pega, fui su primer hogar lejos de sus papás, y donde jamás me había sentido tan sola y poco apreciada. Esos 4 meses en que vivímos juntos, fueron los peores meses de mi vida y creo que él lo sintió igual. Salía a carretear y no me contestaba, no llegaba a dormir, y el departamento era frío e inhabitable, porque él no lo quería, nunca lo quiso y hoy, sé que yo tampoco lo quería.

Finalmente llegó mi diagnóstico: trastorno bipolar.

Al fin, sabía de donde venían los dolores, los desordenes, los cambios de ánimo, el no saber porque quería mandar todo a la mierda, las angustias, y el malestar que nacía de mí, mas allá de lo que fue mi relación.

Yo había perdido la capacidad de amarme, porque no sabía quién era.

Yo había perdido la capacidad de amarme, porque mi pareja no me amaba y no debía
apoyarme en eso en realidad.

Yo había perdido la capacidad de amarme, porque no sabía que era lo que estaba mal en mí.

Yo había perdido la capacidad de amarme, porque no sabía que ese mal también traía cosas buenas.

En este año y medio desde que pasó todo, aprendí a validarme y quererme, y amar sin reparos a mi familia, amigos y colegas. Tuve que ser desechada para darme cuenta que hay un amor y una relación más fuerte y más importante: la relación conmigo misma.

Consuelo Laclaustra es escritora, periodista y gestora cultural. 

Ilustración de portada: José Jara


Si necesitas ayuda o conoces a alguien que la necesite puedes llamar al 6003607777 del Ministerio de Salud. También, escribir a Fundación José Ignacio por mail a contacto@fundacionjoseignacio.org o a Todo Mejora (ayuda por correo electrónico o chat).


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