Hablamos con el dj y productor chileno-alemán Matias Aguayo sobre el rol social de la música electrónica.
En conversación con Matías Aguayo, recorrimos sus perspectivas sobre la música electrónica o “música para bailar”, como prefiere llamarle a este género que desde pequeño lo envolvió en un halo queer del que se siente influenciado a pesar de ser heterosexual.
A diferencia de otros djs y artistas, en Aguayo es fácil encontrar conversación sin el temor de que la comunicación se vaya a piso. Sabe de lo que habla y escucha atento lo que el resto tiene para decir. Alimenta su cabeza con opiniones y experiencias abiertas a la interculturalidad de sensaciones, y eso le permite entender un largo espectro de coexistencias en el mundo.
Sin titubear se reconoce “un poco queer”. No era de extrañar, en sus presentaciones se pinta los labios y enuncia un discurso que lo posiciona sin lugar a duda dentro de otro espectro, uno diferente, un paso a la avanzada, sin querer, sin esperarlo y sin la petulancia del artista.
“Me siento un poco queer también a pesar de ser heterosexual, también queer en el sentido de que mi música si habla de amor no habla del amor entre un hombre y una mujer. Yo creo que en ese sentido es un poco inevitable si la mayoría o la mitad de tus amigos tiene otra orientación sexual”.
Si la palabra es todo lo que no se dice, la relevancia de aquello que no se nombra siempre está presente, en la cabeza, en la acción, en la performance completa de la creación y posterior presentación, existe un contexto que puede o no agrietarse, esa es decisión del artista, decirlo o no, ocultarlo, nombrarlo, pero no enunciarlo, profundizar o dejar licencia libre a interpretaciones de un mensaje, del que la música electrónica, como se podría pensar, estaría al debe.
¿En qué contexto se debería pensar la música electrónica como un espacio de discusión? ¿Cómo se entiende un quiebre en esta linealidad? ¿Existe un discurso en este arte o es el artista quien brinda un discurso en un trabajo que no necesariamente debe estar diciendo algo?
Para Matías Aguayo existe un punto universal desde el que se articulan estas preguntas y estas respuestas. Tiene más que ver con el curso que han elegido las sociedades tanto en Europa como en América Latina o Estados Unidos para seguir con sus posturas políticas, más que con la decisión de un movimiento vanguardista.
“El mundo va por un lado medio oscuro, hay un gobierno hiper reaccionario en Chile, hay un movimiento a la ultra derecha en Europa. Este auge les da una valentía a la gente muy facha de poder decir cosas que quizá antes no podía decir. Yo me pregunto qué se puede hacer. Antes me esquivaba en eso de ‘soy artista y con eso estoy haciendo un trabajo realmente social’, pero yo me pregunto si realmente es suficiente hacer fiestas de solidaridad con algo o si hay que tomar otras medidas”.
Si esto ocurre, si pasa en el mundo, si la extrema derecha está tomando poder, Aguayo advierte que “si pasa en la sociedad no es una sorpresa que en las escenas esto también se replique”.
De alguna manera estas escenas de nicho se tornan exclusivas, elitistas, o parafraseando a Aguayo, se replica el conservadurismo que ya existe y que ciertos medios de comunicación trabajan en continuar para sumar constantemente un valor que nadie entiende muy bien: desde dónde nace, cuál es la idea, por qué el privilegio se mantiene presente en este circuito de artistas que se presentan a si mismos como una nueva ola de estilos y de ritmos que en lo material o al oído cumplen con lo que prometen, pero que perpetúan una realidad por excelencia sobre las otras.
“A veces se habla de escena elitista porque la sociedad ya lo es y la escena no puede hacer más que reflejar eso, quizá la responsabilidad es ser participe de un real cambio social. Puede ser formar parte de un partido político o no sé”.
Ahí está la importancia del underground que interactúa culturalmente con otros puntos que se escapan de un común denominador, y que se preocupan de abrazar un esquema que permita seguir bailando y simplificar lo orgánico del arte, mientras se establece ese “decir algo”.
Internet y las nuevas tecnologías logran una producción exquisita de contenido en este ámbito. La visión global y local impregnada en un sinfín de arreglos, voces, instrumentos y beats que no dejan de tener contacto con una idea: la idea del autor.
Los espacios de acceso, el valor o la distancia separan a estos denominadores comunes del interés por presenciar en vivo un espectáculo electrónico. “No es la música la elitista, es el hecho de que menos gente tiene acceso a cultura en general en una sociedad tan dividida socialmente, ya está en la naturaleza de la sociedad que ciertas cosas no sean accesibles a tanta gente. Que la música electrónica se haya vuelto tan masiva en Europa tiene que ver con el fácil el acceso a ella, a la posibilidad de partir desde la autogestión, el apoyo cultural por parte del Estado, la educación pública, todas estas cosas que faltan mucho acá, se reflejan en cualquier cosa y por ende en la música electrónica. Vivimos en una sociedad que es elitista, si uno puede ser parte de un cambio en ese sentido sería bueno, pero esto es el reflejo de cómo es una sociedad”, dice Aguayo.
La clase es un factor transversal a la hora de pensar cualquier corriente, incluso de pensamiento. Poder leer, entender, conversar, argumentar, opinar, o contar historias y formar parte de ellas puede ser leído rápidamente como una acción elitista, pero hay “niveles”, explica Aguayo, “en los que se puede abarcar”.
“Por un lado es algo económico. ¿A qué fiesta uno puede acceder y con cuánto dinero? Hacer una fiesta en el centro o en Huechuraba limita el acceso”, continúa. “Existe la no-inclusión de algo que se pronuncia como underground, que muchas veces no es inclusivo, no por algo económico, sino que una cosa de ‘onda’ de decir ‘tú sí’ – ‘tú no’, que obviamente puede ser un impedimento para que algo se vuelva más popular”.
Cuando los grupos se van especializando y potenciando nichos “se produce cierta exclusividad”. Desde ahí, comenta el músico, es importante “no tener miedo a compartir o a abrir la posibilidad a otra gente, para que pueda también ser partícipe, muchas veces el público es subestimado”.
“En general la cultura debe ser inclusiva, no se debe tener una relación tan posesiva con cualquier expresión cultural”.
Para el chileno la música electrónica ha tenido un rol social permanente. Esto se evidencia en el punto de partida desde el que florece la escena: “Bastante gay, afroamericano, latino, con una conexión a la pista de baile, con orientaciones sexuales no heteronormativas. Eso es una cosa social que efectivamente tiene su efecto, y es de crear espacios alternativos donde uno se puede portar de la manera que uno quiere. No es nada nuevo que dentro de la música electrónica haya cierta responsabilidad social. Si queremos que esta cultura siga no se puede olvidar de esas raíces que son queer, absolutamente. Y yo lo digo como un chico heterosexual que creció en una cultura queer”.
Este punto reduce, entonces, una de las miradas necesarias a tener si se piensa en la responsabilidad del artista sobre el contenido que produce en un género musical como el de la electrónica. “La responsabilidad del artista es preguntarse qué responsabilidad tengo”. Por el momento esta pregunta mantiene a Aguayo ocupado “me gustaría encontrar una respuesta”.
Asegura que ha siempre ha tratado de que sus decisiones dentro de la escena sean guiadas por preguntarse sobre la responsabilidad social que fluctúa en su trabajo.
Es tiempo de abandonar, entonces, los prejuicios hacia ciertas posturas en el mundo del arte y comenzar a entender las repercusiones que existen; quienes son artistas o productores culturales piensan desde una apertura que divaga entre la materialización de su trabajo y la entrega de música, buscan representar esto tanto en los oídos de quienes la escuchan como en la sensación que provoca poder bailar sin ataduras normalizadoras dentro de pequeños puntos de fuga, como lo son las pistas de baile.