Uno de los discos que más marcó mi adolescencia. Una de las bandas que seguí como un groupie. Y ahora, casi una vida después, soy un periodista metido en una conversación virtual media estrecha. Spoiler: prefiero echarle la culpa al Zoom y al frío de la comunicación a larga distancia. Eso sí, conversamos de su trayectoria y hasta salió Doja Cat. “Contra la pared, contra de tu frío, estás tan lejos aunque te tenga aquí”, cantaban en Quiero y justamente así resumiría esta entrevista.

Sin Restricciones (2004) salió el mismo año en que yo llegué a Chile. Un niño migrante, con una orientación sexual ambigua, que tenía pocos amigos y que a pesar de hablar castellano, a duras penas entendía el español chileno. Con la distancia del tiempo soy capaz de ver que por culpa de esa soledad a la que se enfrentan los recién llegados, me metí -por voluntad propia- a un culto evangélico.

Ahí me hice una amiga, Claudia (no es su nombre real), también de una orientación sexual alternativa, con la que pasábamos las tardes escuchando del mismo dispositivo mp3 o viendo televisión. En su casa había cable y nunca voy a olvidar cuando salió el videoclip de Yo te diré: el impacto fue importante.  Era un homenaje a West Side Story, uno de nuestros musicales favoritos, que por el egocentrismo de la pubertad pensamos que nadie más conocía, y este momento abrió un refugio de delineados oscuros, tragedias del corazón y sintetizadores queer para nosotros, exportado directamente desde Argentina.

A los 3 días Claudia tenía la chasquilla de Juliana y con una plancha para el pelo intentaba copiarle el resto del peinado, y yo deseaba desafiar al sistema delineándome los ojos, cosa que por supuesto no hice. “El placer de hacer exacto lo incorrecto”, como dicen en la misma canción. Y aquí confieso un crimen: bajé el disco por Ares y lo instalé en el mp3. Tiempo después, con la popularidad del grupo en aumento, pasaron a formar parte del índex de lo que un joven cristiano no debía escuchar. 

Foto vía Sony Music.

17 años después nos vemos las caras por Zoom. Ale Sergi está sonriendo, de blanco, con el fondo de lo que parece ser un estudio de grabación con luces de colores, intergaláctico, del futuro. Juliana con el pelo decolorado y con un closet que parece infinito, lleno de ropa (totalmente envidiable). Les cuento, como un fan, toda esta historia. Que escucharlos era un pecado que mi versión puberta estaba dispuesta a pagar. 

Mientras ganaban popularidad en Latinoamérica, ¿se dieron cuenta del impacto que tenían en la vida de quienes los escuchaban?

Ale se encoge de hombros, Juliana juega con su pelo y mira hacia otra pantalla, o algo así.

“La verdad es que es un poco difícil para nosotros aventurar (…) Cada uno se acerca a la música de manera diversa, en ese momento nosotros vivíamos la vorágine de pasar de ser un grupo que tocaba en lugares más pequeños a ser un grupo consagrado, a tocar en escenarios más grandes. Nunca fuimos de hacer mucho análisis y de qué podía significar para la gente, pero sí sabemos lo que significa la música en general para todo el mundo, porque antes que artistas somos oyentes”, dice el vocalista.

“Empezamos a tomar consciencia recién hace un tiempo, cuando hicimos una gira donde recordábamos las primeras grabaciones, vimos cómo la gente se acercaba y de la manera en qué respondió a esa gira, y nos contaban historias similares a la tuya, hay gente que de alguna u otra manera la música la acompañó en un momento importante. Pero tratamos de tomarlo más livianamente, porque sino sería demasiada responsabilidad”.

Yo sé que el Zoom ha hecho que las conversaciones sean distantes. Pero se hace un silencio. Yo me preocupo y le pregunto a Juliana si tiene algo que agregar. Ella mira a la cámara.

“No. Bueno (…) si bien todo fluyó con un mood muy lúdico, lo que queríamos era estar libres de un género musical y eso genera un feedback liberador. Si quieres estar libre, generás esa sensación en el que te ve o en el que te escucha (…) Una atmósfera de eso que sentiste había, pero nunca hicimos un zoom para hablar de eso, tampoco existía un Zoom”, ironiza. 

Les pregunto si les pasa lo que le pasa a Doja Cat, que se aburrió ya de cantar Say So. Total han pasado 17 años del disco.

Ale dice que no les pasa. Juliana agrega que son una banda pero que también son dos individuos, que lo conversan, pero que para ella lo ideal es que a sus seguidores les encante el show de principio a fin: “Creemos mucho en no planear y en contagiar lo que nos convence”, dice ella. “Somos conscientes de lo que vamos a grabar. No grabamos por grabar”, agrega Ale. “Las canciones que tocamos más seguido son las que la gente más quiere escuchar y cuando estás en ese momento, se genera una magia que va más allá de la canción”. Ahí menciona Don, Yo te diré y Perfecta, cuenta que la gente se prende en cualquier lugar, en cualquier país y eso los deja arriba. 

Juliana empieza a revisar su celular y yo me asusto. La inseguridad de muchos periodistas, me imagino yo, de que si están preguntando cosas tontas o no. Entonces digo: En estos 17 años ¿cuáles son los cambios que han visto en Latinoamérica? Han pasado entremedio presidentas mujeres en Chile, Brasil y Argentina, y un movimiento feminista que sobretodo, en su país, ha marcado la pauta.

“A nivel musical siento que ha habido una apertura y se desdibujaron los límites, al menos donde vivimos, donde era impensado hacer rock con electrónica en un mismo show, pero cuando crecimos como banda vimos cómo esto sucedió paulatinamente. Que la misma banda puede hacer un tema rockero, uno electrónico, un trap. Lo viví no sólo desde adentro, sino como espectadora”, responde Juliana. 

Quedo con gusto a poco.  Siento que es todo muy acotado.

Sobre el complejo escenario político del continente, les pregunto si un artista debe tomar posición ante el avance de los discursos de odio en Estados Unidos, Colombia, Brasil e incluso Argentina. 

Los artistas son personas, cada quien que haga lo que guste”, responde Ale, “la verdad no me parece que todos los artistas tengan que hacer las cosas de determinada manera. La libertad de la que hablábamos al comienzo de la entrevista me parece que tiene que ver con eso: con que cada artista se manifieste de la manera que considere más apropiada y que le resulte más afín”. 

Juliana mira para un lado, para otro, vuelve a su celular. Ante el silencio, vuelvo a preguntarle si tiene algo que aportar. 

No (…) Estoy bastante de acuerdo con lo que dice Ale: el arte para mi es importantísimo en mi vida, pero la política es un tema más importante y más delicado como tema para abordar y hay que saber bien de lo que se está hablando y no hablar por contestar. Yo me atrevería solo a manifestarme, y lo hago en mi vida como individuo, como ciudadana, y cuando no, cierro la boca, leo, escucho a amigos. Pero me parece tan delicado y en la política están en juego vidas, derechos, cosas realmente importantes para que después de hablar de electropop yo tire una frase al voleo para zafar. No me interesa quedar bien, ni quedar mal, sino ser genuina

En eso apareció su gato detrás.  “Él sí tiene una opinión formada, pero no sabe hablar”, agrega. Yo sonrío, o algo por el estilo.

Insisto con la idea. Pero ellos se encogen de hombros. “Es evidente en nuestro arte que estamos absolutamente horrorizados con los actos de homofobia, con la ultraderecha y las frases exageradisimas de odio (…) Eso me parece que es evidente, me sensibiliza un montón, pero a mi realmente me parece que no hace falta que yo diga qué opino con respecto a eso y con lo que he ido manifestando en 20 años como artista (…) Pero ¿esa no fue tu pregunta cierto?”,  y se cierra la entrevista. Decimos chao, terminamos el zoom y veo mi cara en la pantalla negra. 

Le hablo a Claudia, mi amiga de la infancia, y le cuento que entrevisté a Miranda. Me pregunta qué tal salió y en dos audios le resumo las cuatro respuestas y la distancia que genera el comunicarse por computadores. Y tarareo Quiero, del mismo álbum: “Estás tan lejos, aunque te tenga aquí”. La descripción de esta conversación.