Tres días de revelaciones y desafío a la neurociencia. Un Into the Wild chileno en clave lisérgica. Este texto es un viaje y no respondemos por sus efectos secundarios.
por Yugo Boz
Llegué al Cajón del Maipo el viernes alrededor de las 12 con mi amigo Elías Deepman (cofundador de Panal Records). Íbamos en su camio (pasamos a dejar antes a Pablito Chill – E) escuchando Acid Breaks y sus proyectos que están por salir, conversando sobre el raving y las fiestas en las que nos conocimos (las míticas Rewind, plena época del boom del DNB), y recordando por qué y cómo se han generado todas estas micro escenas dentro de las comunidades (lo que hablamos sobre fragmentación).
Salí de mi casa con un bolso matutero con ropa (todo de cambio menos zapatillas, que era lo más importante; esto lo supe a la mala después) y una caja de avena (y yoghurt sin sabor), una frazada gruesa king size con un print de leones y una carpa para 8 (que pesaba unos 40kg), la que llevé solo por si acaso. Lo quise mantener simple, pero pasé por alto factores fundamentales que solo la experiencia me permitió reconocer.
Cuándo llegamos estaba sonando Daniel Jeffs. Me sentía un poco nervioso, porque sabía que habían personas iban a asistir y que podían influir en el desarrollo de esos 2 días, pero de a poco empecé a reconocer caras familiares y gente nueva que, al verme abrigado hasta la nariz con una corta vientos Surf Style (vi al menos 3) con mi Olympus colgando del cuello sonreían, me ofrecían un trago de su cerveza (el cual muy agradecido siempre acepté) u otras cosas (que por supuesto, también lo hice).
Me acerqué a la barra y reconocí a mi amiga Fefi, que al rato me dijo “¡Anda a ver a Mika Martini! ¡Es mi favoritooo!”. Partí hacia allá.
A medida que avanzaba la noche, gente empezaba a aparecer y yo, sabiendo que Elías se movería en algún momento de la madrugada de vuelta a la civilización, opté por reunirme con quienes conocía y mover mis cosas a algún terreno al que pueda aterrizar cuando se acaben el efecto de las sustancias que me invitaron (desde ahora en adelante omitiré las cervezas y joints y tabacos, ya que iban y venían. Hasta ese momento, tenía medio “Dominó” en mi cuerpo.
Me moví por todo el lugar, hasta encontrar las ambientaciones del “Hombre de Luz“; telas fosforescentes, arreglos florales, luces y graffitis que rodeaban una mesa y bancas ubicadas a la orilla del río. Al otro lado de este río, estaba el camping de los amigos que me encontré allá.
En el transcurso de la noche sentí que escuché a ATOM muchísimo rato, pero no me molestó. Personas venían desde la pista medios cansados del drone techno que hace con Domingo, por lo que llegaban donde estábamos nosotros y así crecía el equipo. Ahí me encontré con otras amigas y una me invitó a beber Fireball (una suerte de Whisky de canela, dulce y picante a la vez. Muy fácil de tomar sin mezclar. <3 Shout out a la Mary y la Lily <3) directo de la botella.
Bebimos mucho, lo suficiente para desmentir el mito escolar raver del “Ecstasy alcohol equals instant death“, sin mencionar que hubo mezclas de CK1 y Silvers incluidas en la ecuación, además de las míticas botellitas de gas dilatador nos dieron los aires para continuar la noche.
Recuerdo con amor el set de Kami Govorčin. En el viaje hacia allá, Elías me mostró cosas nuevas que estaban sacando. Recordé cuando ensayábamos con la Kami en las CDJS del Sean. Recordé épocas en las que no todo era house & techno. Recordé muchas cosas, y me emocioné de estar donde estaba. El júbilo me llenó cuando al final de su set elevó el BPM para dejar sonando unos breaks tan limpios y acelerados, que noté como algunos bailarines se rindieron al no percibir un 4×4 en menos de 130 y de a poco aparecían almas junglists que seguían moviendo los pies y hombros.
Cuándo acabó me dije “Ok, a la cama” y camino a nuestro camping, metí un pie al río.
Zapatilla completa mojada + pocos grados (cajón del Maipo en la madrugada) era resfrío seguro. Corrí a la carpa. Otras almas ravers me abrieron un espacio y acobijaron para calmar el tiritar de mi cuerpo y tapar mi pie húmedo.
Recuerdo estar consciente gran parte del tiempo, aunque dormí muy poco. De hecho, recuerdo haber estado con los ojos cerrados dentro de la carpa mucho rato imaginando cosas para entrar en modo sueño, sin éxito alguno. De a poco, el techo de la carpa se aclaraba y el calor confirmaba que había comenzado la jornada diurna en Bosque Libre. Ahí me puse de pie, busqué mi tabaco y salí a enfrentar el sol. Algunos metros más allá, estaban lxs chicxs del campamento reunidos, bebiendo cerveza, fumando, aspirando y comiendo frutos secos, pan y agua del río.
Me convidaron alimentos, humos y sonrisas. Así volví a mi mismo y me recuperé un poco de la noche anterior. Eran como las 10, y aún estaba un poco frío, pero a las 12 ya estábamos triturando media plateada para hacerlo rendir entre cinco. Conversando sobre frecuencias nos conocimos y conectamos. Esto se lo atribuyo no solo al dulce, si no a la ausencia de señal que significa la falta de dispositivos de comunicación, asegurando una experiencia de desconexión con la vida cotidiana que permite a extraños sincronizar y concentrar su “energía/actitud” en favor de la buena onda. Realmente despreocupados.
Después de esta situación, pasaron al menos 25 cabras y ovejas río abajo. No sabía si eran de verdad hasta que me acerqué, las oí balar en rebaño y las fotografié.
Con el alma llena salí a ver como de a poco llegaba más gente y otra resucitaba. Ver como el escenario se restauraba, como lxs chicos del graffiti continuaban con sus obras, la barra se activaba y los servicios alimenticios recibían a aquellos que solicitaban nutrientes para continuar en movimiento. Fui a pedir un bowl y una cuchara para comer mi avena con yoghurt, lo único que necesitaba para que me siguieran pegando las bondades farmacológicas que todo rave trae consigo. Volví al campamento, “almorcé” mi avena y fui río abajo a buscar agua y ver qué sucedía. Allí me encuentro con mi amigo Alpha S. que se presentaba el sábado.
Lo abracé y hablamos un rato. Luego, lo dejé instalarse mientras no cabía en mi propia felicidad de escucharlo (llevó un set de perreo raver INCREÍBLE). Me instalé frente a él a levantar polvo con mis movimientos pélvicos y pisotones en la tierra. Es curioso perrear solo, en un rave, a las 01:20 de la tarde, pero me invadió la alegría cuando otros amigos se acercaban a bailar también y me preguntaban “¿Quién es él?” y yo les decía “¡El Alphita! ¡Mi homie tiene altos beats!”, mientras seguíamos bailando este tribaleo vandálico con que el Baltita abrió la segunda jornada.
Luego de eso, y unas setas, nos quedamos pegando con T-Fried y mojando el suelo para aguantar el polvo del cerro. Al rato fui a buscar agua (y otro poco de avena) y llegando al río de vuelta a la carpa encuentro (por nuestro lado del campamento) una culebra de unos 15 cm con una lagartija en la boca. Viva. Moviéndose.
Al ver la lagartija con sus pies y garras intentando rasgar los ojos de la culebra, esta pacientemente esperaba cada latido para apretar más mientras la presa se le agotaba la respiración. No pude evitar pensar en un millón de metáforas, pero solo grité.
- ¡VENGAN A VER ESTOOOO!
A medida que se acercaban un par de transeúntes del bosque, mi expectación me llevo a retratar fallidamente la escena de la cruda naturaleza. Después de eso, me fui a acostar.
De lejos escuché los sets del Johano, Alisuu, Daniel Klauser, Lamaze y VNZO.
Antes de la medianoche, salí de la carpa (todavía con el cuerpo vibrando del “aliño completo” que nos pusimos en la mañana) y logré entrar en el set de Alejov, intentando sacudirme el frío y el cansancio (dada la poca alimentación y sueño con la actividad cerebral a mil) .En mitad del set de ngly, abdujo mi atención una amiga corriendo lejos de la pista de baile. Estaba en problemas de dosis (de todo) y le pregunto si quiere beber agua. Llenando botellas en el río nos quedamos conversando del raving, y sobre cómo el estar conectados nos permite a la vez estar pendiente de los otros: cuidarse la espalda entre pares es hacer comunidad.
Al rato de mirarnos y reírnos, me dice “Vamos por un trago”. Accedí, a pesar de su estado. Llegamos a la barra, compró una piscola. Me dijo: “Tenme el vaso que voy al baño”. No la vi hasta la mañana siguiente.
Eran las 8am, Andrea Paz me tenía con las patas hinchadas de patear el suelo y el farmacocktail que me puse no me permitían cerrar los ojos. Aun así, me fui a dormir.
El domingo a las 12 ya estábamos en pie. Algunos empezaban a irse, otros llegaban, pero la mayoría sabía que quería quedarse ahí para siempre. Era como estar en la película La Playa, mi película favorita. Mientras todo decantaba lentamente hacia el cierre con los sets del Gab, Valesuchi, Perrison, Matias Rivera cerró ceremonialmente el último bloque de baile.
En silencio absoluto terminamos de contemplar el paisaje y recordar momentos ocurridos hace horas como si hubiesen sucedido en nuestra adolescencias; desarmamos las carpas, enrrollamos los sacos y cargamos la camioneta.
No tuve que abrir mi carpa, no tuve que preocuparme de caerle bien a nadie, no tuve que preocuparme de nada más que de ser yo y transmitirle lo que tengo a quienes me rodeaban. Todas las personas con las que conecté estaban en la misma, siendo ellos mismos, siendo auténticos. Esa libertad no se da sobre el concreto. El “qué dirán” que rellena los rincones de clubes donde no cabe un alma cuando toca el diyei de moda. Esa libertad solo aquí es real, donde podemos distanciarnos de la sistematización urbana diaria, sumergirnos en la naturaleza y expresarnos libres y segurxs, porque entre todos nos estamos cuidando y velando por el bienestar del otro, para que podamos seguir bailando.