por Sebastián Herrera
El cruce de los ritmos, la lectura de la palabra y el sonido; el dialogo que permite una atmosfera, paisaje más amplio; cruzar y mutar, el mestizaje que difumina los elementos. A estas alturas parece redundante, sin embargo, quebrar los formatos, estéticas, disciplinas no es una necesidad, sino una exigencia. Que ningún sentimiento amanezca en su casa, es el trabajo que unió al músico, Enrique Elgueta (Maifersoni), y el poeta Juan Santander, lanzando, a través del sello Fisura, un disco sutil y delicado, que encuentra posibilidades imaginativas en el quiebre y disolución de fronteras diciplinares, para dar amplitud y complicidad.
Son diversas las visitas que existen en esta materia, me refiero al cruce de la literatura y música o, más bien, en la evidencia de esa congruencia. El sentido rítmico y musical siempre ha habitado la poesía y a la escritura en general, por ejemplo, la narrativa de Kerouac, en El camino; la de Burroughs, con su Cut / Up, de Almuerzo al desnudo; los poemas de Tala o Desolación, de Mistral; o en el Paterson, de William Carlos Williams.
Esta relación es reciproca, en la música también encontramos esa exigencia, la presencia de paisajes, colores e imágenes, desde Coltrane, con su A love supreme; pasando por la emotividad de Take care, take care, take care, de Explotions in the Sky; o continuando con los sonidos ambientales y el IDM, del sello Warp; entre otros múltiples ejemplos.
Demás está enumerar los felices encuentros entre músicos y escritores, como lo hecho por Cobain y Burroughs, en The Priest they called him; o los trabajos de Patti Smith, tanto literarios como musicales; o de John Cage, con sus libros La charla sobre nada o Indeterminación I y II; o el crossover del álbum The Peyote Dance, de Soundwalk Collective. Enumero todas estas piezas, autores y músicos, no para compararlos estilísticamente, porque quizás no hay similitud o, más bien, hay una manera de acentuar una comunión y desprejuicio de la forma.
El disco permite contemplar la organicidad del texto ingresando en el sonido y viceversa; un diálogo común que ha encontrado su propio lenguaje: la delicada agudeza con la que crea atmosferas, silencia, ambienta y acompaña, Maifersoni; al mismo tiempo que imagina, territorializa, acostumbra, y acerca, Santander. Dos voces y formas que se disuelven para conformar un relato, en el que prima el paisaje que ambos habitan en media hora, tres partes, un texto, voz y una guitarra eléctrica, que viaja y construye la fragilidad de cada verso, permitiendo armar una postal, palabra y paisaje.
Cruces, ambientes y construcciones desplegándose sin medir su forma, encontrándose en las proximidades de los poetas del Lenguaje, como Hejinian, Bernstein o Silliman, la poesía lárica de Teiller, o escrituras como la de Moltedo; estéticas, formas y voces que se mezclan en cadencias musicales y construcciones sonoras, que no buscan más que la imperiosa necesidad de construir un mundo a las palabras y narrar un paisaje para la música.