por Sebastián Herrera
Leer un contexto como quien lee una cartografía; la ruta que se desenvuelve conforme los acontecimientos se presentan. Antes, la memoria, el sí que inundaba lo que hoy estalla. En Sirens pudimos ver esa estética: una lectura de la transición erigida desde la arquitectura, monumentos y edificaciones que cuentan el relato agrietado y que, lentamente, se comienza a quebrar.
Ahora, en momentos donde lo que se anuncia se parte en pequeños pedazos, este disco se construye como un medio, un posible signo de resignificación donde, el espacio sonoro pone las ideas en suspenso y contempla un imaginario que se presume acabar.
Cenizas, el último trabajo de Nicolás Jaar, es urgencia contingente, la respuesta de un mundo enfermo, virulento y encerrado, que encuentra en el experimento, sutilezas y atmosferas, las cadencias necesarias para que, susurros y pequeños ensayos del sonido, hilen los dispositivos en el que se transforman cada track.
Un disco y un documento, el registro tangible de lo que se disputa y construye: el encierro y redención del cuerpo -cultural y político-, cuando se confronta a sí mismo. A través de secciones, búsquedas materiales -citas y otras narrativas (Coltrane)- se invoca el relato que se niega a olvidar.
Resensibilización de atmosferas y quiebres sistémicos; hackeos de lenguajes exógenos que, como un virus, se internan recodificando las estructuras: sonidos suaves y construcciones que aparentemente buscan estallar, pero que se suspenden a la espera de ese imposible que se avecina. Ahí, en la dilación, se encuentra lo fulminante, el inédito ahogo que reasenta el alma en su encuentro material.
Indagación tribal, beat insistente, búsquedas psicodélicas, o jazz espiritual, formas en disputa que dan cuenta del diálogo y conciliaciones resultantes de un album coral, donde las voces -predecesora, actual y futura de Jaar- se hallan y hacen lectura de su contexto e imaginario posible: la muerte estética de la transición, que se confronta con las inapelables resensibilidades del cuerpo.