Cada vez son más razones las que confirman que la rabia por tener que pasar la vida completa pagando una deuda al estado, por una decisión que a los dieciocho años te pareció lo correcto, está absolutamente fundada.
Carreras insosteniblemente largas, de calidad muchas veces cuestionable y aranceles ridículos con misteriosos destinos (porque el cuerpo docente está conmigo en la certeza de que no es precisamente a su bolsillo a donde se van los millones) es lo que tiene al 99% de los chilenos con más úlceras que sonrisas.
Mi bella y sabia madre consideraba que el salto entre un colegio privado legionario de Cristo y la carrera de teatro sería quizás demasiado radical y me pidió, con ojitos de gallina preocupada, un año de otra pista como pasillo.
Es lógico que el mejor desempeño de una profesión radica en la dedicación. Igual de lógico parece asegurar que, de ser alimentada por la pasión, la dedicación de seguro ofrece su mejor desempeño. Ha llegado el momento de torcerle el brazo al amargado ese de Calamaro y demostrarle a mamá – con respeto siempre – que sí se puede vivir del amor.
Me puse al servicio de la ciencia y a modo de experimento decidí revelarme a la secuencia impuesta y no aplazarme al servicio de un cartón.
Ya en cuarto medio venía entendiendo que la temporada colegial se había extendido demasiado, pero esperé. Mi bella y sabia madre consideraba que el salto entre un colegio privado legionario de Cristo y la carrera de teatro sería quizás demasiado radical y me pidió, con ojitos de gallina preocupada, un año de otra pista como pasillo. Y me aventuré entonces a averiguar cómo funcionaba el mecanismo de la publicidad. Me entretuve, aprendí algunas movidas de nombres técnicos. Pero mi tiempo en la escuela se acabó antes del año.
Dediqué tres años y medio al intenso y maravilloso ejercicio de la escuela teatral hasta que tuve que destinar mi tiempo completo a conflictos personales. Había que “cerrar algún ciclo universitario” así que aposté los dos años que restarían por la profesión de la fotografía. Al año perdí el respeto por la institución y ya en el tercer semestre decidí dejar de depositar mis números (tiempo y pesos) en la paciencia por un título. Pero seguí aprendiendo con mis compañeros mientras jugaba a modelarles. Y estudié técnicas de la danza.
Después invertí el tiempo en aprender del sueldo estable. El ejercicio de la práctica laboral. Esos “trabajos de mierda” donde se aprende de clientes y equipo. Antes de que se me fuera el tiempo en eso estudié de otras danzas, de la edición de fotolibros, de encuadernación hasta de astrofísica en el cerro Calán y de oyente en la Chile. Desde la poética del asunto, por el mero placer de aprender. Me entregué a escribir un libro, estudié de la doma racional equina.
Y cada práctica profesional en la que he estado me ha servido de escuela más que de billetera. Porque este respeto al disfrute me ha regalado las mejores oportunidades del escenario laboral en cada disciplina que me ha despertado curiosidad. Y me ha pagado las cuentas, me ha hecho viajar. He vivido perfectamente la vida independiente como ciudadana en esta sociedad.
Y no niego que un ingeniero civil debe demostrar que entiende cada detalle de cada paso que da en sus obras pero un doctor va a estudiar toda su vida.
A mi parecer el experimento ha dado resultados positivos. Hay que atreverse no más yo digo.
#todossomospilarsordo