La serie de Jenji Kohan comienza su transición hacia el fin con una temporada que sorprende por la razones correctas.

Seré breve: nunca una temporada de OITNB había generado tan pocas expectativas como la sexta. Ya, puede que hable desde lo más banal que otorga el conocimiento próximo relacionado a las opiniones de amigos y cercanos que son fanáticos de la serie, pero tengo un punto que reafirma esta apreciación.

La quinta temporada -donde los sucesos transcurren durante los tres días que dura el motín en la prisión de Litchfield- dejó tanto al público como a la crítica decepcionados. No hablamos de una mala temporada porque la calidad actoral se mantuvo impecable como siempre, pero en términos argumentativos, entregó una conclusión que se veía venir: Orange Is The New Black está estirando su fórmula hasta el punto de convertir la producción en una serie de sucesos irrelevantes poco creíbles.

Sin embargo y contra todo pronóstico, la sexa temporada devolvió los elementos que hicieron de esta serie un fenómeno cuando se estrenó el 2013, a pesar de que las repercusiones a pocas semanas de su lanzamiento han sido tibias. ¿Dónde quedó el énfasis de los fanáticos para celebrar las resoluciones de una de las series más completas de la última década?

Sin ánimos de spoiler, debo desglosar los últimos acontecimientos en esta temporada para dar a entender su importancia dentro del desenlace de los hechos: tenemos a las reclusas separadas en secciones diferentes de la cárcel de máxima seguridad de Lichtfield conviviendo dentro de un sistema durísimo que las posiciona en el último rango carcelario haciendo que la prisión de mínima seguridad, dónde estuvieron las cinco temporadas anteriores, parezca un espacio repleto de privilegios (aunque claramente no lo era).

Créditos: Variety.


Acá las reclusas deben encontrar su lugar en medio de jerarquías establecidas por dos hermanas que tienen el control de los bloques más importantes de la cárcel de máxima seguridad.

La buena noticia es que tenemos personajes nuevos lo suficientemente intrigantes como para suplir la ausencia de quienes faltan. Además, el rol de Piper ocupa un lugar decorativo para poner énfasis en el juicio de Taystee (Danielle Brooks) por el motín de la entrega pasada y las personas que intentan ayudar a que no sea culpada de homicidio.

Esto más la displicencia de los guardias, la intromisión de quienes se encuentran fuera del sistema tratando de ayudar mediante formas poco ortodoxas y el negocio sin ética existente tras las condenas de las acusadas, transforman los 13 episodios de este tiraje en uno de los más fieles a sus inicios argumentativos a diferencia de la seguidilla de hechos fortuitos que ocurrieron con anterioridad.

OITNB tuvo como premisa inicial poner énfasis en la inclusión y dar a conocer la discriminación penitenciaria en el sistema americano a través de los ojos “privilegiados” de Piper Chapman -protagónico menos querido desde que nos dimos cuenta cuan mala influencia era Carrie Bradshaw de Sex and the City-, y en esta temporada deja de lado ese foco protagónico y logra su cometido siendo la mejor forma de despedida (sí, tal cual).

Los productores confirmaron una séptima temporada, pero no están seguros si habrá una octava. Si viste el último episodio de esta temporada, entenderás por qué. Sin embargo, se ha propuesto seguir con la serie teniendo como protagonista a otro personaje de la trama que podría ser Red, Alex o incluso Taystee.

Pero lo anterior son especulaciones detrás de la veracidad que presentó la sexta entrega donde se demuestra que la humanidad tiene espacio en un sistema injusto y racista que acentúa sus falencias en plena era Trump, y cuando sacamos estas conclusiones, no estamos seguros cuán dispuestos estamos a despedirnos de OITNB.

La sexta temporada de OITNB está disponible en Netflix.