En menos de una semana, y con simples gestos, quedó en evidencia que la épica del triunfo aplastante y conmovedor del Apruebo no pudo imponerse a una de las características principales de la sociedad de consumo: el individualismo. 

por Vadim Vidal

El mes crucial para la inscripción de candidaturas sólo aceleró los hechos: un senador decidió por sí mismo postularse a constituyente, sin preguntarle a nadie más que a su propia noción de deber público, menos aún a sus votantes que supuestamente son el sustento de su rol de parlamentario y dejando de paso sin senadores votados en urna a la región que dice querer representar. 

Pero donde el individualismo campea es en el tema independientes.

¿Hay algo que sustente las candidaturas de un par de escritores de best sellers además de su propio afán de trascendencia? De la noche a la mañana decidieron por sí mismos refundar la República, sin representar mayormente a nadie, con más vanidad que soporte ideológico.

Justificándose diciendo que habían recibido ofrecimientos de varios partidos antes de decidirse por uno, dejando en claro que más que proximidad de ideas fue más bien un ejercicio de vender caro su posicionamiento de marca. 

Está bien. Se supone que la constituyente debe reflejar la diversidad de la sociedad, y que esta sobrepasa a los partidos por todo lo ancho. Pero es cosa de revisar el listado de candidatas y candidatos independientes más visibles para verificar que se trata en su mayoría de profesionales sin mayores lazos con la reivindicaciones políticas de los últimos 16 años.

Profesionales serios y valiosos del mundo de las ONGs y la responsabilidad social empresarial, que queriéndolo o no, se arrogan la representatividad de la sociedad civil en pleno, obviando sus evidentes ventajas comparativas con otros listados de independientes sin estas credenciales. Una élite que pretende reemplazar a la élite política bajo la nueva prueba de blancura llamada independencia. 

Esta semana, a su vez, se desató la guerra por los patrocinios, una especie de black friday de la buena conciencia, donde con simples pasos y desde la comodidad de tu hogar puedes “adoptar” un independiente sin saber mucho más que sus apellidos y algunos lineamientos base. Ahorrándose, quienes entregan sus firmas, tediosas reuniones y deliberaciones, y quienes las piden, el trabajo de convencer y sumar fuerzas.

Apoyar sin participar. Ahorrarse la política en tres simples clicks. 

En este ofertón de temporada se premian las biografías por sobre postulados o militancia social. Para ser elegido hay que demostrar bondad/compromiso/sufrimiento.

Como en esos concursos gringos donde se premia al profesional más esforzado, demostrando el tortuoso camino que siguieron para surgir, pero dejando en claro que las condiciones sociales en las que se desarrollaron son inmutables, o solo importan para engrosar sus biografías. 

Dentro de esta carrera por dotar de independencia a la constituyente, también existe la queja del consumidor que reclama que el producto que quiere patrocinar no se dió el tiempo de venderse mejor, lo que dificulta la compra. Una simple web, una biografía, un Docs con sus postulados básicos. Lo que demuestra el desigual acceso a este nuevo producto de consumo llamado representatividad: los independientes más visibles suelen ofrecerse mejor, la hacen fácil. Y eso se debe al hecho corroborable de que poseen mayor capital cultural, redes de influencia y acceso a financiamiento.

Lo que debiera ser la elección más política de nuestra generación carece casi por completo de contenido. Falta política y sobra marketing. Falta noción de comunidad y sobra culto a la personalidad. En el horizonte constituyente se ven individuos queriendo ser constituyentes, más que ideas sobre las cuales constituir un nuevo relato social. 

Ojalá el pueblo tenga la capacidad de sorprendernos como lo hizo el 18 y el 25 de octubre y se imponga como un todo, aunque sea informe, a esta vacia suma de individualidades. Aunque, al ser un proceso atado a la lógica parlamentaria (por algo se hizo así), hay muy poco espacio para un tortazo popular. 

El consuelo es que la constituyente no es el fin de un camino sino el inicio de un ciclo político mayor, que puede abrir campos en disputa. Porque de eso va el 11 de abril: de configurar nuevas relaciones de fuerza, no el cliché descafeinado de levantar “la casa de todos”.