El cineasta en cuarentena compara las pancartas del estallido social y los de hace 50 años durante el lanzamiento de este diario de rodaje que es documento histórico y una clase de cine de guerrilla.
Desde Francia, el director de cine Patricio Guzmán (Nostalgia de la luz, El botón de Nácar) asistía por las noticias al devenir del estallido social chileno el año pasado.
A través del noticiario, Youtube y videos de redes sociales rememoraba las pistas de sus trabajos más recientes que mostraban que la chispa de la mecha ya se había encendido. Una espontaneidad y protesta callejera que, a primera vista, se parecían mucho a sus trabajos documentales posteriores al triunfo de la Unidad Popular en 1970, pero con un cariz distinto.
“En Europa todo el mundo se sorprendía de que Chile organizara un plebiscito en medio de una mediocridad política que es general en todas partes. Esto lo ha tornado un hecho único, excepcional. Creo que los últimos meses de movilización social y debate constitucional son un momento de búsqueda política, de despertar político y de movimiento general estupendo, pero que no es comparable con lo que pasó en la época de Allende. Sí es muestra de un ambiente similar de inquietud que es bueno que se recuerde”, plantea.
El director de la inminente La cordillera de los sueños (2019), describe ese entorno que también viene grabando desde el año pasado como una especie de granito similar al que usó para esculpir La batalla de Chile, con el mismo peso específico compuesto por los mismos actores y alegría en las calles: “Suelo ver a la gente a la que conocimos y acompañamos en las calles, fábricas y reuniones barriales por entonces”, dice, aunque reitera que la historia puede ser cíclica pero no cromosómicamente idéntica.
“Este despertar social tan importante hoy no debe ser confundido con lo que muestra La batalla de Chile” dice.
“Lo que moviliza a la sociedad chilena actualmente y la defensa masiva de un gobierno de izquierda por parte del pueblo -que fue lo que sucedió hace 50 años- son situaciones muy diferentes. Lo que acontece es una ventana que se abre para limpiar un ambiente de encierro, algo que aún no plantea un cambio social”, explica durante el lanzamiento de La batalla de Chile: historia de una película (Catalonia), una bitácora que compila la trastienda de los años de filmación del influyente documental.
Este diario de rodaje incorpora imágenes del proceso, la trastienda de un trabajo compuesto por casi dos años de filmaciones, cinco de edición, las estrategias para mantenerse incógnitos todo ese tiempo y proteger el material de los allanamientos además de los guiones de los tres documentales que componen La Batalla de Chile.
El director sostiene que todo esto es una “simple crónica de lo que sucedió mientras hacíamos nuestra película”.
Deja para la lectura pormenores de la historia como la manera en que el documentalista francés Chris Marker gestionó los 50 mil metros de cinta necesarias para el trabajo, el período de montaje en Cuba dónde el propio Pedro Chaskel debió reparar la única editora en 16 milímetros disponible. Patricio Guzmán reflexiona también sobre esos años en que asistían cuadro a cuadro a las imágenes de un país ya destruido por la dictadura de Pinochet y sin saber por dónde partir.
“Entramos en este material muy lentamente para encontrarle un sentido. Poco a poco empezamos a montar secuencias sin ninguna estructura y yendo por las partes más que por el todo. Al final del esquema cronológico -que era lo único de lo cual podíamos agarrarnos- completamos una primera versión de más de 3 horas sin darnos cuenta de que ese material sólo podría ser proyectado en tres películas”, recuerda acerca del o rigen de “La insurrección de la burguesía” (1975), “El golpe de estado” (1976) y “El poder popular” (1979).
Un estado limitado
Décadas más tarde Patricio Guzmán haría hablar al océano, las estrellas, las montañas y a un botón de nácar para abordar nuevos aspectos de la historia reciente chilena. En esta búsqueda de la memoria, cree que el mensaje que el coronavirus podría enviar al mundo también debería ser escuchado.
“La pandemia es una desgracia universal que trae consigo nuevos relatos. Creo que saldrán muchas historias de esta pausa, pero creo que esta emergencia sanitaria no ha sido capaz de paralizar los procesos políticos, afortunadamente. Por eso estamos acá hoy. En plena pandemia asistiendo a una transformación que asombra al mundo”, explica acerca de este otro trance que le ha permitido entrevistar a jóvenes chilenos en los que asegura encontrar el entusiasmo y claridad de los protagonistas de su obra de hace medio siglo.
“Podríamos parar un documental diferente con las conversaciones con cada uno de ellos. Es algo que me emociona mucho”, cree.
El autor permanentemente se ha mostrado crítico de la manera en que Chile gestiona sus fondos de cultura y políticas públicas: “Chile siempre ha tenido una imagen cultural muy interesante para el resto del mundo. Su cine, su literatura, su teatro y las artes plásticas son muy reconocidas a nivel internacional y en ese sentido, estas manifestaciones deberían ser apoyadas por leyes y una actividad cultural centrales. Desgraciadamente es el Estado el último en enterarse de lo que está sucediendo con su arte, como si no existiera una consciencia de la importancia de las artes y su impacto global. No es algo reciente, sino un fenómeno de mediocridad que también fue propio de la transición y que da cuenta de un Estado bastante necio, limitado e inculto en ese aspecto. Es de esperar que una nueva Constitución considere un espacio relevante para eso”.
La batalla del found footage
El cineasta y documentalista Miguel Ángel Vidaurre, concuerda en que si bien la forma de la movilización social durante la Unidad Popular y la posterior al 18-0, tienen fotogramas parecidos, la experiencia y contexto es diferente.
También el acceso al registro audiovisual. “La batalla de Chile es un proyecto planteado desde una perspectiva ideológica desde un inicio, siguiendo las huellas del cine directo. Es una crónica histórica o aún más, un fresco épico. Por otro lado, la mirada de la movilización actual es fragmentarista, ideológicamente inestable y sin un foco definido, lo cual -para mí parecer- no es malo. Es algo que tiene que ver, más bien, con una crisis generalizada de confianza en las ideologías y sus proyectos, la mayoría de ellos fracasados en el siglo XX, como también por un proceso de pérdida de control de los aparatos técnicos. Cualquiera puede registrar, literalmente hasta un niño. Sin embargo, no cualquiera puede ni quiere construir un discurso con esos materiales”, agrega sobre la influencia histórica de La batalla de Chile.
Finalmente, la tarea que plantean los terabytes de imágenes dispersas sobre la movilización social actual plantea la problemática de quién se hará cargo de ese material. “Ahí entran en juego los apropiacionistas, recopiladores e intérpretes de materiales ajenos”, cree el director de la Escuela de Cine de la UAHC.