A dieciocho años del estreno de la adaptación de “American psycho” de Bret Easton Ellis, es conveniente detenerse a fantasear sobre las costuras de un escenario improbable pero extrañamente cercano y chileno. Porque ese yuppie neoyorkino fascinado por los asesinatos en serie, el canibalismo y las marcas de lujo, pareciera encajar perfectamente en la abrumadora decadencia de hoy.

Tal vez Patrick Bateman nació acá y en su partida de nacimiento ese dato fue omitido convenientemente, o quien sabe si el tipo iba y venia entre NYC y SCL y decidió mudarse acá a pasar el resto de su vida holgado por el anonimato. Todo este reseteo coronado en un cumpleaños organizado por la elite donde PB sería cariñosamente apodado como “El gringo”. Un señor fachero con un pasado incierto, pero con una cuenta corriente grosera (Como debe ser en esos casos), ese sería el éxtasis indiscutido de las señoras protagonistas de la vida social couché. Tener a un Patrick Bateman dispuesto a campear en el almuerzo familiar del domingo.

Niños abusados devenidos en antisociales, mujeres mutiladas por sus parejas, ancianos que mueren de hambre y frío en habitaciones húmedas y pestilentes de olvido. Un tríptico no apto para promocionar en Sernatur, en contraposición al díptico lumínico con la gula de las inmobiliarias y de un retail ofertando créditos de consumo descontroladamente. Mientras en la consulta del piso de arriba, un psiquiatra firma, timbra y despacha en cadena otra receta por Lexapro, Rise o Sucedal, la primera de muchas en un una jornada horrorosamente asfixiante para cientos de compatriotas.

Así es un día normal en un Santiago de Chile alarmado por los vecinos migrantes, pero no así por un estado de derecho vulnerado al liberar en condicional a procesados por lesa humanidad.

Suena a un réquiem compuesto por el neoliberalismo y las herencias provenientes del yugo militar. Pero en el caso de Patrick, resulta ser el salvoconducto ideal mientas recorre las autopistas concesionadas deslizándose con prudencia, de seguro pasa los fines de semana en el spa de la Hacienda Santa Martina. Siempre y cuando no amanezca aborreciéndolos a todos y con sabor a yodo en la boca (Los viejos hábitos nunca se fueron). Cuando esto sucede, el ex bróker de Pierce &Pierce se queda en casa a mirar Netflix sin asistir con mayor disciplina a las series elegidas, lee las ediciones impresas de El Mercurio, La Tercera y Qué Pasa y reacciona a todo con una mueca de desprecio. Es obvio, todo esto le parece una chacra, pero una lo suficientemente confortable para no ser descubierto por algún periodista suspicaz de sus movidas.

Aunque según Bateman, todos los días son más de lo mismo en el asfaltado pulcro del eje Las Condes-Vitacura.

A veces almuerza solo en su departamento con vista a Kennedy, una señora sureña compartida por unos amigos suyos, se comunica con comandos justos y precisos al indicarle cuando el aseo está hecho y el menú semanal queda dispuesto en recipientes sellados dentro del freezer. Otras veces agenda un encuentro con un amigo en las veredas de Isidora Goyenechea (idealmente el Don Carlos o Nolita) y se entera de algún chisme (O varios) mientras recibe insistentes invitaciones en los grupos de Whatsapp a los que ha sido añadido a regañadientes.

-“Al gringo lo quieren mucho acá, es un gallo noble y con muy buen gusto al momento de agasajar a los suyos”-. Eso se supo en off de boca de uno de los integrantes del círculo de hierro del reconocido psicópata en aparente retiro.

O eso era lo que convenía pensar, al menos para quienes frecuentan con él y ya elucubran sospechas sobre el amigo americano.

“El gringo es de esos weones raros, pero tan entrador y con toneladas de clase que da lo mismo su pasado en Estados Unidos, además una caída- si es que la tuvo- la tiene cualquiera, mi viejo”. Transcendió según habría sentenciado otro acaudalado empresario del rubro farmacéutico, famoso por invitarlo a veranear en el borde de Rocas de Santo Domingo.

Un muerto más, un muerto menos, Bateman ya sabe como funciona todo acá, se demoró poco en aprender el alfabeto social de los chilenos. Se siente seguro al saber que un homicidio sin resolver no tendrá mayor transcendencia que la de un trending topic de Twitter. La gente acá comparte una noticia y la divulga con rabia espumosa, indignados ante la desprotección del aparato judicial. Un edén latino elaborado a mano para sus ansias de sadismo y donde, con el tiempo, la capacidad de asombro vertida en Twitter, se descompone a la velocidad de un hashtag como una mohosa reliquia de museo.

Si bien los cadáveres ya no se apilan con el volumen de antes, tampoco es que se haya dejado estar. Cuando el deseo lo carcome, sube a su Porsche Cayman de hace unos años y sigue las instrucciones de la voz mecanizada de Waze, sus terrenos elegidos son la periferia, sin dudas.

Pero no siempre anda de cacería real, algunos de estos asesinatos se escriben en su cabeza, fantasea más de lo que concreta y la desmemoria a veces nubla la veracidad de los hechos consumados versus los imaginados.

Desde esa fusión corto punzante se mueve PB.

“Nadie echará de menos a estos rotos”, dice el gringo en sus pensamientos. Usa “roto” por aprendió a confundirse como uno más entre los suyos, pese a que su fenotipo y acento lo delatan más veces de las esperables. Y así se debaten sus noches, cuando no está buscando alguna escort (validado por media pastilla de Viagra de cincuenta milígramos), está disparándole en estilo ejecución a sus seleccionados; se trata de niños, mendigos, haitianos, ancianos, mujeres trans o en último caso, de chicas jóvenes en espera de la micro (O de un Uber con retraso) en algún paradero mal iluminado.

Esta es una de las pocas cosas que todavía llaman la atención del viejo Patrick, ¿Cómo en una sola ciudad pueden cohabitar la calidad de vida de Dinamarca con la miseria de la República Democrática del Congo.

Y todo unido por una autopista y en un cuarto de hora.

No es que le importe, pero le intriga el separatismo tan bien asimilado por los chilenos.

Con el cañón aún tibio, el gringo se desvía hacia Bellavista o Plaza Ñuñoa antes de enfilar hacia su domicilio, no piensa en bajarse, suficiente tiene con las miradas babosas encima de su Cayman, esas mismas de donde saldrá más de algún entusiasta para tomarle una foto en modo nocturno a la carrocería en movimiento.

Solo quiere mirar, mirar a esa flota de post adolescentes y adultos jóvenes distendidos por la cannabis o embravecidos por la cocaína. Nada le interesa menos que volver a sentirse así. Prefiere la lucidez y continuar manipulándolos a todos, entiende perfecto las razones del desembarco y la normalización de las drogas. Todo obedece al corolario de un país feroz en su inequidad, en su dureza, en su precarización.

-Cuanto mejor así-, piensa el gringo rumbo a su departamento. Se maneja bien con Spotify, entonces elige un one hit wonder para evocar resplandores gotereados de sangre y semen; Voices carry, de ‘Til Tuesday comienza a sonar transportándole las calles del Upper East Side a esa escenografía tipo playmobil a escala de Manhattan. Pasa por fuera del W y piensa en tomar un trago en el Red2One pero le gana la apatía, no quiere toparse con aspirantes a socialités de Instagram riendo escandalosamente. Ya tuvo acción por hoy, acción de la buena, está tomándole el gusto a volver a las pistas, tanto como para guiñarle un ojo a esa engrapadora clavadora automática en el Homecenter de Avenida Las Condes.

Porque todo aquí funciona como un deja vü de su época dorada en NYC, o casi todo, siendo exactos. Así de seguro y plácido se siente, cree que debería darle una entrevista a ese periodista insigne de la televisión local, hace tiempo intenta acercarse a él para conversar. Patrick piensa en ceder y en hacerlo pasar a su casa. Se imagina practicando con su cara la engrapadora recién desempacada. Luego irá a lanzar los restos trozados en el jacuzzi en algún peladero de las afueras, total se avecina septiembre y ya entendió que en su caso, una semana de celebraciones patrias es como tener una credencial VIP a Fantasilandia todos los días del año.

-¡Viva Chile, mierda!- entona Patrick entorpeciendo la euforia de su grito con una carcajada, todo mientras hace contorsionar con una picana eléctrica para ganado a un mendigo que aceptó irse en el maletero del Porsche por diez mil pesos hasta un basural.

Ante los crecientes rumores, algunos de sus cercanos han visto la película de Mary Harron basada en la novela -Nadie ha leído el libro, según reconocieron “les da lata” (sic)-. Para ellos todo se trata de un montaje, una benefactora del Teatro Municipal –que pidió mantener su identidad en reserva- apuesta a un cóctel de envidia santiaguina, venganza americana y hasta una cuota de marxismo venezolano detrás de la “canallada” perpetrada contra su generoso amigo y filántropo del reciento. “No existe otra explicación, lindo. Mira tú que venir a joderse a Patrick, un hombre de lo más que hay; sano, deportista, culto, elegante. ¡Puro chaqueteo validado por una película harto morbosa y sensacionalista! ¡Ni siquiera pude terminar de verla entera, te prometo!

Es la tierra prometida para un asesino serial ávido por una segunda brisa en su carrera.

#Élapenasestáentrandoencalor.