Baños literalmente explotando de caca, arrendadores drogadictos fugitivos, sarro que ni Mister Músculo con esteroides puede sacar y más. Es rudo salir del nido.

Un estudiante que debe abandonar el nido por obligación de forma temprana o un profesional recién egresado sabe lo difícil que es encontrar un departamento en Santiago de Chile.

Nuestra capital alberga más de la mitad de la población del país en un territorio estrecho rodeado de montañas y smog donde la especulación inmobiliaria se traduce en pequeños espacios de precios inflados que nos hacen querer escapar a una secta ecológica de la Patagonia.

A continuación y sin más preámbulos, te dejamos las historias de jóvenes que dan crédito a las dificultades de la independencia ya sea por roomates molestos, administradores corruptos, baños explosivos o gusanos en la cocina.

Advertencia: la palabra piñén en este artículo es repetitiva.

Cristóbal, Santiago Centro (gueto vertical), 200 mil pesos mensuales  

Básicamente era horrendo vivir ahí. Todo era plomo y desértico. No hay plazas, solo cemento. Los ascensores siempre estaban llenos, había filas para entrar y pusieron unos torniquetes con los que uno accedía a través de su smartphone. Una idea súper fascista que aparentaba imponer seguridad pero realmente, era un bodrio. Dudo que algún otro edificio en Santiago funcione de esa manera.

Mi departamento era de 14 metros cuadrados. Bajaba los pies de la cama, me estiraba y estaba en la cocina. El viento abría las puertas y como no había ventanas amplias, me sentía en una caja de fósforos. Todo era muy claustrofóbico. Era divertido llegar de carretear y que las travestis nos dijeran piropos, pero fuera de eso, vivir ahí fue una mierda.

Raffaela, departamento en Concepción, $30 mil pesos por noche.

Para nuestro proyecto de título tuvimos que viajar a Concepción un par de días y arrendamos un departamento en el barrio universitario. Estábamos felices por viajar pero cuando llegamos nos encontramos literalmente con un bodrio, un sucucho con todas las cosas horribles imaginables. Partamos porque la  cama era una piedra que hasta los picapiedra envidiarían y el cubrecama estaba gris por la mugre acumulada. Entré el baño y me encontré con una tina llena de piñén y el lavamanos lleno de pelos de desconocida y misteriosa procedencia. Estábamos con tragedia pero decidimos comprar cosas para limpiar y ser optimistas.

Cuando nos pusimos a cocinar nos topamos con los sartenes pegados con comida y el colmo fue cuando encontramos un espacio repleto de larvas y gusanos, algo a lo que le tengo fobia. No pude aguantar la histeria y me puse a correr por el departamento en círculos, topándome con que en un rincón había papas fritas con hongos. No pagamos un peso para ese departamento y le dejamos los artículos de limpieza que usamos sobre la mesa al dueño como una indirecta por su escasa higiene.

 

George, casa compartida en Bellavista, 200 mil pesos mensuales + gastos

Vivía en una casona antigua compartida en Bellavista y el administrador era un junkie. Pero antes de que pasara esto, solo tenía una idea vaga de sus problemas.

Era como el 30 de diciembre cuando nos informó a todos los que vivíamos en la casa que quería un adelanto del mes de enero porque se iba a ir de Santiago durante los primeros cinco días del mes. Le hicimos caso y le pasamos la plata. De repente dejó de funcionar el internet, llegó un tipo a cortar la luz, nos cortaron el agua e incluso, se acabó el gas.

Intentamos llamarlo, pero el tipo tuvo el celular apagado durante todo este tiempo. Los maestros nos mostraron las cuentas que no había pagado durante 6 meses. Finalmente el administrador confesó que se había gastado la plata de todos nosotros en drogas. Vivíamos ocho personas en esa casa. Carreteando se gastaba 2 millones mensuales. Finalmente, le quitaron la casa, y lo último que supimos del es que se prostituía por pasta base en un parque cerca del sector.

Camila, departamento en Las Condes , 700 mil pesos mensuales

Vivo en un departamento en las Condes y hace aproximadamente un año se destapó el robo de la administradora: se llevó todos los gastos comunes y la caja chica estaba en números rojos. La gente empezó a irse del edificio por una serie de problemas relacionados a la nula mantención. Un día estaba en la ducha y la mierda empezó a salir por todas partes: por el water y la ducha inundando todo mi baño. Pude frenar la cagadera con toallas. Esto me pasó dos veces y en las  dos oportunidades tuve la suerte de estar ahí para contener la explosión de caca pero algunos vecinos no tuvieron la misma suerte: todo su departamento y posesiones se inundaron con caca ajena.

Recuerdo exactamente cuando vino un señor a arreglar el problema a mi departamento y dijo: “esto pasa porque la gente es cochina, usted no se imagina con las cosas que yo me he encontrado. Tiran manteles, toallas, pañales, de todo lo que se imagine”.

Gabriela, Santiago Centro, 140 mil pesos mensuales

Número uno: partí con mi mama y la maleta llena de ilusiones al departamento que arrendaba una amiga con su hermano en las torres de san Borja. Como era mi amiga le compré el cuento del departamento bien ubicado y la pieza libre que le quedaba.  Con mi mamá fuimos directo al baño y nos encontramos con una tina con sida, sífilis y gonorrea. Tenía una capa de piñén que Míster Músculo no logró sacar. De hecho, la tina se veía tan manchada que mi mama bajó a una ferretería a comprar acido muriático. Una olla recogía la gotera del lavamanos y la ventana era técnicamente inexistente.

Número dos: Mi pieza color gris guarén, closet con stickers de Ozzy Osborne o como se escriba, Korn y un montón de tipos que no pegaban con mis sabanas blancas. Finalmente aguanté un par de meses hasta que mi tío me adoptó en su departamento limpio. Apenas pude rajé de ahí. Más encima el ascensor siempre abría entre pisos, quedando frente a una pared de cemento al borde de la muerte.