Para ellos no existe el azar, un chiripazo, ni la posibilidad de que sus planes den un vuelco en 180 grados a la vuelta de la esquina. Fotografían cada rincón como obsesionados, cambian su foto de perfil con el cliché del monumento a las espaldas o la actividad turística “que allí hay que hacer”. Escogen hoteles en base a las opiniones de sus amigos y arman el itinerario de un viaje casi completo en base al ranking de TripAdvisor. Si, esos son los turistas, y pertenecen a una extirpe que si no se acaba pronto, al menos yo les haría la ley del hielo.
He tenido la suerte de realizar 4 viajes particularmente significativos, y en cada uno de ellos me he tomado la molestia de salir un poco –tirando a bastante– del itinerario o el plan maestro del viaje, y cuando hablo de salirse del itinerario, me refiero a decisiones del tipo “no me interesa el museo más grande de esta ciudad, así que vayamos con este grupo de desconocidos buena onda a la fiesta al otro lado de la ciudad a la que nos están invitando” y la razón es sencilla: me cargan los clichés y la actitud turista. Ninguno de esos escapes fue un error, puesto que tres de las historias o experiencias más grandes que he tenido en la vida, ocurrieron durante esas instancias más bien arriesgadas. De hecho podría decir que hoy en día no podría trabajar en lo que trabajo de no haber tomado una de las decisiones “erráticas” que tomé durante una de esas situaciones.
Si bien al hablar de turista, se nos viene a la cabeza una caricatura de gente vestida como bárbara blade, mal oliente, molesta, y eventualmente asiática, cuando utilizo la palabra me refiero más bien a una actitud de vida que puede lamentablemente acompañarnos desde tu ciudad natal, hasta Roma o China.
Cada vez que decidimos quedarnos en la zona de confort, cuando nos apegamos estrictamente a un plan sin espacio para la serendipidia, cuando nuestro mapa de ruta es un puñado de recomendaciones sacadas de internet o la lista de cosas que nos dieron por hacer nuestros amigos, o incluso cuando elegimos el destino “turístico” que está de moda en la gente de tu edad, estás siendo un turista más, y eso es ABURRIDO.
Soy del tipo de persona que si visita un lugar desconocido, lo hace porque quiere aprender acerca de él, pero desde la composición más importante de un lugar, que es su gente. ¿De qué diablos te sirve entonces visitar decenas de lugares y monumentos históricos, si muchas veces ni siquiera hay una conciencia de lo que tendrás frente a ti? Peor aún, lo que queda para la memoria, es algo que pocas veces dejará una huella “imborrable” en el “ser espiritual” que te consideras. De hecho hay quienes afirman que turistear, como tal, en la práctica es de las actividades humanas más estúpidas que existen pues nacen bajo la primicia de que “es algo que debes hacer cuando estás en“, haciendo que automáticamente tu cerebro se quede en modo automático y que todo pierda valor, pues no tiene segundas lecturas.
Prefiero a la gente exploradora, porque a ellas pertenecen las historias, son ellas las que se hacen amigos de todo el mundo, y al final del día son ellas quienes tienen experiencias realmente valiosas cuando ponen un pie afuera de su país. Para el resto, en serio, solo le quedan fotos lateras.
Lecturas recomendadas:
El mapa es como el de esta foto que adjunto, para que marquen ahí sus aventuras, los lugares donde han estado, o quieran visitar.