Sería consecuente que todos -todos- quienes este domingo vamos a aprobar la redacción de una nueva Constitución por dignidad y justicia, nos comportásemos de manera justa y digna en las formas de manifestarnos, en el debate, en el respeto a la otra opción.

por Rodrigo Hernández del Valle

No siga preguntando “apruebo o rechazo” si se va a mofar de la respuesta o va a intentar imponer su punto de vista con descalificaciones y sin argumentos. Trague saliva si tanto le ofende que, ante solamente dos opciones, alguien decida distinto a usted. Aunque desde la contraparte muchos hagan lo mismo.

Porque si vamos por una opción de cambio, primero comencemos a cambiar cada uno de nosotros, que es mucho más asequible que hacer cambiar al del frente o a un país completo.

El verdadero desarrollo tiene que ver con cómo nos relacionamos entre las personas y con la naturaleza. La humanidad y la cultura cívica, llevadas a la acción y no sólo a la palabra, son muchísimo más efectivas y trascendentes que una declaración de principios, y el respeto a las normas de convivencia y las leyes es mucho más relevante que las normas y las leyes mismas. Lo grafico con dos extractos de cabecera de la Constitución:

-“Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
-“La igualdad ante la ley. En Chile no hay personas ni grupos privilegiados”.

¿Le parecen ajustadas a la realidad estas aseveraciones? ¿No están, al menos, mal formuladas, o contrastan con la coyuntura, con los hechos, con la dignidad que se está exigiendo y con los privilegios ante la ley tan enquistados, que todos decimos repudiar?

La redacción de estas dos afirmaciones da por sentada y hasta garantizada una realidad que pareciera regir sólo en una dimensión paralela, y que las demandas sociales tengan como bandera consignas enarboladas desde el 18 de octubre de 2019 (“No fueron 30 pesos, fueron 30 años”; “Hasta que la dignidad se haga costumbre”; “Hasta que vivir valga la pena”), en lugar de extractos de la Constitución como los dos anteriormente citados, habla del descrédito y la ilegitimidad de la actual “Carta Fundamental” en la práctica, la credibilidad y el respeto a la misma y, por supuesto, en su representatividad.

La actual Constitución es, además, para quienes nacimos desde la década del 80 en adelante, tema de división nacional desde que comenzamos a tener uso de razón, mucho más allá de su contenido, por su origen, lo que suma y sigue a su no legitimidad, porque una Constitución debe ser en su esencia, más allá de su finalidad técnica, un símbolo de orgullo y unidad.

Y ese descrédito trascendió incluso a las reformas realizadas en democracia.

A la hora de tomar una opción por el Apruebo o el Rechazo, tendemos a proyectarnos dos años, con bastante imaginación, a cuál sería el resultado final del texto que se va a escribir, prácticamente omitiendo, además, que una vez listo el documento se someterá a un plebiscito de salida.

Y poco o nada reparamos en el sano ejercicio que implicará, desde este lunes, interesarnos e involucrarnos en construir algo como país, lo que exigirá examinarnos, comunicarnos y, finalmente, ponernos de acuerdo en cada punto en discusión.

La forma más constructiva de conocer la Constitución, si no la leemos, es escribiéndola.

Más allá de que la fórmula escogida sea mixta o constituyente, los partidos políticos, porque es su giro y su estilo, estarán encima o detrás, financiados y dedicados cien por ciento a favorecer a su sector y a la clase política misma, como han hecho siempre, pero será deber de la ciudadanía, esa que hoy se hace llamar despierta, velar por sus derechos -y también por la protección del medioambiente y nuestros recursos naturales- informándose e involucrándose para no dejarse pasar gato por liebre.

Y serán todos los partidos políticos y todos los sectores de la ciudadanía los que defiendan, cada uno, sus propios puntos de vista. Y esto vale subrayarlo, porque el discurso del Rechazo ya se volcó por completo a la apología del miedo con dos pilares: el primero, sostener que nos vamos a convertir en Venezuela, desestimando contextos, historia, tradición e idiosincrasia entre ese país y el nuestro y; segundo, poniéndole a la opción del Apruebo la máscara de los incendios y los saqueos, como si los que aprobaremos este domingo validáramos en masa el vandalismo como forma de protesta y no nos diéramos cuenta de que es contraproducente para nuestra opción.

Durante los últimos doce meses, las demandas sociales que se expresaron en más de dos millones de personas marchando en todo Chile el mismo día, han ido perdiendo terreno ante un conflicto entre derechas e izquierdas, cual mito del eterno retorno.

Si el domingo se impone el Apruebo, a muchísimos que apoyamos esa opción nos va a dar rabia ver a políticos de izquierda arrogándose el triunfo, y mucha risa ver a políticos de derecha haciendo lo mismo.

El incendio a la red del Metro (increíblemente aún no hay responsables) no generó el estallido social, pero sí lo detonó, porque llevó a su punto más alto el hastío de la ciudadanía con los poderes del Estado, la fuerza pública y la clase política, todos completamente desprestigiados por sus propios “méritos”, y perseverando en los mismos durante el último año.

En el humo de la polarización política, se ha extraviado el fondo del asunto, que es que se está exigiendo dignidad, que no es sino un piso mínimo de justicia social y un reconocimiento de base a la individualidad humana, a través de un trato y condiciones paritarias en la valorización del otro, la comprensión del “yo es otro”.

Se está exigiendo un “desde”, no un “todo”, como algunos caricaturizan.

Condiciones dignas para ir a atenderse a un consultorio o para movilizarse en el transporte público, sueldos dignos para cualquier trabajo honesto que sostengan una vida honesta y no sólo a la empresa para la cual se trabaja.

Porque la gente que vive bajo la línea de la dignidad y a quienes nos tomamos la molestia de ponernos en su lugar, nos “in-digna” la colusión, la corrupción, el nepotismo y la negligencia con las que proceden muchos quienes, por mandato popular o poder económico, tienen todo para facilitar a la sociedad en su conjunto una mejor calidad de vida, pero se desentienden con indiferencia y algunos hasta humillan con indolencia (que la “vida social” en los consultorios; que vayan a comprar flores; que el sueldo “reguleque”; que las pensiones son un Ferrari, sólo entre algunas de las más recientes en un larguísimo historial de frases célebres).

La igualdad absoluta es una utopía al final distópica, pero no así la igualdad de oportunidades, que propicia la dignidad y el impulso al auténtico desarrollo. Porque si en años de bonanza Chile no dio el salto decisivo al desarrollo no fue porque no entrara más plata al país ni por dos o tres puntos en los índices macroeconómicos, sino por no entender que la dignidad de todos es el despegue definitivo.

Un triunfo del Apruebo no va a solucionar todas las carencias ni va a extinguir la naturaleza corrupta del poder, ni la indiferencia ni la indolencia; pero ofrecerá un período largo en el que todos los chilenos estaremos interesados e involucrados en revisarnos para construir algo, en que las pautas de los medios, las conversaciones entre ciudadanos y la voluntad colectiva, estarán centradas como nunca en qué país somos y en qué país queremos ser, y cuesta entender, pero se debe respetar hasta que duela, que esa oportunidad preciosa esté condicionada por el voto de una masa creciente de ciudadanos que marcarán Rechazo más por miedo que por convicciones.

Gane la opción que gane el domingo, lo más importante es convertirnos, definitiva y permanentemente, en ciudadanos empoderados, involucrados, conscientes, informados, respetuosos y participativos. Y no volver a dormirnos otra larga siesta.