Estoy de acuerdo con usted. Me adhiero al sentir popular y también a su preocupación. La pregunta resuena por todos lados: ¿qué le pasa a Chile? ¿qué le están haciendo a nuestro país? Pero acá tendremos una diferencia. Porque no me refiero a los casos Caval, Penta y Soquimich. No le hablo tampoco de tanta boleta ideológicamente falsa, financiamiento irregular de campañas ni de Peñailillo. Todo lo que ha pasado es grave y son cuestiones que merecen ser investigadas. ¡Qué las instituciones funcionen y la justicia haga su trabajo! Hay que estar atentos y fiscalizar. Que nada quede debajo de la alfombra. ¡No hay que dar espacio a la corrupción!

Pero más allá de todo eso, me refiero a usted y a mí. A tanto pesimismo instalado entre la ciudadanía. A ese derecho que nos arrogamos para descalificar a diestra y siniestra, para denostar a cualquier autoridad, empresario, cura, carabinero, militar o personero público que se nos ponga por delante. A esa costumbre que hemos ido tomando, cínica e hipócrita, de encontrar a todos unos ineptos, estúpidos, incompetentes, ladrones y mentirosos. A la liviandad con qué disparamos, sin tregua. Ya no hay cuero que resista.

De la noche a la mañana nos convertimos todos en twitteros, tenga o no una cuenta en twitter. Me refiero al deporte de opinar de todo y de todos, pero con rabia, sin filtro, sin responsabilidad, apostando al bullying en masa. Todos escondidos tras la muchedumbre tiramos la piedra. Y usted piensa que lo suyo no dará en el blanco. Pero uno, más uno, más otro que se va sumando, hacen fuerza y logran generar, sin que usted se entere, un huracán tan destructor que logra su objetivo: hacer daño.

En sólo un chasquido nos unimos al coro de los pesimistas, al más amargo de los coros. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, todo andará mal y peor. Estamos tan metidos en esta vorágine que ya no creemos en nada, o más bien, queremos dejar de creer. Es más fácil desacreditar a quién tengo al frente, a quién piensa distinto, para en el contraste sentirme más grande, más seguro y más orgulloso de mis propias ideas y convicciones. Al final del día, yo y los míos, tendremos siempre la razón. ¡Puaj!

Tiramos mierda, contra todo tiramos mierda. Perdóneme usted la expresión, pero a estas alturas no hay ninguna más clara y honesta para transmitir lo que hoy le pasa a Chile. Escasean por estos días obreros y albañiles dispuestos a construir, a recogerse las mangas y empeñosamente aportar a un mejor país. Por el contrario, saltan a la vista miles de retroexcavadoras dispuestas a echarlo todo abajo. Y aparecen del lado de quienes las promovieron y también del lado de quienes las criticaron con tanta fuerza en su momento. Hoy buena parte de los chilenos, de derecha e izquierda, conducen una de ellas.

No se pregunte tanto qué es lo que el Gobierno, los parlamentarios y empresarios le han hecho a nuestro país. Pregúntese usted mismo qué es lo que hace por Chile y cómo usted puede ayudar a mejorar las cosas. Necesitamos sacar esto adelante, ¿se une? ¿quiere estar?

No le digo que no critique, no le pido que no levante la voz, no le estoy diciendo que deje de expresar su sentir y malestar, ¡hágalo!, pero intente hacerlo con respeto, argumentos, responsabilidad y altura de miras. Póngale freno a la descalificación, a la mala onda y al ventilador de usted sabe qué.

La Presidenta ha anunciado en las últimas horas lo que tantos han venido pidiendo: un golpe de timón. La solicitud de renuncia a todos sus ministros es una medida tan llamativa como categórica. ¿Solucionará todos los problemas? Por supuesto que no, pero es una señal clara de querer mejorar todo este entuerto. Y acá usted y yo tenemos dos alternativas: o lanza la serie de improperios que acostumbra en contra de Bachelet y toda la clase dirigente, o aprovecha la ventana para bajar las luces y ser parte de la solución, desde el oficialismo, la oposición, la incredulidad, la indiferencia, o desde el lugar que a usted mejor le parezca.

¿Qué le pasa a Chile? Que nos ha ido ganando la amargura. Y tenemos que hacer algo para dar vuelta la tortilla y volver a ser la copia feliz del Edén.

Puedes leer más posts de Matías Carrasco Ruiz-Tagle en su blog Si las tortugas hablaran.