La premio Nobel de la Paz del año 2014 merece unos  minutos de tu valioso tiempo.


“Soy de un país que nació a medianoche. Cuando estuve a punto de morir era poco después del mediodía”.

Malala

Cuando eres periodista muchas personas te preguntan indignadas por qué se le da tanta importancia a la farándula en lugar de temas de contingencia mundial o de interés general. Lo cierto es que muchos acontecimientos se publican pero no logran tanta notoriedad como lo último que ha hecho Kim Kardashian o una figura del reality si trasladamos la comparación a nuestro país.

Muchos acontecimientos publicados quedan bajo el anonimato por falta de interés del público. Sin embargo hay historias que merecen ser rescatadas e insistir en que la voz de sus protagonistas se escuchen por la importancia que tienen en el mundo contemporáneo donde vivimos.

Esta es una de esas historias.

Pakistán es una república técnicamente nueva, se independizó del Reino Unido recién en 1947. Cuenta con casi 200 millones de habitantes y se debate en cómo se debe forjar una república islámica con diferentes etnias repartidas a lo largo de su territorio.

Malala es una de las tantas víctimas que se vio inmersa en un conflicto producto de la colonización en el pasado y la corrupción de sus políticos en la actualidad. Su vida se desarrolló en el Valle de Swat, conocido como “La Suiza de Oriente” por sus montañas, ríos y centros de skis. Algo alejado de la imagen que tenemos sobre los países de medio oriente donde predomina el desierto y las mujeres tapadas con burka.

Sin más preámbulos sobre lo que fue su infancia marcada por padres que siempre le inculcaron el valor de la educación y amistades que añora volver a ver luego de su exilio forzado, a Malala le dispararon en la cabeza cuando iba a su escuela debido a que la zona donde estaba su hogar se encontraba bajo ocupación talibán, que no permite que las mujeres salgan de su casa solas y menos que se eduquen.

“Mis amigas dicen que disparó tres veces. Una detrás de otra. La primera bala entró por la parte posterior de mi ojo izquierdo y salió por debajo de mi hombro derecho. Las otras dos balas dieron a las niñas que iban a mi lado” relata en el libro de 350 páginas que escribió luego de sobrevivir a la experiencia y el cual es muy difícil de encontrar en nuestro país pese a ser un best-seller en el mundo entero.

En el documental de nombre “El me llamó Malala” en honor a su padre que nunca permitió que los talibanes interfiriesen en la educación de su hija, se muestra cómo la opinión pública pakistaní asegura que Malala no es más que invento occidental para dejar mal la imagen del mundo islámico y poder interferir de forma militar en el país y quedarse con el petróleo.

Los talibanes también aseguran que Malala es una actriz y que ninguno de los sucesos relatados en el libro y el documental ocurrieron.

Sin embargo y ante los esfuerzos de querer un mundo mejor para las niñas de su país, Malala fue galardonada con el premio Nobel de la Paz en 2014 junto a Kailash Satyanthi, de la India. Ambos promocionan los derechos de la infancia en los países que alguna vez fueron parte del imperio británico.

El premio Nobel de Malala no significa nada si no podemos entender que el verdadero propósito de esta joven de la etnia pashtún es poder volver al lugar donde creció sin tener miedo de reunirse con sus amigas en lugar de ganar notoriedad por sobrevivir.

Los medios occidentales deben dejar de ver a Malala como una víctima de los talibanes y comenzar a tomar en cuenta las palabras que ha repetido hasta el cansancio: ninguna ideología debe privar a las mujeres de educarse y menos estar atadas a concepciones erróneas de lo que es el Islam.

Actualmente Malala fue aceptada en la Universidad de Oxford, institución conocida por su prestigio a nivel mundial. En términos generales, Malala triunfó, pero depende de nosotros hacer que su lucha trascienda de su caso personal y se aplique a todas aquellas que ven restringidos sus derechos fundamentales solo por ser mujeres.