por Sebastián Herrera

El diálogo, esa forma que encontramos para comunicarnos, de hallar un lenguaje común para expandir ideas, encontrar respuestas y formular preguntas, tiene, quizás, mucho de la música o ésta, tal vez, mucho de una conversación, de indagar en las maneras en que los sonidos tejen sutiles conexiones que acercan, en la distancia, ciertas pulsiones que erigen lo que se quiere apuntar, anotar o decir.  The Keith Harings (TKHs), proyecto conformado por Felipe Cussen, Richi Tunacola y Ud. No!, responden a esa fórmula, a un registro de emisores y receptores que conforman el ambiente en su exuberancia y particularidad; a espacios, zonas y límites que permiten distinguir o rescatar la intimidad que existe en ese decir en suspenso, en la espera y encuentro, en la dilación de hallar el espacio propicio para dar cuenta del retorno y su perpetuidad.

Los inicios de Keith Haring, el artista callejero, activista y uno de los representantes junto a Jean-Michael Basquiat de la cultura pop del Nueva york de los años 80, radican en algunas conversaciones que pudo oír de Christo y otros contemporáneos que le hicieron cuestionarse sobre el valor del arte público. En la escucha, en ese sutil y azaroso fisgoneo, dio con una idea; una pequeña ciudad habitable para sí. TKHs rescatan parte de esto, crean documentos, no discos, sino el registro de esa ciudad que se erige en la intimidad de su propio lenguaje.

Hay momentos que parecen la arquitectura de una pequeña cartografía citadina, en otros hay una compulsión por hacer sin saber previamente cuál será el resultado. Ahí cohabitan ensayos, ejercicios, la inmediatez que implica el trabajo inconsciente, con los que provienen desde lo más medular, de ideas, impulsos y elaboraciones heredadas del Fluxus o Dadá; una gimnasia sonora que puede ser también un diálogo, un fluir automático guiado por sonidos, ritmos, ruidos e interferencias que irrumpen a otro que intenta fluir a medida que se imponen ciertos elementos, libremente dispuestos y listos para ir hacia ningún lugar posible.

“Aquí estoy, y no hay nada que decir. Si alguien quiere irse a otra parte dejémoslo salir en cualquier momento. Lo que necesitamos es silencio; pero lo que el silencio necesita es que yo siga hablando”, escribió Cage, en “La charla sobre nada” y perfectamente esto podría aplicarse para definir el trabajo de TKHs: Intervenir el silencio, crear diálogos, una pulsión que narra una conversación que hila y construye una búsqueda barroca sobre el lienzo del sonido.

El trabajo es una imagen: una mano sobre el rotulador de Haring improvisando tejidos que hacen de la música un grafiti y que traza, sobre muros, formas y paisajes, una distancia en los nuevos modos que pueden variar del IDM, al techno, ambient, ritmos sincopados, pruebas, desincronizaciones o errores sonoros. La riqueza está ahí, en ese “lenguaje extraño, trunco, espantoso, deforme, dinámico, flexible y claro como un río”, al que apeló alguna vez De Rokha; en formar los elementos en su pura experiencia, un ejercicio que registra el aquí y ahora.