Por Marcelo Poblete
En el escenario Pull & Bear todos se preguntaban si Rosalía subiría a cantar “con altura” junto a J. Balvin, ese hit entre deambow, pop y electrónica con toques de flamenco en el que también participa El Guincho, productor y principal colaborador de la española.
Rosalía, que había tocado hace poco rato en el mismo lugar donde se presentaría el reggaetonero colombiano, ya había dejado en trance al público, llevándolos desde la intimidad a la euforia con la facilidad de una experta. Dentro de minutos comenzaría lo que todos estaban esperando ver, uno de los íconos de la música urbana, el que estaba corriendo el cerco en escenarios donde antes habría sido impensado ver un número de reggaetón. Pero para hacerse una idea de lo que implica que un reggaetonero llegue al mejor festival de música del mundo, calificado así por gran parte de la prensa especializada, hay que poner las cosas en contexto.
Todo partió con una polémica portada:
En diciembre del año pasado, la mítica Rockdelux llevaba en su portada por primera vez a un artista con un estilo musical completamente distinto a los que habitualmente cubre la revista. J. Balvin daba una extensa entrevista desatando la furia entre sus lectores más ortodoxos, una rabia con ribetes de clasismo y elitismo. El repudio al medio fue feroz. Las redes sociales se llenaron de frases como: “El reggaetón no es música”, “¿Cómo ponen a un puto reggaetonero después de tener, ni más ni menos, que a Thom Yorke en portada?” o “Hasta nunca Rockdelux”. El bombardeo a la revista fue con todo, pero la Rockdelux aguantó la tormenta. Y claro, un medio que no toma riesgos no debería existir. Se dice que la inteligencia es la capacidad de adaptarse (a los tiempos) y, tal vez, ese factor sea una de las mejores maneras de sobrevivir en la siempre incierta industria de las comunicaciones
La famosa portada, como ocurre con la mayoría de las revistas importantes del mundo, probablemente fue negociada. Rockdelux está relacionada estratégicamente con el Primavera Sound y, seguramente, estaba todo cocinado. Los medios, tal como dijo Manuel Castells, son negocios; pero para que el negocio funcione, no puede ir un paso atrás frente a lo que está pasando. De hecho, llevar la delantera, ir un paso antes que el resto fue la característica principal del Primavera Sound desde que comenzó el 2001 en Barcelona, siempre con la obsesión de tener un cartel con una mezcla de músicos en su mejor momento y apuestas para el futuro. Incontables son los casos de artistas que, en el mismo festival, tocaron en un pequeño escenario y años después se presentaron en los principales; como la misma Rosalía, por nombrar al fenómeno más reciente.
Ese domingo fue el día con más público en el festival: Rosalía, Solange, J. Balvin y James Blake lideraban los grandes escenarios. La cuestionada decisión inicial había dado justo en el blanco. Debate mundial y la mayor asistencia en la historia del festival según los organizadores.
El éxito no pasa solo por un cartel con un montón de nombres atractivos, es el todo. Hace un buen rato que a los grandes festivales de música los venden como si fueran una experiencia, como algo extra-musical. En este caso, la experiencia del evento parte desde que se viaja en el metro al Parc del Fórum. En cada carro, luciendo sus pulseras de colores, los asistentes de diversos países se empinan sus cervezas, como previa para el evento más esperado del año.
Antes del ingreso, una hilera considerable de baños químicos se dispone para que el respetable no pase apuros en ningún momento. En los controles de la entrada revisan las carteras y mochilas, y en algunos casos la billetera también, pero se puede entrar comida sin problemas. Los líquidos quedan fuera, pero adentro del lugar hay varios puntos de agua gratis para los que van con lo justo. No venden tabaco, por lo que los fumadores tienen que llegar preparados. Tampoco es un festival weed friendly, si te pillan fumando marihuana los de seguridad del recinto te la botan.
Como hay bastante distancia entre los escenarios, puedes pagar por que te trasladen de un lado a otro en unos carros similares a los que usan los golfistas. Wifi gratis, lockers estilo caja fuerte para cargar el celular con seguridad, venta de cerveza mientras estás viendo algún show y una infinidad de stands de comida de todo el mundo, son detalles que hacen de este evento uno de los más grandes.
Y lo que pasó en la última edición del Primavera Sound de Barcelona marcó un antes y un después: un reggaetonero como J. Balvin, hace no tanto cancelado por haber hecho una canción con Chris Brown, terminó llevándose todos los aplausos. Todo era fiesta. Y precisamente, lo mejor de los festivales es que cada uno se arma su propia fiesta. Si desde el viernes alguien quería estar tirado borracho antes que comenzara el primer show, problema suyo. Si un grupo de ingleses pasados se ponían a hablar de la Champions mientras tocaba Interpol, simplemente había que correrse de ahí. O que una patota de españoles se pusiera a jalar y a gritar tonteras mientras tocaba Tame Impala, lo mismo. Para disfrutar o sobrevivir a un mega festival, lo principal es no hacerse problema por nada
Pero ese día, la cosa estaba más prendida aún. Salió Balvin con una polera de Eminem y la fiesta fue instantánea. Las pantallas gigantes se llenaron de emojis y guiños a las redes sociales, juegos con las luces del celular, papel picado lanzado al aire, baile, perreo, trap y un encuentro con Rosalía que no llegó. Daba lo mismo. Las cosas habían cambiado y J. Balvin fue el catalizador de una multitud que eliminó todos sus prejuicios bailando.