La historia se repite. El último caso de un deportista de élite que claudica ante el cansancio mental ha sido el de la tenista australiana Ashleigh Barty. Abandonó su carrera el pasado mes de marzo siendo la número uno del mundo y habiendo ganado torneos de Grand Slam como Wimbledon, Roland Garros o el Abierto de Estados Unidos. Lo hizo además con tan sólo veinticinco años y dominada por una importante falta de motivación emocional.
El de Barty es sólo un ejemplo de una larga lista de nombres que en los últimos años comienza a ganar visibilidad. Fue Naomi Osaka, perteneciente también al escenario tenístico de primer nivel, la que tuvo que retirarse en plena disputa del abierto de Francia por culpa de un cuadro severo de depresión y ansiedad. La japonesa, que no se veía capaz de comparecer en las ruedas de prensa obligatorias del torneo, se tomaba así un descanso temporal que la mantuvo 406 días alejada del deporte.
En la misma sintonía, de la mano de una salud mental tocada por la presión, la gimnasta Simone Biles protagonizó en los Juegos Olímpicos de Tokio celebrados en el año 2021 otro de los momentos más impactantes del atletismo. La deportista abandonó la competición por equipos y la final individual alegando no estar psicológicamente a la altura de las circunstancias.
Tras haber acumulado hasta ese momento siete medallas olímpicas, la exigencia mediática -otra vez devastadora- hizo acto de presencia logrando que Biles perdiera la confianza en sí misma y decidiera marcharse de la cita sin completar su actuación. No ayudó tampoco la presión ejercida por los pronósticos de los bonos en casas de apuestas deportivas, cuyas cuotas daban a la estadounidense como clara favorita. Lo tuvo claro la gimnasta; el virtuosismo deportivo no puede entenderse sin la suficiencia emocional.
La visibilización de estos precedentes pone de manifiesto una constante que no sólo no termina de desaparecer, sino que además gana fuerza cuanto más elevada es la categoría en la que se compite: los aficionados tienden a reclamar más triunfos a medida que el deportista empieza a despuntar sobre el resto. Se trata de un ritmo de exigencia que termina resultando abrumador, enfermizo y paralizante. Nadie puede estar siempre al mismo nivel cuando hablamos de alto rendimiento.
Curiosamente, detrás de cada abandono en este tipo de escenarios suele haber un palmarés excepcional. Lorena Cos, la célebre psicóloga deportiva, considera que los deportistas de élite no cuentan con un asesoramiento inicial que les prevenga de las fases duras de una carrera tan sacrificada. Según la experta, únicamente se les informa del atractivo de la zona amable de la profesión, por lo que luego encuentran más dificultades para lidiar con la problemática derivada de trastornos depresivos o de ansiedad en la cumbre de su carrera.
A pesar de ello, Cos valora muy positivamente el hecho de que salgan a la luz estos casos en los que la salud mental juega un papel determinante, y es que el objetivo debe ser siempre el de abordar una temática así con absoluta naturalidad, como sucede por ejemplo cuando se habla de lesiones físicas. Es en este punto donde resulta importante que sean los propios deportistas quienes declaren sin tapujos estar en manos de psicólogos, estar en el camino hacia la recuperación mental. Se trata de una manera de combatir el pánico a esa vulnerabilidad que aprenden a sentir en momentos delicados.
Lorena Cos no cree que el origen de los abandonos en estas esferas se deba tanto a la presión como al hecho de que exista un desequilibrio entre lo que el público reclama y lo que el deportista es capaz de ofrecer. En estos casos, la influencia del entorno y el apoyo psicológico se vuelven imprescindibles. Fue Kevin Love, el jugador de la NBA, el que declaró abiertamente hace unos años que a lo largo de su carrera permaneció siempre rodeado de entrenadores, fisioterapeutas y similares, pero nunca tuvo cerca la figura de un psicólogo que lo auxiliara en momentos de ansiedad.
Según un estudio aparecido en la revista Psychology of Sport and Excercise sobre los síntomas manifestados por los integrantes de la selección canadiense de atletismo, los números en torno a la salud menta eran demoledores.
El 42% de los deportistas entrevistados manifestaba una inclinación evidente a sufrir episodios depresivos de duración moderada. De hecho, es precisamente durante la etapa de máximo rendimiento deportivo -entre los 18 y los 36 años de edad- cuando el atleta de primer nivel es más propenso a abrirle la puerta a un trastorno mental en el que se incluyan aspectos como la inseguridad, el miedo al fracaso, la tristeza o la inquietud. El panorama pide a gritos una solución que pase por el acompañamiento psicológico especializado.