En Libia las personas son secuestradas y vendidas por el equivalente a menos de 300 mil pesos chilenos.

El año pasado un video mostraba cómo los traficantes de esclavos libios vendían a dos jóvenes de 20 años en un puerto de la capital, Trípoli. Mientras gritaban las características físicas de ambos, frente a la mirada atónita y perpleja de los dos africanos que nada podían hacer, fueron vendidos mediante una puja que alcanzó un tope de 400 dólares (275 mil pesos chilenos).

El mundo todavía no se recupera de los horrores cometidos durante más de 400 años en los que persistió el comercio de esclavos africanos hacia diferentes partes de América y en menor medida, Europa. Sin embargo, tras la viralización del suceso, podemos inferir que solo han cambiado las rutas de comercio y que la esclavitud moderna es un epíteto utilizado para negarnos al hecho de que esta nunca nunca se fue y que la indiferencia occidental frente al tema sigue siendo la misma.


La semana pasada, diversas autoridades italianas se reunieron para denunciar el llamado “Holocausto Libio”, entregando cifras que reflejan el horror vivido por cientos de miles de inmigrantes que son esclavizados en el país cuando intentan cruzar por el Mediterráneo hacia Europa.

650 mil inmigrantes de países como Nigeria Y Benín han llegado hasta Libia y se desconoce su paradero actual. 9 de cada 10 ha sufrido torturas y 16 mil han muerto ahogados luego de ser abandonados en las balsas construidas por traficantes que les roban sus pertenencias antes de abandonarlos la intemperie.

“Si eres negro en Libia, eres dinero para los árabes” relató Jude Ikuenobe para un extenso reportaje publicado por BuzzFeed News donde cuenta con determinación cómo fue vendido, torturado y abusado por los traficantes de personas apenas puso un pie en el país del norte de África.

Nigeria es uno de los países más poblados del mundo con más de 100 millones de habitantes. Si bien experimenta un crecimiento económico sin precedentes para una nación africana, la mayoría de población vive en la extrema pobreza y debe dedicarse a empleos irregulares. Por este motivo, Ikuenobe emigró hacia México para trabajar en la industria textil del DF, donde ganaba lo suficiente como para enviar dinero a su familia y comprar un auto de vuelta en Nigeria.

Sin embargo, al no poder conseguir una visa para entrar de forma regular a Europa, decidió unirse a sus amigos y atravesar la peligrosa ruta en pleno desierto del Sahara hasta Libia. En el país, fue perseguido por agentes de la patrulla fronteriza que los persiguieron con metralletas. Solo sobrevivió él.

La ruta que cientos de miles de Nigerianos siguen para poder llegar hasta Libia. Créditos: BuzzFeed.

Pasaron dos años de esclavitud total para Ikuenobe que aseguró ver morir a sus amigos, compañeros y otros refugiados que fueron lanzados al mar con la promesa incumplida de una mejor vida en Europa. Para él, según señala en el artículo, la esclavitud era un suceso que ocurría en los libros de historia y nunca pensó verse inmerso en ella.

Las víctimas de trata de personas en Libia, son vistas como moneda de cambio: si sus familias no pagan extorsiones, son destinados a trabajar hasta la muerte bajo condiciones inhumanas.

Tras el término de la dictadura de Gadafi, Libia quedó divida en dos gobiernos: uno apoyado por la OTAN (que ayudó al derrocamiento del país) y otro conformado por organismos nacionales no legitimada por la ONU. Esto sin contar los diversos grupos extremistas que han controlado ciertas áreas del país, incluyendo el Estado Islámico.


La situación política ha llevado a que Libia -el país con mayor índice de desarrollo humano de África- se convierta en un Estado Fallido comparable a Siria y Yemen.

Los inmigrantes de África Subsahariana han quedado atrapados entre el caos reinante en el país árabe y la intolerancia de la ultraderecha europea, causando que la mayoría de las personas que intentan llegar hasta Europa mueran o sufran una historia parecida a la de Jude Ikuenobe.

Durante un rescate efectuado por un buque español el año 2016, 12 inmigrantes se abalanzaron hacia la embarcación nadando sin protección alguna. Al estar a salvo, solo uno de los que no estaba traumando luego de días navegando sin rumbo fijo, pudo esbozar una frase que dejó perpleja a la tripulación: “No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo a Libia”.