Hay que rescatar See you yesterday de los archivos de Netflix. No sólo porque es perturbadora actual con lo que está pasando en EEUU sino que también para preguntarnos por qué es tan difícil hablar de estos temas acá.
Por J.C. Ramírez Figueroa
Las tensiones étnico-políticas de Estados Unidos —y en la Araucanía, para no perder la perspectiva— siempre emergen en la cultura popular, pero incomodan. Por eso se suele perder el foco o cambiar de tema después de un rato.
Recuerdo cuando vi La noche mapuche de Marcelo Leonart.
Entre muchas cosas, la obra vinculaba el asesinato de la familia Luchsinger-Mackay (nunca aclarado del todo) con décadas, siglos de muertes de mapuche a manos del Estado chileno pero también con la masacre de indígenas en Norteamérica y los linchamientos, sin proceso judicial de afroamericanos en Estados Unidos tan comunes iniciando el siglo XX (de los que hasta se tomaban fotos y vendían como postales).
El montaje fue tratado quirúrgicamente en las secciones culturales de los medios con comentarios técnicos, halagos y palabras como “desgarro” o “racismo fundacional”.
Nada sobre el jugado recurso de utilizar las grabaciones reales de la pareja asesinada, usar fuego en el escenario y por en contraste, hacernos escuchar el extenso —y aún más terrible— testimonio de cómo se quiebra mental, espiritual y físicamente a un pueblo entero.
El truco era enmarcar la obra en una fiesta de cuicos, con chistes de doble sentido, reflexiones sobre la iglesia, comparativas de nanas y reseñas de fundos.
Lo que parecía un sketch terminaba siendo contaminado poco a poco por la brutalidad y la violencia real. Y funcionó: al menos en esa función todos salieron para adentro.
Eso mismo pasa en Nos vemos ayer (2019) cinta que en el papel parece tener todos los elementos cool de un estreno de Netflix: adolescentes/genios científicos del Bronx, una máquina del tiempo que te permite viajar 24 horas al pasado, banda sonora cargada al trap, Spike Lee en la producción y la audacia de Michael J. Fox quien les advierte los peligros de intentar viajar en el tiempo.
Pero para los protagonistas Claudette “CJ” Walker (Eden Duncan-Smith) y el leal Sebastian (Dante Crichlow) terminar la máquina no es una aventura, sino que la única forma de salir de la pobreza a la que está condenada su entorno.
A pesar de cómo está tageada como thriller de ciencia ficción el director debutante Stefon Bristol parece reírse de las convenciones estéticas de género insertando efectos especiales básicos o interfaces 3D ochenteras para manejar la máquina del tiempo (lo que ha motivado críticas bastante torpes a la película), para no perder la pregunta central de la película: ¿es posible viajando en el tiempo encontrar alguna alternativa para evitar ser humillado por la policía (y por ende el Estado) si eres descendiente directo de esclavos?.
Bristol, mientras trabajaba de asistente de Lee en BlacKkKlansman ya había expuesto esta idea en un corto que dio origen a le película.
Y acá hace a la pareja viajar en el tiempo una y otra vez, probando distintas alternativas y estrategias para evitar algo muy malo que les pasa.
Y a medida que avanza la película —y nos enteramos de los conflictos de comunidades que los gringos nos venden de maravillosamente multiculturales— no sabemos si esto va a mejorar o terminará con un policía (tan mestizo como tú) ahogándote, mutilándote o disparándote por la espalda con una cámara mágicamente apagada.