En 2014 un grupo de vecinos de la comuna de Conchalí, encabezados por un par de mujeres mayores de 50 años instalaron una virgen, , se encadenaron a árboles y hasta quemaron una retroexcavadora para impedir la construcción de una torre de departamentos en la única área verde de su barrio. Y a pesar de haber logrado su objetivo, lo que buscan va mucho más allá: recuperar un terreno que aunque legalmente no les pertenece, lo sienten suyo.
Fotos por Camila Castillo Ibarra (@camilaconleche en IG)
Conchalí es una de las 24 comunas del país con menor superficie de áreas verdes por habitante en el Gran Santiago. Con un promedio de 3,3 m2 por persona, esta parte del sector Norte de la capital tiene casi seis veces menos lugares de esparcimiento al aire libre que Vitacura, municipalidad que lidera el ranking a nivel nacional (con 18,67 m2/hab según el INE).
Y justo, a un costado de la Costanera Norte, en el límite de Conchalí y Huechuraba, un pequeño oasis de pasto y árboles tupidos se alza entre el concreto de la autopista y un imponente centro comercial. Se trata de la Plaza Socometal, un parquecito que apenas alcanza los 6 mil metros cuadrados, y que es una de las pocas áreas verdes del sector. En ella hay juegos infantiles, una gruta dedicada a la Virgen María, un par de bancas y el espacio suficiente para que quienes vivan cerca se recuesten en el pasto o pongan sillas para hacer una asamblea.
Todas las tardes, Mireya (59) y Jacqueline (60) salen a limpiar el parque con guantes y una bolsa de basura a rastras. Una vez que recogen todo, riegan minuciosamente para que el pasto se mantenga verde y los árboles crezcan fuertes. “Si no fuera por nosotros (las y los vecinos), esto sería un sitio eriazo porque la Municipalidad lo tiene botado”, afirman las mujeres que hace casi una década atrás lideraron las manifestaciones para oponerse a la decisión del Ministerio de Vivienda (MINVU) de construir viviendas en el lugar.
Dos dueñas de casa que a sus cincuenta y tantos nunca se habían enfrentado a las autoridades, ni menos habían organizado una protesta, hoy cuentan cómo le ganaron a una urbanización del sector “hecha a la mala”, como le llaman ellas. Por primera vez los vecinos se unieron con un objetivo en común: conservar el único espacio de esparcimiento que les va quedando en un barrio que con los años, ha sido desplazado por un desarrollo que no prioriza a las comunidades que los habitan.
El letrero de la discordia
Todo comenzó con un letrero, recuerda Mireya. Una noche de enero de 2014, un grupo de personas llegó al parque. Una mujer con un maletín daba instrucciones a viva voz, y Mireya se acercó a preguntar qué hacían ahí a esas horas. “Venimos a poner un letrero”, le dijeron. El cartel anunciaba la construcción de un complejo de viviendas sociales, y quienes acompañaban su instalación eran las 68 familias que en un futuro cumplirían el sueño de la casa propia en esos departamentos. .“Nuestra lucha no era contra las familias que esperaban sus casas, porque ellos también estaban pidiendo algo justo y los engañaron. Nosotros queríamos nuestro parque, eso era todo”, diría más tarde Jaqueline.
Ese fue el primer golpe a la comunidad de la Villa Oscar Hereimans, quienes por décadas mantuvieron el terreno en conflicto como un área verde que era utilizada por los vecinos para su recreación con árboles que daban sombra, una multicancha y hasta juegos infantiles. La única en tres y medio kilómetros a la redonda, donde no hay pasto pero sí un gran centro comercial y una extensa autopista. Es más, esta plaza había sido inscrita en 1967 por la Cooperativa de Viviendas Oscar Heiremans en el Conservador de Bienes Raíces de Santiago por lo que legalmente, el parque les pertenecía.
Escarbando entre papeles polvorientos y escritos a mano que los fundadores del barrio (todos ya fallecidos) habían guardado por años, Mireya y sus vecinos se organizaron para buscar respuestas y así frenar lo que ellos catalogan hasta hoy como “una usurpación”.
Ahí se encontraron con otra sorpresa: el uso de suelo había sido modificado legalmente en 2011 por una solicitud ingresada años antes por la Municipalidad de Conchalí (en ese momento, presidida por el alcalde Carlos Sottolichio). Una vez que la petición fue aprobada por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo en conjunto con Bienes Nacionales, el terreno había sido desafectado de su calidad de área verde y por lo tanto, de ahí en adelante podía usarse para la construcción de viviendas sociales.
Mireya, Jaqueline y el resto de los pobladores del sector ni siquiera tuvieron tiempo de reunir los papeles necesarios para acreditar la propiedad del parque, cuando ya habían ingenieros tomando muestras del suelo para comenzar a edificar las torres prometidas al Comité de Vivienda.
No alcanzaron a pasar ni un par de días cuando llegaron los primeros trabajadores de la obra para cercar la plaza y comenzar la faena. Para evitar que los obreros cumplieran su cometido, las mujeres del barrio hicieron frente a la situación con una estrategia particular: “El bullying de amor” como le llama Jaqueline, quien fue una de las que encabezó la iniciativa.
“Éramos más de una docena, yo era la más vieja de todas. Con las chiquillas nos pintábamos los labios rojos y partíamos a darle besos en las camisas a los maestros para que los retaran en la casa. Así no los dejábamos trabajar y no podían terminar el cerco. Nunca fuimos agresivas con los trabajadores, hasta les llevábamos agua y comida”, relata.
Pero el bullying de amor no funcionó. Los constructores seguían yendo a trabajar, y a esa preocupación se le sumaron las amenazas de los futuros dueños -un comité de vivienda proveniente de la población Santa Inés, también de Conchalí- que prometían ir a tomarse el terreno si era necesario. Al principio, cuenta Jaqueline, un vecino pasaba casa por casa con un tarro con piedras metiendo ruido para avisar que los invasores habían arribado. Después se compraron unos silbatos de juguete, y a punta de rifas, más tarde pudieron adquirir unos walkie-talkies para comunicarse a distancia.
Sentada en el living de su casa junto a Mireya, su mejor amiga, Jaqueline hurga en una caja buscando las fotografías que documentaron la pelea que ambas lideraron hace ya 8 años. En una aparece su nieto (hoy de 12 años), parado al lado del asta en la que se alza una bandera chilena en plena plaza. De fondo, se ve un bloque de concreto en el que se lee “LOS NIÑOS NECESITAN LA PLAZA” pintado con spray.
Luego Jaqueline agarra otra donde su madre, -quien hoy se encuentra postrada y por cumplir 95 años-, está sentada en una banca leyendo un libro. “¿Te acuerdas que pusimos ahí a la abuela para que le sacaran fotos?” comenta Mireya, a lo que Jaqueline responde: “Todas las fotos las hacíamos por algo y les poníamos algún slogan”.
Durante las noches, cuenta Mireya, hacían turnos para resguardar la plaza. Con el fin de impedir el avance de la faena y atraer más atención mediática al conflicto, a Jaqueline se le ocurrió instalar una Virgen María de yeso en medio del parque. “Yo ahí dije ¿saben chiquillas? Yo no soy religiosa, pero si la iglesia se mete en esto habrá más bulla”, rememora.
Todo estaba fríamente calculado. “La virgen es para que la hagan tira”, le aclaró Jaqueline a la asamblea de vecinos. “Después le sacamos fotos y mostramos que una retroexcavadora botó un santuario. Eso va a llamar a más gente y se va a meter la Vicaría”, les dijo esa tarde. Luego de la reunión, armaron una colecta y en unas horas ya habían reunido el dinero necesario para construir una gruta. Incluso hicieron una ceremonia con un sacerdote para inaugurar el altar que con suerte, los ayudaría a ganar tiempo.
Hoy sí hay una virgen en medio de la plaza, que representa la esperanza que tienen las vecinas en mantener el terreno limpio y disponible para las personas de la villa.
Cuando ardió Conchalí
La mañana en que la Plaza Socometal amaneció completamente cercada, la desesperación entre los vecinos los obligó a tomar medidas drásticas: ya no bastaba con los cacerolazos ni las barricadas en Vespucio Norte, había que derribar como fuesen los paneles de trupán que resguardaban el parque.
En una reunión improvisada, los pobladores de las villas adyacentes al terreno acordaron quemar el cerco. Ese ataque fue una declaración de guerra para la inmobiliaria a cargo del proyecto, que al otro día apareció en terreno con una retroexcavadora lista para arrasar con todo lo que se quedara a su paso. En represalia por el incendio de la noche anterior, la máquina destruyó una multicancha, juegos infantiles y varios árboles, cuentan las mujeres.
Ni Mireya ni Jaqueline habían visto un caos como ese. Ese día hubo desmayos, crisis de pánico, llantos desconsolados. Como si hubiera sido la escena de una película, mujeres y adultos mayores se encadenaron a los árboles que quedaban de pie para impedir que la retroexcavadora siguiera avanzando.
“Una señora había parido hace 4 días y se encadenó con su bebé. Otra abuelita se sentó en una banca y se ató con un paño. Mi mamá se amarró con una silla de playa a un árbol”, relata Jaqueline. Esa fue la única manera de parar la destrucción del área verde que por años mantuvieron comunitariamente. Pero ese no fue ni siquiera el clímax del conflicto.
“Estábamos rodeados. Me acuerdo que yo me agarré del brazo de un carabinero y me caían las lágrimas cuando veía los árboles de 40 años cayendo. Ahí le rogué a la capitana y le gritaba ‘¡¡¡Esperen, esperen!!!, Si ya llegan los papeles’”, rememora Mireya. Al rato después, llegó Fuerzas Especiales a sitiar el lugar.
La paciencia de los vecinos se colmó ese día. Las máquinas retrocedieron, pero ellos no. La noche siguiente, según el relato de dos de sus protagonistas, llegaron más de mil personas a la plaza Socometal para protestar en contra del proyecto inmobiliario. Habitantes de otros sectores emblemáticos de Conchalí, Huechuraba y las comunas aledañas colmaron el parque: “Vino gente del Cortijo, de la Juanita Aguirre, Punta Diamante, La Granja, La Palmilla, La Pincoya”, dice Jaqueline.
Lo que pasó después aún es un misterio -o un secreto que quienes estaban ahí se llevarán a la tumba-. En plena manifestación, una turba irrumpió en medio de la multitud quemó la retroexcavadora estacionada en el terreno. Algunos dicen que fueron encapuchados vestidos de negro, otros que vestían camisetas de equipos de fútbol.
Mireya recuerda que tras haber vuelto a su casa después del incendio, recibió una llamada del representante de la constructora para que llegaran a un acuerdo de paz: “Me dijo ‘Mireya, calma a tu gente y elige una casa’. Yo le contesté ‘¿Tú quieres que yo me venda?’. Él quería que yo vendiera a mis vecinos, y yo no podía hacer eso”, expresa con rabia.
Al rato después, el Coronel a cargo de la comisaría del sector la llamó para advertirle de las consecuencias que el atentado podría tener para ella y los habitantes de la villa. “Si ponen un pie en el parque mañana, se van a ir presos”, le dijo. Ahí fue cuando llegó el dueño de la retroexcavadora quemada pidiendo explicaciones y Mireya no pudo aguantar la rabia.
“Empuñé la mano y le mandé el combo. Así como pecas, pagas. Yo le dije ‘la quema de la máquina nunca debió pasar, pero tú me echaste abajo los árboles y la cancha así que por eso te mandé el combo en el hocico’”, relata la mujer. “¿Tú crees que el Coronel se metió? No estaba ni ahí. Le terminé diciendo “Nosotros somos gente tranquila, humilde’”. Después de ese día, la inmobiliaria no volvió a aparecer en el lugar. Al parecer, la protesta había funcionado.
¿El principio del fin?
Tras un mes y medio de intensas manifestaciones, los habitantes de la Villa Oscar Heiremans podían respirar un poco más tranquilos. Los vecinos siguieron custodiando el parque, y recuperaron el espacio dándole la vida que necesitaba. Para celebrar hicieron shows en vivo, actividades para niños y hasta eligieron una reina para la villa: la mamá de Jaqueline. La plaza Socometal está más viva que nunca gracias a los vecinos que hoy cuidan de ella y le dan un uso comunitario, pero el camino para conseguirlo no ha sido fácil. “Pucha que lo hemos pasado mal por este parque”, añade Jaqueline mientras prende un cigarro.
Sin embargo, la lucha aún continúa. En abril de 2014, la Cooperativa de Viviendas Oscar Hereimans presentó un recurso de protección en la Corte de Apelaciones de Santiago, en contra de la Municipalidad de Conchalí. Antes de morir, cuenta Mireya, uno de los vecinos que lideró el proceso legal le dijo “Mireya, el parque aún no es de nosotros, ya que está en comodato (en préstamo) con la municipalidad. Algo es algo”. “Si a ellos se les ocurre invertir acá, perdemos el parque”, afirma Mireya.
De acuerdo con el plan regulador 2021 de la comuna de Conchalí, el parque ubicado en la calle Barcelona actualmente corresponde a una zona de parque o área verde. En 2014 (año en que se desató el conflicto), el mismo terreno aparecía como zona de vivienda en el plan comunal, luego de que en 2011 se publicara en el Diario Oficial el cambio de uso de suelo.
Los vecinos de la Plaza Socometal tampoco saben qué pasó con los allegados que iban a habitar las viviendas sociales que nunca se construyeron. Jaqueline afirma que “quizás debimos habernos preocupado de ellos, porque la pelea no era en su contra”. Este no era un conflicto entre vecinos, afirman ambas. “Este era un problema político, y a quienes les tocaba responder era a las instituciones: el MINVU, Bienes Nacionales, la alcaldía”, agrega la cabecilla.
Desde la Municipalidad de Conchalí, declararon que “el tema ya está resuelto” y que el Alcalde René de la Vega pretende “no innovar” al respecto. Actualmente, ni Jaqueline ni Mireya tienen relación directa con él ni con el municipio.
Para Patricio Herman, Presidente de la Fundación Defendamos la Ciudad, el paso siguiente es que los vecinos “le pidan la plata correspondiente al municipio” para mantener el parque en buenas condiciones. Hoy tanto Mireya como Jaqueline son quienes recogen la basura y riegan los árboles del lugar. “Las áreas verdes son indispensables para la calidad de vida de los ciudadanos, sobre todo en una ciudad como la nuestra que tiene mucha contaminación”, dice Herman.
Cuando habla de la plaza que tanto les costó conseguir, es como si Jaqueline hablara de uno de sus hijos. “Este parque es mío. Es mío porque luché por él, y nadie me lo va a quitar”, dice mientras se lleva una mano al pecho.
Mireya también es tajante: “Si mientras vivamos llegan de nuevo a hacer un cambio en el parque, otra vez vamos a luchar por él. Hasta que nosotros estemos bajo tumba lo vamos a defender”. A 8 años del inicio de una disputa que parece aún no va a terminar, ambas mujeres están orgullosas de sus pequeñas victorias. “Este es mi espacio, es mi lugar. Donde yo quiero vivir, donde quiero que se críen mis nietos”, agrega Jacqueline con cierta esperanza en su discurso.