Ya sé. La cultura judía es muy amplia. En específico, me refiero a la dinastía jasídica satmar, o más ampliamente el judaísmo ortodoxo. Ése de hombres con patillas largas y mujeres con largos vestidos, de tradiciones y reglas muy estrictas, cercanas al amish.

Unorthodox se trata de una de esas comunidades situadas en Williamsburg, New York, un barrio de Brooklyn conocido por su abundante presencia de sionistas. En concreto se trata sobre Esty (Shira Haas), una judía de apenas 19 años que colapsó ante el estilo de vida que se le exigía.

La realización máxima -y destino- de una mujer judía es casarse y tener muchxs hijxs para “recuperar” a los millones perdidos en el Holocausto. Aunque fue lo que siempre aceptó y quiso, Esty repentinamente se escapa a Alemania sin avisarle a nadie, dejando atrás a su marido, familia y comunidad.

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Allí descubre un mundo nuevo y se entusiasma en comenzar una carrera musical, en contra de los principios culturales que sólo le permitían ser madre y que considera la música en las mujeres algo inapropiado. Deja su peluca, se atreve a usar jeans y experimenta con el internet por primera vez. Conoce a gente de su edad y se enfrenta al mayor desafío que mantiene a muchas jóvenes sometidas a sus comunidades: cómo comenzar de cero sin familia ni educación.

Es una miniserie profunda y bonita que no caricaturiza en la típica revelación personal: nuestra protagonista conserva valores y principios de su religión, pero explora nuevas posibilidades que antes le eran negadas. No es, por así decirlo, una rebelde sin causa, pero sí experimenta algo de fiestas y juventud occidental; así como también reflexiona sobre los judíos que viven en un cementerio étnico como lo es Berlín.

En resumen, es una serie bastante culta que bien podrías ver con, por ejemplo, tus padres (recién me enteré de que mi mamá la vio y le encantó).

Lo mejor es que está inspirada en la novela autobiográfica de Deborah Feldman «Unorthodox: The Scandalous Rejection of My Hasidic Roots». Fue grabada en Berlín aunque parte de la historia transcurre en Nueva York.

Funciona bien como una reflexión para abarcar el feminismo desde culturas no occidentales, de las que entendemos poco y que mucho nos da para hablar en este tema si cuestionamos desde afuera, desconociendo cómo han sido formadas las mujeres en aquellos círculos.

A continuación vienen los spoilers. Se vienen 3/3, porque también comentaré el final.

En un principio no sabemos por qué Esty se va. Nos da, de hecho, una falsa impresión: por lo menos yo creí que se trataría de la típica chica que siempre fue infeliz, una rebelde frustrada, siempre diferente a las demás.

Básicamente lo único concreto es eso último: resulta que siempre fue algo distinta según comentan todxs, pero más allá de eso nunca puso mayor resistencia a su estilo de vida. De hecho, previo a su matrimonio su madre intenta sacarla de allí, la invita a dejar la comunidad y le da los documentos para solicitar la nacionalidad alemana, que posteriormente usa. Esty está en la vereda conservadora y ve a su mamá como una impura.

Me explico. Contrario a lo que podríamos predecir, en los flashbacks se le ve entusiasmada con el matrimonio y el futuro que le espera. Son otras desilusiones las que la van agobiando, como  las indiscreciones familiares o no poder desarrollar sus habilidades en el piano. De hecho, el hito que la hace contemplar la posibilidad de huir ocurre en ese contexto, con su profesora de música, quizá la única persona de la cultura occidental con quien interactúa.

Básicamente la convence de que no está presa y la hace ver que los límites están en su cabeza. Pero el quiebre definitivo ocurre cuando justo antes de decirle que por fin está embarazada, su esposo le pide el divorcio por no cumplir con las expectativas matrimoniales.

Eso fue lo principal y el planteamiento central de la película: los problemas maritales. Ok, partamos de la premisa de que es un matrimonio tradicionalmente arreglado y que Esty nunca está realmente enamorada de Yanky (Amit Rahav), aunque sí siente cierta atracción cuando lo conoce. O sea, pudo ser un matrimonio medianamente exitoso si se hubiesen hecho bien las cosas. El conflicto que arruinó todo es tan simbólico de su cultura como lo es en parte aún de la nuestra.

Frente a la incapacidad de tener relaciones sexuales, la culpa comienza a recaer netamente en ella. La familia de su esposo está al tanto de los problemas que tenían en la cama y se le diagnostica vaginismo. Una mujer de la comunidad “experta en sexualidad” la visita regularmente para darle algunos consejos sexuales bastante básicos. El problema es que cualquier cuestión sexual debe tratarse desde ambas partes. Se le da la responsabilidad total a la mujer, en tanto el hombre no es educado sobre absolutamente nada.

Eso queda al descubierto, de hecho, en la escena en la que su primo Moishe (Jeff Wilbusch) lo lleva a un prostíbulo y éste se niega a intimar con una prostituta. En su lugar, le hace preguntas sexuales respecto a las cosas que le dan placer. Se da cuenta de que no sabe nada sobre las mujeres y de seguro ya comprende la culpa que tuvo en todo.

Nunca sabremos si Yanky se da cuenta de que estaba realmente enamorado de Esty, o sólo se obsesiona porque la pierde o estaba embarazada. Probablemente te conmoviste también cuando en un intento desesperado se corta las patillas para demostrarle que puede comenzar una vida de cero con ella.

Pero Esty es esa amiga que se dió cuenta y está decidida en volver a empezar: la infelicidad deja heridas traumáticas haya habido violencia o no. En un año de casamiento nuestra protagonista queda trastornada, sólo con violencia psicológica sistemática (su familia en contra de ella) y no física. Su esposo es, de hecho, un buen tipo. Machista por su cultura, pero bondadoso y dócil. Que tuviese un perfil “no maltratador dentro de todo” combina con la escala de grises de la serie, que no caricaturiza ni apela a los extremos para problematizar.

Es también relevante que tuviese relaciones con Robert (Aaron Altaras), pues aunque la escena no entrega mayores detalles, da a entender que no tuvo problemas para tener relaciones. De seguro Esty confirma que no era ella la totalidad del problema sexual, pero la serie no profundiza en esto.

En cuanto a la conservación de sus valores ortodoxos, ella no quiere abortar (incluso se ofende cuando una enfermera se lo plantea) y sigue estando entre sus principios la reproducción para recuperar a los judíos asesinados en el Holocausto. Adicionalmente, le choca que hagan bromas con eso descendientes de víctimas del régimen nazi, como ocurre con Yael (Tamar Amit-Joseph), quien le dice ácidamente que “hay que superar el pasado”.

El final de la película no es la gran cosa. Es abierto y no sabemos si queda en la academia de música o no. Yo -que no he leído el libro- prefiero imaginar que sí, porque canta bonito y valiosamente lo hace en idish. Lo del canto en lugar del piano fue lejos el mejor plot twist del último episodio.

Por otro lado me gustó que su romance con Robert no tuviese un final concreto. O sea, que esta historia fuera no muy relevante; así el plano amoroso no se roba lo más importante que es el proceso personal de liberación e identidad de Esty, como es usual en los dramas.

No sabemos si resulta, además, la convivencia con su madre y la pareja de ésta. Es un conflicto que nunca se desarrolla. Ni si encuentra un trabajo o se pudo adaptar a Alemania. Lo más importante: queda para la imaginación qué pasará con su hijx. “Volveremos por él”, le advierte Moishe, adelantando lo que podría ser la repetición de su misma historia. O quizá Netflix sorprenda con una segunda temporada.

Lo cierto es que en contextos de pandemia es mejor no ilusionarnos con nada si de nuevas temporadas se trata. Pienso que con el cierre que vimos está ok.