Reflexión acerca del VAR: arbitrar es humano, dejemos a Black Mirror afuera del fútbol

La entrada al fútbol del sistema de video-arbitraje nos provocó momentos improbables como quedar 1,2,3 momia es por un minuto esperando la resolución en los dos goles de Edu Var-gas y también hizo que quizás por primera vez en la historia alguien escribiera una columna defendiendo a los árbitros y sus errores.

VAR

por Marcelo Ibañez

Al Var (Arbitraje Asistido por Video) hay que dejarlo para las finales, para el resto de los partidos dejemos el error humano. Convertir el fútbol en un capítulo de Black Mirror es demasiado triste.

“Con la suerte se puede ganar un partido, jamás un campeonato. Lo que sí te puede hacer perder un campeonato es el arbitraje”, así lo dijo en su momento Víctor Púa, ex DT de Uruguay.

En el siglo y medio de vida que posee el fútbol moderno hay un hecho que jamás ha sucedido. Nunca en esos 150 años se ha visto a un niño soñar con ser árbitro. Blanco predilecto de las frustraciones de los hinchas, excusa perfecta de toda derrota, el árbitro vive su tragedia en cada partido: corre más que todos detrás de una pelota con la que tiene prohibido jugar.

Mártir y verdugo, el árbitro con su silbato “sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles”, como escribió Eduardo Galeano. Estoicos del balompié, su destino es recibir insultos, y de tanto en tanto, los más diversos objetos que dan para una colección de museo. Como el creado por el ex árbitro mundialista Ángel Sánchez en su casa en Buenos Aires, con los objetos que le lanzaron desde las gradas: hay encendedores, monedas, celulares y hasta una radio. Solo falta la cabeza de cerdo que le arrojaron a Figo en el Camp Nou por fichar con el Real Madrid. Quizás el objeto más surreal lanzado a un campo de fútbol.

Como representantes del poder, los errores arbitrales siempre estarán bajo sospecha. Más aún cuando deciden campeonatos. En favor de los árbitros hay que decir que en el mejor de los casos, son un agente civilizador: sin ellos el fútbol seguiría siendo como en sus orígenes ancestrales, un juego de salvajes.

Que si los futbolistas que juegan al engaño no lo hicieran, ellos la tendrían más fácil.

Que hoy en tiempos de jugadores súper estrellas y multimillonarios, ellos representan al hombre común infiltrado entre titanes.

Que cuando se equivocan, porque son humanos y no corruptos, están ahí para recordarnos que el fútbol como la vida misma no siempre es justa.

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