Por Fernando Aguilera. Toma agua y aire, come una barra de proteína y elonga un poco antes de empezar a leer esta travesía de alto rendimiento. Te prometo que vas a quedar cansado y activado como si anduvieras pedaleando a 4 mil metros de altura.

Había estudiado bastante sobre el paso de Agua Negra, uno de los cruces fronterizos más altos del mundo y el número uno en Sudamérica. Le tenía respeto. Conforme fueron pasando los días de pedaleo desde el valle del Elqui hasta llegar al control aduanero Paso del Toro, sentía que la montaña se me venía encima. Era mi primer gran desafío de esta aventura que lleva por nombre #biciadosdeviaje, la que tiene como objetivo recorrer a fuerza de pedales cada país de nuestro continente.

Para comenzar el camino es de ripio, mucha piedra suelta y una subida que desalienta hasta al más entusiasta, conforme vas avanzando la altura se va haciendo presente con una coqueta, pero pesada carga.

Bueno pongámonos positivos, ya llevaba alrededor de 5 días de viaje, desde que salí de la casa de mi madre en la localidad de El Peñón, rondaba los casi 170 kilómetros pedaleados y me sentía excelente, pero como dice Valdivia, a la montaña siempre “con respeto”. Para buena estrella la mía, me encontré con una familia de Pisco Elqui que iban a disfrutar un asado en el embalse “La Laguna”, que está a algo así como 3150 msnm: metros sobre el nivel del mar.

Fernando Aguilera y su familia y amigos

Me invitaron a acompañarlos , comí rico, disfrute de personas geniales y me avanzaron hasta El Infiernillo, 3720 msnm. Allí existía un refugio que me habían comentado los polis antes de ingresar al paso, la verdad que era una especia de pirca con algunos plásticos en el techo, pero tenía un lugar donde hacer fuego adentro e incluso puerta, para mi era un hotel de 5 estrellas, mis amigos volvieron a Chile, yo me quedé contemplando las estrellas, peleando con los roedores del lugar y combatiendo el frío a punta de leña e infusiones de hoja de coca. Dormí bastante bien.

El día dos me esperaba con un agradable clima, pero a lo lejos se veía que los picos de las montañas ya presentaban nieve, mala noticia para mi, pues esto significaba que a más altura, más frío.

En el día 2 sólo pude pedalear un par de kilómetros, pues todo era cuesta arriba, así que me resigné a empujar a Engendro (bicicleta construida por mi) alrededor de 27 kilómetros. Dios mío. Me acuerdo y me canso. El incansable sol solo pasaba a segundo plano por la increíble agua casi congelada del río que a metros pasaba, así que la hidratación no era un problema, sólo quería llegar a mi segundo campamento.  Luego de batallar todo el día, visualicé lo que iba a ser mi casa esa noche, una especie de cercado en la tierra me decía que hace algún tiempo allí se refugiaron animales, había presencia de guano, una que otra leña y paramos de contar. Lo elegí porque era el denominada paso “La gitana” (4.000 msnm) y era el único calado en la montaña que me permitía poner la carpa sin que me golpeara tanto el viento, así que a las 5:30 de la tarde nos pusimos manos a la obra. Esa fue una noche cruda, mucho viento y frío calador de huesos, hacían unos -8 grados, no te miento, el agua que quedó en la bicicleta fuera de la carpa estaba completamente congelada, pero la hoja de coca y el laurel, ganaron la batalla nuevamente.

El tercer día tardó bastante en salir el sol, lo que me hizo invernar hasta las 11 de la mañana, mala para mi, ya que los cicloviajeros nos movemos conforme a la luz del astro y eso significaba que ese día tendría menos horas para pedalear.

Seguí avanzando, me crucé con algunos autos y motoqueros que me aplaudían la hazaña y me preguntaban si necesitaba algo. Yo respondía “otro corazón”, estaba realmente cansado, pero quería cumplir el objetivo. A las 14 hrs de ese día disfruté de una naranja y lo recuerdo latente, porque me ardía hasta el alma, tenía los labios muy partidos y la piel bastante seca “quién me mando a meterme aquí” repetía mi cabeza.

Fernando Aguilera

El sol quería esconderse y yo todavía no hacía cima, calculaba que estaba a 4500 metros del lado chileno y mi cuerpo se apagó, pensé que era por falta de energía, comí y nada, el paso me mostraba los dientes. Tenía que tomar una decisión, seguir intentando llegar al filo o volver algunos metros para acampar, porque en ese lugar a esa altura, no era recomendable. Me iba a congelar y morir.

Logré llegar a 4400 y algo no andaba bien, no sentía 2 dedos de mi pie izquierdo. Me asusté, busqué un lugar donde armar la carpa y a pesar de que seguía siendo muy alto, no importó, tenía que resolver lo de los dedos”.

Luego de unos minutos de ponerme positivo y buscar una solución, de pedir ayuda a mi yo interno, aparece una camioneta, la única que vi en todo el puto día en mi dirección. Le hice señales con la manos y se detuvo, me volvió el alma al cuerpo. Le dije “usted es como un angel para mi” , era un argentino de casi 60 años que conocía bien el paso , lo frecuentaba bastante seguido, llevaba agua, cuerdas, herramientas y bencina de repuesto por si a alguien le hacia falta. Un capo.

Me alcanzó a la cima, unos 7 kilometros cuesta arriba y ofreció llevarme hasta el asfalto del lado argentino, le dije que no. ¿Se acuerdan de las horas que me faltarían?

Esa sin duda, fue la peor decisión del día porque tenía que bajar desde los 4800 msnm hasta los 4000, donde existía una especie de refugio para viajeros, pero el tiempo ya no me daba. Luego que se fue el sol seguí bajando a punta de linterna, alrededor de 2 horas, con abismos a ambos costados de la vía, era prácticamente un suicidio, pero se volvía a repetir la historia, no podía hacer campamento allí, se acuerdan, a más altura… más frío.

Logré llegar a 4400 y algo no andaba bien, no sentía 2 dedos de mi pie izquierdo. Me asusté, busqué un lugar donde armar la carpa y a pesar de que seguía siendo muy alto, no importó, tenía que resolver lo de los dedos. No sé como, pero conseguí armar la carpa al lado de una roca, me metí en ella y me saqué mis zapatos y calcetines. Tenía 2 dedos blancos, primera etapa de congelamiento, no respondían a los movimientos.

Luego de unos minutos de histeria, recordé algún documental del Everest y algunas técnicas de recuperación, frote mis pies durante una hora con mentolatum y puse a calentar agua en mi cocina… luego de 90 minutos y tras aplicar e improvisar un guatero con una botella plástica, volví a tener 10 dedos en los pies.

Cuarto día y sólo pensaba en salir, el incidente de aquella noche había marcado mi estadía en la montaña. Eso y los -17 grados de aquella madrugada.

Levanté todo tipo 11, comí todo lo que me quedaba, creo que me hice unos fideos a las 10 de la mañana y partí, unas 4 horas de ripio llano me acompañaron, de lejos divisé el pavimento y volví a sonreír. Le grité “chao montaña, gracias” y seguí rumbo a San Juan.

Sigue leyendo las aventuras de Fernando Aguilera en su facebook biciadosdeviaje

También puedes verlo en su canal de Youtube