Una de las ideas preconcebidas de nuestra cronista era que lo que se conoce como “squirting” era un invento del porno. Estaba equivocada. Lee por acá su íntimo vivencial.
Somos 29 mujeres cagadas de miedo en una sala-horno, tapizada en lienzos combativos e instrucciones de no fumar ni tomar al interior. No hablamos entre nosotras. Todas sabemos a lo que vamos. El atractivo del nombre del Taller de Autogestión del Goce llamó la atención de todas, pensando si se tratará de una sesión de masturbación masiva o solo algunos tips indirectos para entender mejor nuestros cuerpos. O cuerpas. Había que averiguarlo en carne propia.
Cuando buscas “Vulva Furiosa” en Twitter, no hay comentarios positivos. Todos hablan de lo inflado que está el taller, de la “ridiculez” del nombre y de la idea de generar una instancia colectiva. A Vulva Furiosa, colectiva organizadora del evento, le bloquean su cuenta de Facebook a cada rato; no le permiten recibir mensajes y, de tanto en tanto, llegan los peores insultos imaginables a la bandeja de entrada.
Laura está a cargo del taller. Llega bien apurada a la sala 320. Saluda a cada una con un beso firme, mientras te agarra con ambos brazos. Dispone un montón de artículos sobre una tela: diversos modelos de vaginas y vulvas; dos clítoris tejidos a crochet; vibradores, condones masculinos y femeninos, y mascarillas para practicar sexo oral seguro.
“¿Iremos a usar todo esto?”, me pregunto.
Descubrirse y ena-mojarse
“Todas las hembras mamíferas tenemos clítoris. ¿Deseamos menos que los hombres? ¡No! Quieren que deseemos menos”, parte su intervención, que incluye descripciones directo al hueso sobre nuestra anatomía, los mitos médicos en torno a nuestra capacidad para eyacular y cómo nos han arrebatado la idea de sentirnos deseantes y deseables…para nosotras mismas.
En una de las diapositivas, la colectiva que integra Laura despliega una lista de beneficios de la masturbación femenina: adiós a los dolores menstruales, a gastar plata, a necesitar a alguien más para la estimulación sexual y a sentirnos como que no somos suficientes o dignas para sentir placer.
Ahora bien, si la masturbación es tan bacán: ¿por qué nadie se refiere a ella, mientras que la masturbación entre hombres es tema de conversación y de humor desde el inicio de los tiempos? “Porque nos excluyen. Quieren que seamos pasivas, que nuestra sexualidad esté subordinada para que otros utilicen nuestro cuerpo para disfrutar”, explica Laura, psicóloga que, tras especializarse en sexología, se dio cuenta de que mucho de lo que le enseñaban ahí era falso.
Entré al taller con una idea fija: las mujeres no eyaculan, esa hueá es un invento del porno; salí del taller con la idea contraria, porque lo vi. La vi.
En medio de la intervención, surgen testimonios espontáneos de las demás mujeres que integran el taller, que vienen de entornos universitarios diversos. Hay una feminista colombiana; mujeres que practican yoga acrobático; mujeres que se mantienen vendiendo brownies en la feria y mujeres cuyo punto en común era “no me conozco, y quiero hacerlo”. Allí es cuando surge el concepto de “enamojarse”, es decir, recuperar, mediante la masturbación, el amor propio que perdimos en base a diversos constructos sociales que nos dicen que somos feas, gordas, viejas…en definitiva: que no somos suficientes. Y el enamoramiento conlleva una calentura que se manifiesta de forma física: con el orgasmo y con la eyaculación femenina.
Abortando el punto G
“Nuestro clítoris nos habla. ¿Lo sienten? ¿No han sentido que el clítoris les late?”.
Sorprendentemente, todas asentimos. Allí es cuando parte el segmento del taller que nos ilustra sobre nuestra anatomía. “Nosotras, en un minuto, podemos alcanzar el orgasmo”, explica Laura, quien comienza a nombrar las razones que otras mujeres, en talleres desarrollados en casas de acogida, han esgrimido para evitar conocerse y darse placer solas.
“El clítoris tiene 8 mil terminaciones nerviosas, y no para de crecer hasta los 54 años. La próstata, por otro lado, no es un punto, no es una coma: es un órgano”, argumenta Laura con seguridad, y a todas nos queda claro que tal lugar microscópico y enigmático del que tanto hablan en Sex & The City no existe.
Entré al taller con una idea preconcebida fija: las mujeres no eyaculan, es un invento del porno; salí del taller con la idea contraria, porque lo vi. La vi. Y aquí es cuando todo puede parecer muy morboso y muy brígido, pero se gestó un clima de absoluto respeto en base a las ganas genuinas de aprender. Después de una pausa para comer algo, conversar, disponer colchonetas y toallas sobre el suelo e ir al baño, Laura vuelve con un pequeño pote que contiene su orina. Nadie siente asco ni rechazo; la idea es que podamos comprobar de forma visible que la eyaculación femenina – contrario a lo que muchas mujeres piensan – produce un líquido distinto. Por supuesto, antes de eyacular, hay que estimular; antes de estimular, conviene conocer(se).
Para lo anterior, las mujeres que quedaban (de las 29 iniciales, a lo más, 15; llevábamos más de tres horas en el lugar), al mismo tiempo que Laura, se bajaron la ropa que llevaban de la cintura hacia abajo. Vestidos, faldas, calzas, junto a los más variados diseños de ropa interior conocieron el suelo y dieron paso a una fase súper íntima y que no habría podido lograrse sin las lecciones anteriores. Con ayuda de un espejo y de guantes quirúrgicos, la mayoría de quienes seguían en la sala comenzaron a observar sus vulvas, aplicando el conocimiento de la sección recién terminada.
Fueron varias las que se sorprendían de comprobar, en directo, dónde estaban los cuatro orificios que conforman zonas de lubricación en nuestro aparato reproductor; nuestras próstatas y cómo respondían ante el estímulo que provocaba un vibrador, los dedos, o ambos.
La mayoría volvió a vestirse cuando la exponente de Vulva Furiosa indicó que comenzaría el proceso de intentar alcanzar la eyaculación; acción que, aclaró, no implica necesariamente una situación orgásmica. Derribando mil mitos y libre de toda sensación de vergüenza, Laura pide a varias de las asistentes que la palpen, que vean cómo funciona y reacciona su vulva. Todas estamos en silencio, expectantes por ver cuál sería el desenlace.
De pie ante las asistentes, Laura eyacula en cosa de minutos. Desde las profundidades de su vulva, surge un chorro que, si no hubiese visto atentamente, no habría creído. A pesar de parecer increíble, todas pudimos comprobar que el estado de quien comandaba el taller fue provocado únicamente por la acción de sus manos. Nos miramos sin creerlo, tratando de procesar que también nosotras – en otro ambiente, con tiempo y más privacidad – éramos capaces de lo mismo. “¿Ven?” dice, mientras nace un aplauso cerrado de parte de todas las que permanecíamos allí, no por lo que acabábamos de presenciar, sino por la oportunidad de darle una vuelta al tema, de hablarlo y de, en palabras de Laura, “politizar intimidades”.
Nos sentimos, finalmente, propiedad de nosotras mismas.