Criaturas mitológicas-arqueológicas del tipo mesoamericanas luchando por su supervivencia en un mundo que se viene abajo producto de la brutalidad del capitalismo es lo que nos presenta Yosa con su más reciente obra.

H&Hs Administration / Yosa Vidal

La vida de Yosa Vidal ha atravesado ciclos de retorno y vacaciones a la escritura. Sus días libres los ha dedicado a los textos, a sus textos y a leer Dostoievski en la playa, “Es decir, boicoteo cualquier intento de descanso. Ahora estoy estudiando un doctorado y vivo en Oregón, en Estados Unidos, que por fortuna está rodeado de bibliotecas y bosques lo que me ayuda a encontrar silencio”, dice en conversación con POUSTA.

Disfruta escribir para los cursos y ahora está centrada en su tesis. Busca los inviernos para escribir, se va del verano en Oregon para llegar al invierno santiaguino. ”

Intento parecer inteligente, aunque no siempre lo logro.


El último libro de Yosa Vidal fue Los Multipatópodos, un texto en el que pensó la actualidad, pero sin caer en la típica fórmula que lleva directo al éxito, esa que dice que hablar de los animales es una excusa para pensar el hombre.

Para la escritora mirar la naturaleza es un ejercicio interesante, sobre todo cuando se puede estimular la lectura con una imaginación que no tiene límites, ni topes.

Lo que quise hacer con estas bestias fue hablar de ellas, observarlas, pensar en la posibilidad de su existencia como animales y no como ejemplo o metáfora del comportamiento humano.

Este era un proyecto imposible, ya que el lenguaje “no puede escapar de nosotros”, sobre todo cuando se entrecruzan estructuras de las ciencias naturales.

Pero incluso teniendo estos topes científicos y lingüísticos quiso pensar la ciencia como una ficción desbordada, pensar en los márgenes de la escritura y analizar la interpelación de los animales sin moralizarlos.

En el libro se pueden apreciar ilustraciones que tal como dice Yosa “Llevan a pensar más bien en criaturas mitológicas-arqueológicas del tipo mesoamericanas, o por lo menos quienes conocen un poco del arte y las artesanías mexicanas no podrán dejar de ver en ellos rasgos de esa cultura”.

Desde otro punto de vista los pequeños tramos que completan una silueta concentran la vista en los detalles más que en Los multipatópodos como un todo, o como cuerpos vistos desde el ojo de un microscopio, o “La vida que se genera dentro de la vida”.

Conversamos con Yosa Vidal sobre su libro, y esto fue lo que nos contó.

¿Qué fue lo más divertido de escribir Los multipatópodos

Para mí la escritura no es algo que pueda decir que es divertido, aunque se trate de Los multipatópodos. Me cuesta mucho, la sufro más bien. Desde hace tiempo comprendí que eso que se entiende como inspiración uno la tiene que buscar cuesta arriba, trabajando, que no llega por más que uno espere. Me divierto cuando ha pasado tiempo, leo lo que he escrito y no me dan ganas de botarlo.

¿Cómo se construyó este diálogo entre la ficción y el relato futurista mutante en tu libro? Nos hablas sobre la edición de tu libro. ¿Por qué el color? ¿Quién lo ilustró? ¿Cómo decidiste qué ilustración iba y cuál no?

El diálogo llegó solo cuando decidí escribir el libro. Los dibujos son de un tío muy querido mío, Luis Vidal, y que dibuja estos animalitos compulsivamente desde hace años. Tiene cerros de ellos. Es un artista genial y volvió a Chile del exilio en México durante los años noventa, con los que quedó desvinculado de lo que había logrado hacer allá y acá antes del golpe. Allá era profesor en la escuela de antropología en Veracruz, y al volver siguió tan productivo como allá (es grabador, pintor, escultor también) pero acumulando lo que hacía dentro de los muros de la casa de mis abuelos en Quinta Normal. Con mi hermana Paloma siempre fuimos unas fanáticas de su obra. Tomamos primero un curso de pintura que hacía en un taller de Correos de Chile en la calle Romero, en Estación Central (viajábamos desde La Florida, al otro lado de la ciudad) y luego organizamos un taller de grabados en la casa en que yo vivía. Los multipatópodos se iban colando en nuestras clases y en las visitas, como regalos, hasta que yo decidí comenzar a hacerlos historia. Primero como excusa para publicarlos. Nos estábamos llenando de bichos nuevos y realmente nos daba rabia que estuvieran tan escondidos. Por eso comencé a escribirlos, como un modo de publicar los dibujos y de hacer algo junto con él. La edición es producto del trabajo magnífico que hicieron Andrés Florit, Mario Verdugo y Daniela Escobar.

Soy una admiradora de todas aquellas mujeres y hombres que han podido hacer de su escritura un espacio estético a la vez que político, con la delicadeza y la sensibilidad de no caer ni en el populismo ni en el panfleto.

A mí me acomoda además la escritura del tipo ventrílocua, y el bestiario y la ciencia son géneros literarios –con todo respeto a las bestias y los científicos– que siempre he visitado con placer. Con El Tarambana fue algo similar: a raíz de las ganas de escapar de la literatura joven autorreferencial en que no pasa mucho, salvo microaventuras existenciales, me metí en una voz lo más lejana que pude, más o menos del siglo XVI.

¿Qué consideras impactante del mundo animal y la naturaleza en cuanto a temas de evolución, mutación, modificación genética?

Mi tío Lucho hablaba de los bichos pensando en la mutación genética que produce la contaminación, con una perspectiva muy angustiada del futuro. Esta angustia y rabia las comparto naturalmente, principalmente por la impotencia ante la absoluta estupidez de los dueños de los medios de producción que explotan y contaminan el planeta mientras se toman una taza de café; pero también por la misma irresponsabilidad de los que no somos dueños de nada pero que sí producimos basura sin pensarlo, también mientras nos tomamos un café, en un vasito plástico. Está ese horror, que es la misma violencia que oculta el capitalismo en todas sus formas, pero cuando uno ve las ilustraciones uno se encuentra con una maravilla, y entonces claro, pensé en cómo desmoralizar la posibilidad de esa mutación. Qué culpa tiene el multipatópodo que está tranquilo en su medio. De hecho no está tranquilo, lucha porque su especie no extinga.

¿Quién lee tus libros primero que nadie?

Mi papá siempre ha leído lo que he escrito, es el primero. No le queda otra. Leer las primeras versiones de los textos es de los favores más aburridos y demandantes que puede haber, por lo menos eso es lo que pienso cuando comparto lo que que estoy recién trabajando. Además, mi papá no es nada complaciente, es muy crítico y eso me gusta. Después, desde hace muchos años, ha venido Andrés Florit, que es un editor despiadado a la vez que es el más generoso de todos.

¿Por qué sientes la necesidad de escribir?

Esta pregunta es tan difícil. No porque tenga algo importante que decir. Siempre me ha gustado hablar huevadas, ¿será por eso?

¿Cuando escribes lees también?

Claro, no puedo dejar de hacerlo. Eso sí que llega naturalmente, no como la escritura, que hay que forzarla. También como modo de conversar con otros escritores. Cuando escribí Los multipatópodos recuerdo que leí La evolución de las especies de Darwin, también La metamorfosis de Ovidio.

¿Qué piensas de la escritura feminista? 

Depende de lo que entendemos por escritura feminista. Si por escritura feminista entendemos a aquella escritura que se concibe o autoconcibe como feminista porque es una escritura que critica las estructuras epistemológicas binarias que nos constriñen, porque tiene una fuerza renovadora que encara las horribles desigualdades que vivimos y que nosotros mismos reproducimos, si la escritura feminista es aquella escritura que a través del uso de la imaginación busca nuevos modos de resistencia para pensarnos en lo común, entonces me considero una tributaria absoluta de esta escritura. Soy una admiradora de todas aquellas mujeres y hombres que han podido hacer de su escritura un espacio estético a la vez que político, con la delicadeza y la sensibilidad de no caer ni en el populismo ni en el panfleto.  La lista puede ser larga, desde Sor Juana Inés de la Cruz, hasta Delmira Agustini y Emily Dickinson, de las chilenas María Luisa Bombal, Diamela Eltit, Pía Barros, Maha Vial, Stella Diaz Varín, y últimamente he disfrutado mucho la escritura de Roxana Miranda Rupailaf. También incluiría a Chico Buarque, a Caetano Veloso, a Pedro Lemebel, Osvaldo Lamborghini entre muchos otros.