Un día mi hermano me pasa un pendrive con la película indie Bellfower (2011), me dice que es la zorra y que tengo que verla. Había leído un par de artículos sobre esta peli, de como hacer cine con 20 mil dólares, de la pasión del director, del indie vs hollywood, etc… La misma historia de siempre, pero que nunca deja de vender.

Y la verdad es que le tenía cero fe, que todo el buzz era solo PR de la industria indie gringa, porque cuando tienen un potencial éxito comercial en sus manos, cierran filas y empiezan a llover los premios, muchas veces sin merecerlos. Pero confío en el gusto de mi hermano, así que decidí esperar y comprar el blu-ray para verla en todo su esplendor. Y puta que estaba equivocado!

Primero que nada Evan Glodell no solo escribe y dirige la peli, sino que la protagoniza, la edita, y la produce con su plata! Eso si que es tener cojones. Porque todo se puede ir fácilmente a la cresta. Pero en Bellflower pasa todo lo contrario. La peli es un balde de agua fría que viene a refrescar el mundillo indie con una determinación que traspasa la pantalla.

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Primero que nada Evan Glodell no solo escribe y dirige la peli, sino que la protagoniza, la edita, y la produce con su plata! Eso si que es tener cojones.

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Con una historia simple y directa, pero no menos efectiva, Glodell abarca las premisas más antiguas del mundo: Amor no correspondido y amistad sin frontera. Dos amigos obsesionados con Mad Max y un mundo post-apocalíptico pasan sus días armando un lanza llamas y enchulando un auto llamado Medusa. No tienen mayores obligaciones, viven el día a día en el anonimato las urbes gringas. Hasta que conocen a unas minas y Woodrow (Glodell) se enamora de una de ellas, pero todo terminará mal, apocalípticamente mal.

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Los amigos Woodrow y Aiden representan a los olvidados de EEUU, a los perdidos, a los sin ambición, abandonados en la periferia (pero no pobres), donde el más inocente de los pasatiempos puede convertirse en obsesión. Bajo este marco nace la pasión de Glodell, la pasión por filmar, por el amor de una mujer, por la amistad, por la estética. Y esa pasión nos explota en la cara como un tanque de propano. Apoyado por una fotografía sobrecargada (es como ver una peli con varios filtros instagram), el resultado es medio caótico, y quizás difícil de entender porque la narración es bien surrealista, pero al mismo tiempo muy cercana y sincera. Las imágenes son postales que se quedan en tu cabeza, desordenadas y potentes. Y de a poco empiezas a armar tu versión de la película, juntando las partes. Porque así es Bellflower, una película concebida y desarrollada en un taller, hecha con materiales que sobraban, literalmente (la cámara que usaron la armó Glodell con diferentes lentes rusos). Todo se hizo a pulso y sin permisos (y eso que hay explosiones en la calle!). Medusa (el auto) lo armó Glodell y su crew, todas las tomas exteriores son de su barrio y todas las escena interiores son casas de amigos.

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Algunos pueden encontrar Bellflower demasiado bajo-presupuesto, pero la precariedad de Bellflower nos acerca al cine que propone Glodell. Es como una fiesta casera, no tienes los mejores equipos, ni el mejor sonido, pero no importa, porque estas gozando como nunca.

Es el anti-establishment en su forma más pura. Y la verdad es que me llena de felicidad y esperanza que películas como Bellflower (que costó solo 8 millones de pesos) salgan a la luz con tanta fuerza, fortalece mi relación con el cine y me hace creer que todo es posible. Es hora de lanzarse cabros. Solo tienen que creer en su proyecto.

Bellflower está disponible por amazon (DVD o BluRay).