La película es un crudo relato sobre la lucha de los sobrevivientes de los atentados de Oslo en 2011.

De vez en cuando Netflix trae sorpresas que sobresalen por entre las cartas seguras del entretenimiento. Si bien este mes se encuentra dedicado netamente a las comedias románticas y ampliar el catálogo de terror por la llegada de Halloween, 22 de julio nos devuelve al mundo real tras recordarnos cuan terrible es el actuar de los grupos extremistas y el interminable camino de sanación que deben enfrentar las víctimas de estos.

Paul Greengrass es el responsable de dirigir la película que recrea los atentados del 22 de julio del 2011 en Noruega, cuando Anders Behring Breivik hizo estallar una bomba en torno las oficinas del primer ministro en Oslo. Esto distrajo a la policía de la capital para que Breivik fuese por su verdadero objetivo: los jóvenes del Partido Laborista Noruego que se encontraban de campamento en la isla de Utoya.

Durante la primera media hora de la película vemos a decenas de jóvenes compartir sus ideales pro-inmigración en un clima de respeto mientras Breivik se prepara para atacarlos disfrazado de policía. 77 jóvenes murieron en Utoya mientras que otros 100 resultaron heridos.

La recreación del actuar de uno de los terroristas más peligrosos en la historia de Europa es tan cruda que resulta difícil de ver. Anders Danielsen Lie personifica de forma tan convincente a Breivik que nos sentimos frente a un documental o especie de reality show macabro donde somos testigos de cómo estos jóvenes murieron siendo acorralados durante 45 minutos.

Créditos Screen Rat

Pero sin escenas violentas de por medio, el testimonio de Breivik, donde asegura sin menor tapujo que actuó para preservar Europa sin el cáncer marxista -o frases que le escuchamos el día de hoy a Jair Bolsonaro nos sitúan en la impotencia de entender los actos que se desarrollan bajo el discurso intolerante de la extrema derecha.

Pero fuera del shock, Greengrass se centra en la historia de los supervivientes. Viljar Hanssen -interpretado por Jonas Strand Gravli- debe aprender a caminar de nuevo, pasar por diversas cirugías y luchar contra el rencor que le genera la figura de este terrorista versus sus ideales sociales enfocados en el perdón.

Tenemos el prisma de la resiliencia de las víctimas que deben enfrentar a Breivik en un juicio que parece nunca llegar más que fomentar el morbo por recordarnos lo sucedido en la isla de Utoya. Se trata de un homenaje respetuoso hacia las víctimas y un recordatorio para la sociedad que vive coyunturas difíciles y que no es necesario enumerar.