Cuando la realidad es demasiado agobiante, el cine —o las series— permiten alejar el malestar. Pero cuando no sabemos bien las causas del tormento, es una especie de tela en blanco donde proyectamos nuestros traumas, rollos y asuntos sin resolver. Eso creía el psiquiatra Serge Tisseron para explicar el éxito de Amelie y la saga de Harry Potter o Señor de Los Anillos en los ya lejanísimos 2000.

Por lo mismo, acá recomiendo tres obras que están dando vueltas en internet y que, permitirían no proyectar nuestros traumas (supongo), pero si al menos aliviarnos un poco de esta realidad feroz.

Retrato incompleto de la canción infinita.

“Jamás pensé que iba a llegar vivo a presenciar la distopía”, me dijo Daniel Melero (61) en una conversación que tuvimos justamente en la víspera del estreno online de su documental dirigido por Roly Rauwolf.

Y este tipo de frases, tan precisas como contundentes, encaminan este registro que es básicamente el seguimiento vital un artista que introdujo el electropop en Argentina con su grupo Los Encargados, grabó una decena de discos que abarcan desde el rock hasta el arte sonoro; de la electrónica a la balada pop y fue responsable del sello “sónico” (como se llamaba a la apropiación rocker argentina del shoegaze y la movida de Manchester) en Soda Stereo, Babasónicos, Juana La Loca y nuestros Canal Magdalena entre casi un centenar de otras bandas.

Rauwolf registra con sutilieza y precisión sus procedimientos (heredados en parte tras leer sobre Brian Eno o John Cage en revistas de rock argentinas), su cultura del ensayo y el error y su teoría de cómo convertir el trabajo en el “desarrollo de una vocación”.

Aunque en Chile, Melero cuenta con una fanaticada lo suficientemente fuerte como para agotar las entradas en su última visita en el GAM en el Festival Neutral de 2015 (y justo comenzó a llover cuando cantaba “No dejes que llueva”); también es conocido por haber grabado Colores Santos con Gustavo Cerati, un disco definido por ambos como electrodélico. Pero por alguna razón, siempre resulta sorprendente que una cámara lo siga en salas de ensayos, teatros, estudios de grabación y sobre todo lo dejen explayarse sobre cosas como que es mucho más importante tener un “concepto” que canciones.

Aunque uno, con mucha suerte, sepa programar una base o inventar un estribillo en una guitarra acústica; estos consejos son bastante provechosos

Míralo acá.

Eurovisión Song Contest: The Story of Fire Saga

En Europa (e Israel), El Festival Eurovisión es un fenómeno de masas que provoca una devoción difícil de entender para un extranjero. Tal como nuestro Festival de Viña o el Super Bowl gringo.
Aunque con altibajos de popularidad, en el evento podías encontrarte Raphael y una impresionante versión de “Yo soy aquel”, una nerviosa pero genial France Gall cantando el Poupee De Cire, Poupee De Son de Gainsbourg o esa aproximación al glam de Abba que fue “Waterloo”.

Justamente esta banda —que ganó la versión de 1974— impactó de tal manera al islandés Lars (Will Ferrell) que prometió dedicar su vida entera a ganarlo y empujando a su amiga Sigrit (Rachel McAdams) a armar el grupo synthpop-épico Fire Saga.

El problema es que tuvo que suceder una tragedia tan ridícula como desproporcionada que obligó a los finlandeses a enviarlos a concursar a Escocia. Aunque la actuación de Farrell encarnando a un inocente finlandés, fracasado y de edad indeterminada y la tensión con Sigrit sostienen la película, también es una “carta de amor” al evento —tal como Tarantino lo hizo con el Hollywood del 69— invitando a los ganadores de eventos pasados como Conchita Wurst (Austria, 2014), Netta (Israel, 2018) o John Lundvick (Suecia, 2019), mostrando la extraña metodología de votos y los ensayos con coreografías y diseño de vestuario extravagante y riéndose de la imposibilidad de los estadounidenses de entenderlo a través de unos mochileros.

Lo peor es que Islandia no quiere que triunfen ya que no tienen fondos para organizar el evento, como corresponde al país ganador, pero unos elfos —si, tal como lo leen— saldrán en defensa de Fire Saga.

Está en Netflix.

Amor revolucionario

Las brechas sociales en Corea no son un mérito exclusivo de Parasite. En este drama de 2017, pero estrenado este año en Netflix todo gira en torno al abuso de la elite y un sistema que recuerda tanto a Chile, que debería hacerse una versión local que deje en el olvido ese loop repleto de buenas ideas que fue “Pituca sin Lucas”.

La historia se centra en Baek Joon, una chica que descubrió que tener varios trabajos pequeños (y despreciados) genera más dinero que estar contratada. Por eso vende bebidas en la mañana, trabaja en la construcción en la tarde y en la noche maneja taxis. De hecho, la serie abre con ella persiguiendo a su empleador que no quería pagarle el finiquito. Su vecino, Je Hoon es una especie de asesor de una gran empresa que debe lidiar y recibir los castigos con un chico rico de la elite: Byun Hyuk.

https://www.youtube.com/watch?v=E0xJokPo8dI

Tras un incidente en un avión que debe ser ocultado de la prensa mediante diversas coimas (¿les suena?), todo se enreda entre ellos tres, aunque según vi en foros de doramas eso es lo que más molestó de la serie: muy poco amor, pero mucha revolución. Si, porque independiente de ciertos códigos coreanos—tema romántico de fondo, un Seul donde hasta los barrios malos parecen Instagram de aesthetic y fanfarrias “humorísticas” de fondo— la serie habla de sindicatos comprados, humillaciones laborales y una elite sorda e indolente. Y ahí uno dice: en el fondo, no somos tan diferentes.

Disponible en Netflix