por @jaime.pv

El 22 de abril de 1973, hace exactamente 47 años, es una fecha fundamental en la historia del movimiento LGBTIQ+ en Chile.

Ese día se realizó la primera protesta homosexual en plena Plaza de Armas de Santiago. Eran tiempos convulsos en el país, momentos de profundas reformas conducidas por la vía chilena al socialismo, manifestaciones en apoyo a la gestión de Allende y muchas otras en su contra, más un golpe de Estado cívico-militar que se estaba gestando en el seno de los sectores más conservadores y reaccionarios.

En ese contexto se produjo el Stonewall sudaca, en Estados Unidos fue el 28 de junio de 1969, o una versión chilensis en la que se exhibió, por primera vez y de manera pública, a los homosexuales que habían vivido una violenta represión y discriminación en completo anonimato. Este fue un hecho inédito en la historia de Chile, un hito en la historia homosexual chilena en el que un grupo de hombres decidió abandonar su guetto y salir a la calle, no como fiesta ni celebración, fue un mitin para instalar demandas que no cabían en la sociedad polarizada de su época y demostrar cómo, finalmente, a través de la historia, las necesidades de la población LGBTIQ+ han encontrado dificultades para insertarse en las militancias políticas partidistas de todos los sectores.

Las locas del 73 eran muy diferentes a las de hoy, eran hombres amujerados y travestis provenientes de sectores populares, eran colas pobres, travestis cercanos a los prostíbulos, cuya relación con la Plaza de Armas venía de su oficio, o bien, de la necesidad de encuentros clandestinos. Fueron esas colas proletarias las que dieron esa primera lucha, aquellas que recuerdan los versos del poema “Mille e tre” de Verlaine:

Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,
son obreros de barrio o peones de campo;
nada afectados, sus quince o sus veinte años
traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.
Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.
No huelen a rosas, pero florecen de salud
pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo
de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

Ellas fueron nuestras madres colizas valientes que, armadas de valor, salieron a protestar en un Chile sumido en un conjunto de transiciones políticas y sociales, pero aún lleno de prejuicios conservadores, religiosos y morales enraizados en las mentalidades y de larga data en el mundo entero.

Lejos de los colores carnavalescos del Pride o del Dia del Orgullo actual, podemos encontrar nombres como: la Raquel, la José Caballo, la Vanesa, la Fresia Soto, la Confort, la Natacha, la Peggy Cordero y la Gitana, quienes tenían un discurso claro: “Protestamos porque estábamos cansadas de la discriminación. En esos años, si andabas en la calle y los pacos se daban cuenta de que eras maricón, te llevaban preso, te pegaban y te cortaban el pelo por el solo hecho de ser maricón. Las cárceles y las comisarías eran como hoteles para nosotras. En ese tiempo nadie nos defendía, ni siquiera teníamos el apoyo de nuestras familias porque una se arrancaba de la casa de cabra chica para vivir más libremente”, dice Raquel en el texto “Bandera Hueca. Historia del movimiento homosexual en Chile” (2008), del autor Víctor Hugo Robles.

Y es que “A la revolución se va bien vestida”, como menciona Severo Sarduy, cita que rescata Juan Pablo Sutherland en “Nación Marica” (2009), por lo que mostrarse tal cual se vivía la homosexualidad en su tiempo, los amaneramientos y travestismos, también sentaron un precedente en cuanto a la configuración de identidades disidentes y periféricas. Una identidad propia de esas colas antiguas, más duras, más politizadas, más fuertes – en el amplio sentido que esta palabra connota fuera y dentro de la población gay- y mucho más reprimidas.

Pero lejos de ser el triunfo de Ganímedes a la chilena, fue un hito que develó el profundo rechazo que la sociedad chilena tenía hacia la homosexualidad de manera transversal, manifestado en la dura, estigmatizada y ridícula respuesta de los medios de comunicación nacionales, que han pasado a la historia por su crueldad y completa ignorancia sobre el tema. Respuesta tajante, tanto de los medios vinculados a la derecha como a la izquierda chilena.

El 24 de abril de 1973, el periódico de izquierda El Clarín publicó en su portada un titular sobre la manifestación, que decía: “Colipatos piden chicha y chancho. Hicieron mitín frente a calle Phillips”:

Y en sus páginas interiores decían: “Repugnante espectáculo ¿Y la policía? Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la Plaza de Armas”

Por su parte, la revista VEA, ligada a la derecha, consignó que los participantes estaban “vestidos de manera estrafalaria, comenzaron a lanzar gritos y a bailar, con movimientos feminoides y chocantes”. Mientras que el diario Puro Chile describió a los participantes de la protesta como “unos treinta homosexuales santiaguinos, todos bastante cargados al rasquerío, y a la falta de jabón, se pasearon por la céntrica plaza ante las miradas de asombro y de sorpresa del público”.

Y es que no solo fue una cuestión del estigma homosexual, de la negación de identidades no binarias o el rechazo a lo diferente, también hubo un fuerte componente de clase, la ‘falta de jabón’ enfatiza los orígenes humildes y proletarios y muestra lo peor del clasismo chileno. Por lo que resuenan los versos de Pedro Lemebel en su manifiesto: “Hablo por mi diferencia” (1986):

“Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte”

47 años después, es necesario hacer memoria de las primeras locas proletarias que se atrevieron a sentar un precedente en la historia del movimiento LGBTIQ+ chileno y que visibilizaron las condiciones de represión, los prejuicios sociales y el clasismo de una sociedad que, si bien ha cambiado, parece que aún no ha logrado quitarse esas taras anquilosadas en su sistema de pensamiento y organización social, profundizadas por el neoliberalismo y sostenidas por los recalcitrantes conservadurismos aún presentes en el seno de lo social.

Imágenes obtenidas de Memoriachilena