Próxima a estrenarse este jueves 9, la secuela de James Wan indaga en los miedos de una niñez abusada y en la pobreza de una familia obrera de Londres. Los demonios también acechan desde el desamparo y el aislamiento, más aún cuando te conviertes en un fenómeno de circo mientras los hongos carcomen el living de tu casa.
Por Fernando Delgado.
Hay una escena clave (Y libre de spoilers, para los neuróticos de siempre), en la que vemos a Janet (Una carismática Madison Wolfe) viendo televisión en el gélido living de su casa. La niña tiene el permiso de su madre para faltar ese día al colegio, ha dormido mal producto de aparentes pesadillas que hacen de sus noches un infierno. Janet mira un capítulo de “The Goodies”, sitcom británico de la década de los setenta. Janet ríe y parece olvidar las amargas noches pasadas, de repente el televisor comienza a cambiar de canal sin una razón lógica, sintonizando luego de varias estaciones un discurso de Margaret Thatcher pocos años antes de pasar a ser la dama de hierro. Janet toma el control remoto y vuelve al canal anterior, pero su televisor insiste en exponer la arenga conservadora de la futura primer ministro.
No hay peor demonio en tiempos de crisis y demandas que el conservadurismo acérrimo, ese que no permite debate alguno y ansía con virulencia el control del statu quo. Janet y su familia lo saben y están solos, el padre se ha ido con rumbo desconocido, la madre del clan; Peggy (Frances O’Connor) fuma agobiada mientras en su rostro se dibuja la amargura de sus tormentos; el de ser pobre, vivir en una casa que hace agua en sus cimientos a la par que Janet inicia su calvario; uno que incluye síntomas horribles e inexplicables que asustan a Peggy y a sus demás hijos. La policía y la iglesia de declaran incompetentes, entonces llegan los Warren. (Vera Farminga y Patrick Wilson) el matrimonio de exorcistas que conviven a diario con el acoso de espíritus rabiosos, la ayuda llega desde el imperio americano pero no con espíritu de triunfo. Los Warren son parias de su entorno y al igual que la familia de Janet tienen miedo, en especial Lorraine, sus visiones sobre un peligro que se cierne sobre ellos, la paraliza.
La mutación como un ejercicio de terror, ese miedo al cambio se respira y es lo que hace a “El conjuro 2” una historia de terror de clases, en la cual la violencia económica se convierte en una situación siniestra. Con un padre que te abandona en tu infancia, tu casa convertida en la atracción bizarra de los medios, estás apartado de tus amigos por una posible posesión. De ahí nace el miedo, del melodrama llevado al paroxismo, porque toda tragedia tiene un lado de espanto. Uno que acá, pega fuerte y que se escribe de puño, letra y corazón, como la carta de un enamorado al subgénero vintage de posesiones y casas malditas, las referencias son claras y van desde Terror en Amityville (1979), El exorcista (1973) y El Ente (1982) todos antepasados de la película de James Wan en donde las víctimas también eran hombres y mujeres de trabajo, de esos que se buscan la vida, tal vez esto no aplica para “El Exorcista”, pero si que conecta con ella en esa idea de la niñez monstruosa e irreconocible.
El género del terror es pesimista desde sus inicios, las clases medias y obreras están condenadas a sufrir y a ser poseídos por otros… a menos que decidan dar la batalla.
Resumen
Argumento | ??? |
Fotografía | ???? |
Dirección de arte | ????? |
Soundtrack | ????? |
Actuación | ???? |