Sofía nos describió su transición como “una segunda adolescencia”.
En febrero de 2014, G. había terminado de estudiar Biología en la PUC. Junto a su familia fueron de vacaciones a la playa, y entonces su hermano fue internado por una severa apendicitis. Fue allí que sintió cierta melancolía, cierto sentido de reflexión en cuanto a la fragilidad de la vida. Ese momento marcó la despedida de G., y toda una “vida pasada” en un cuerpo que no sentía propio.
Ahí nace Sofía.
No fue un proceso fácil. En los siguientes meses comenzó un sinnúmero de trámites y exámenes psiquiátricos que permitían “acreditar” la disforia de género que Sofía sentía en su cuerpo. “La patologización de la disforia no debe estar dada por una esquizofrenia o trastorno de la personalidad. Para eso sirve la certificación psiquiátrica de que tu disforia se debe a que eres una persona trans”, explica Sofía.
Darse cuenta de que el cuerpo biológico no se condice con la identidad de género hace que, una vez que se toma la decisión, recaigan un montón de concepciones erróneas respecto de cómo se vive siendo una persona trans. Que te operes para que tu busto sea prominente, que te hagas la cirugía de reasignación de sexo o que inicies un tratamiento con hormonas para feminizarte...en fin, son parte de los “requisitos” que la gente cree que se deben cumplir para ser una persona trans.
Como estaba en confianza, no imposté la voz ni nada. En eso, se acerca un tipo, y me mira de arriba abajo: “¿qué hueá soy tú: hombre o mujer?
“No sé cuántas chicas se han sentido presionadas para hormonizarse u operarse, pero yo lo hice por mí; yo quería verme así. Quería poder usar tacos, ponerme este vestido; para eso necesitaba un cuerpo femenino. Estoy dispuesta a asumir los riesgos: si me muero de un infarto por las hormonas a los 50, voy a morir feliz. Cualquier cambio será mejor que haber vivido una vida que yo sabía que no era la mía”.
La segunda adolescencia y la academia
Cuando las personas trans realizan su transición, se tiende a referir a este periodo de cambios como una segunda etapa adolescente: los cambios hormonales están a la orden del día, así como también la fluctuación de ánimo. “Ésta es mi adolescencia, en la de mi vida pasada esperaba que ocurriera rápido, que no me creciera la espalda y ojalá no me saliera pelo o me crecieran tanto las manos”.
Sofía, en su camino a ser quien siempre ha sido, está en pleno proceso de redefinición de todos los términos de su identidad; no solo la de género, sino que se cuestiona su orientación sexual, estilo, forma de hablar y sus gustos. “Estoy en eso, redefiniéndome, en cuanto a esta Sofi que ya no vive desde un sueño, sino de una realidad”.
Si bien Sofi tiene una alegría desbordante por ser quien es, el mundo académico que rodea a su profesión científica hace que sus metas se trunquen. “Estudiando en la Católica, me planteé hacerlo (la transición) después de titularme. No quiero dedicarme a otra cosa, me gusta lo que estudié”, explica Sofía, quien postuló el año pasado a un Master of Science en Londres donde la aceptaron, pero no le dieron el financiamiento. “De hecho, mañana iré a ver a una de mis referencias y no sabe que soy trans; le escribí con mi mail de la universidad. Si bien soy Sofía, tengo que pedirles a mis referencias que llenen los papeles con mi nombre legal”.
Del privilegio a la desigualdad
Para la comunidad trans no es novedad que existan ataques cargados de rechazo e intolerancia. Sofi milita en Revolución Democrática, y vivió en carne propia un ataque transfóbico luego de un acto de campaña. “Como estaba en confianza, no imposté la voz ni nada. En eso, se acerca un tipo, y me mira de arriba abajo: “¿qué hueá soy tú: hombre o mujer?”.
Un día cualquiera, Sofía subió al metro. Al bajar, un hombre puso la mano bajo su vestido y le agarró el trasero. Era su primer acoso: quedó en shock. “Está tan arraigado el tema del machismo que para mí ser mujer fue como firmar los Términos y Condiciones. ¿He leído los términos? ¿acepto que me miren, que me acosen? No. No quiero que vengan a inhibirme porque se les para el hoyo”. Desde ese momento, más que nunca, Sofía abrazó la idea de ser feminista. “Te das cuenta de cómo algo tan sencillo como verte femenina les da derecho a huevearte. Pero yo voy a seguir luchando, esto es por mí y mis compañeras. El feminismo es para todas”.
En cuanto a la lucha por evitar la violencia machista, Sofía sabe mejor que nadie que esta desigualdad es real. “Yo viví sin preocuparme de que me acosaran, de tener que cuidarme de las aglomeraciones. Sé cuál es la meta, sé cómo se siente vivir tranquila. Quiero esa paz para todas”.