Angelina Jolie, actriz, activista y embajadora de Naciones Unidas, acaba de publicar una columna en el New York Times que alude a la ignorancia de Trump respecto de la inmigración. Está tan buena que la tradujimos. ¡Angelina Jolie Presidenta del mundo!
Los refugiados son hombres, mujeres y niños atrapados en la furia de la guerra, en los fuegos cruzados de la persecusión. Lejos de ser terroristas, son, muchas veces, las víctimas del terrorismo.
Me da orgullo la historia que tiene este país de asilo a la gente más vulnerable. Los estadounidenses han derramado sangre para defender la idea de que los derechos humanos trascienden la cultura, geografía, origen étnico y religión. La decisión de suspender la reasignación de residencia de los refugiados en Estados Unidos, además de negar la entrada de los ciudadanos de siete países con mayoría musulmana ha causado consternación en nuestros amigos en todo el mundo.
La clisis global de los refugiados, sumada a la amenaza del terrorismo, hacen que se justifique absolutamente que consideremos la mejor forma de asegurar nuestras fronteras. Cada gobierno debe equilibrar las necesidades de su gente con sus responsabilidades diplomáticas. Sin embargo, nuestra respuesta debe ser medida y basada en hechos, no en el temor.
Como madre de seis hijos, que nacieron todos en países distintos y que son ciudadanos orgullosos de Estados Unidos, quiero con todas mis fuerzas que este país sea seguro para ellos, y para todos los niños de esta nación. Pero también quiero que los niños refugiados que califican para recibir asilo siempre tengan la oportunidad de presentar su caso a una América compasiva. Que podamos gestionar nuestra seguridad sin arrebatársela a ciudadanos de países completos, incluso bebés, convirtiéndolos en “peligrosos” para ingresar solo por su lugar de origen o su religión.
No es cierto que nuestros límites están abarrotados, o que los refugiados ingresan a Estados Unidos sin un escrutinio acucioso. Así de simple.
La verdad es que solo una minuscula fracción, menos del 1%, de todos los refugiados en el mundo terminan llegando a Estados Unidos. Hay más de 65 millones de refugiados y desplazados en el mundo. Nueve de cada 10 refugiados viven en países pobres, y no en los países ricos occidentales. Hay 2,8 millones de refugiados sirios en Turquía, por ejemplo. Solo 18 mil sirios han llegado a Estados Unidos desde el 2011.
Esta disparidad lleva a otra realidad bastante más sobria. Si mandamos el mensaje de que es aceptable cerrar las puertas a los refugiados, o a discriminarlos en base a su religión, estamos jugando con fuego. Estamos prendiendo una mecha que va prender en otros continentes, haciendo crecer la inestabilidad de la cual intentamos protegernos.
Actualmente estamos viviendo la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Hay países en Africa y el Medio Oriente que están sobrepasados con refugiados. Durante generaciones, diplomaticos estadounidenses de la ONU han insistido en que esos países deben mantener sus fronteras abiertas y de mantener los estandares internacionales en el trato a refugiados. Muchos países lo hacen con una generosidad ejemplar.
¿Qué les podemos decir a ellos si empiezan a usar la “seguridad nacional” como argumento para empezar a echar gente por su religión? ¿Cómo afectaría estos a la prohibición absoluta que existe mundialmente a discriminar a gente por su fe o su religión?
La verdad es que aunque el número de refugiados sea pequeño, porque recibimos un número pequeño, lo hacemos para estar a la altura de las convenciones de la ONU y son estándares que nosotros mismos luchamos por conseguir después de la Segunda Guerra Mundial, para garantizar nuestro propio bienestar y seguridad.
Si creamos la categoría de regufiados de segunda-clase, diciendo que los musulmanes son menos merecedores de protecciones, estamos potenciando el extremismo, y estamos derribando los ideales de diversidad que abrazan tanto demócratas como republicanos: “USA está comprometida con el mundo porque buena parte del mundo está al interior de USA. Si dividimos a la gente dentro de nuestras fronteras, nos estamos dividiendo a nosotros mismos”, son las palabras del republicano Ronald Reagan.
La lección aprendida a través de los años que llevamos luchando contra el terrorismo desde el 11 de septiembre del 2001 es que cada vez que nos alejamos de nuestros valores agravamos el problema que intentamos contener. No debemos dejar jamás que nuestros valores sean un daño colateral en la búsqueda de una seguridad mayor. Cerrar nuestras pueras a los refugiados o discriminarlos no es nuestra forma de hacer las cosas y no nos dará mayor seguridad. Actuar por miedo no es nuestro estilo. Atacar al débil no demuestra fortaleza.
Todos queremos que nuestro país sea seguro. Lo que hay que hacer es mirar hacia las fuentes de la amenaza terrorista, a los conflictos que dan espacio y aire a la existencia de grupos como el Estado Islámico. Tenemos que hacer causa común con la gente de todas las religiones que están peleando contra la misma amenaza y buscando la misma seguridad. En esa dirección es a la que espero que cualquier Presidente de esta gran nación nos guíe en nombre de todos los norteamericanos.
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