Todo fue por un churrasco y una foto. Una hermosa e improbable anécdota que sacamos a la luz ahora que el diputado independiente, ex UDI (porque considera que la UDI “no es lo que era”) presentó formalmente su candidatura presidencial.

jose antonio kast

Era época de plena campaña presidencial, Michelle Bachelet iba a ser la clara ganadora, la UDI ya había convertido a Laurence Golborne en candidato a senador tras su cuestionada salida de la carrera por La Moneda y yo tenía que escribir un artículo para un ramo de la universidad. Me había tocado la centro derecha y, gracias a una invitación que me conseguí, pude ir a un meeting de la UDI en la casa de una concejala de La Reina.

Llegué pasadas las seis de la tarde. Destrozado y sudado tuve que correr desde Los Héroes hasta la llamada Reina Alta, división de sector que nunca he entendido bien su por qué, para llegar al meeting. A pesar que se había informado que Golborne llegaría recién a las ocho de la tarde, el lleno en esa casa era total. Entré tranquilo, busqué algún enchufe desocupado para cargar mi celular y dicha búsqueda me llevó a la cocina en donde se encontraba la concejala junto a un grupo de señoras preparando lo que se compartiría después del meeting entre los distintos invitados y las figuras políticas que muchos de los asistentes esperaban como si fueran verdaderos rockstar: churrascos.

No tardé mucho en darme cuenta que era un de los pocos hombres y uno de los casi inexistentes jóvenes.

Jamás volveré a darle mi voto a Sebastián Piñera, oí de una de las señoras ¿La razón? El por ese entonces Presidente de la República había hablado de cómplices pasivos en la dictadura y también había cerrado el penal Cordillera. ¡Una traición, una traición a los militares!, reclamaba una mientras mezclaba mayonesa con un aceite de ajo. ¡Mal agradecido, su fortuna la hizo gracias a lo que instaló el Presidente Pinochet!, acotaba otra mientras cortaba los panes. ¡Totalmente arrepentida de votar por él!, exclamó la que concentrada contaba la cantidad de churrasquitos.

Poco después de las ocho de la tarde llegó Laurence Golborne. Mientras me fumaba un cigarro en la entrada de la casa, vi bajar del auto al ex ministro a la par de Jose Antonio Kast, el entonces diputado UDI, hoy independiente, y que por estos días busca también llegar a La Moneda.

Saludaron primero a unos hombres que estaban cerca mío, mayores, o quizás no tan mayores, digamos adultos jóvenes de camisa clara y chaleco al cuello. Saludo de apretón de manos sonriente y uno que otro fue recibido de abrazo. Al “tocar mi turno” el ex ministro me saludó de apretón de manos, pero cubrió con sus dos manos la mía, me miró complaciente, como con cariño, como si me viese necesitado cariño. En cuanto al diputado Kast, no noté cuando ya estaba instalado directamente ante el escenario, que en realidad era el living de la casa, ante un publico de señoras y uno que otro hombre.

Vendría el discurso de Laurence Golborne, quien no demoró que inclinar todas sus propuestas como senador hacía el rescate de los mineros. El público miraba atento mientras yo, sentado en una silla de madera de diseño elegante, escribía por Whatsapp a unos amigos todo lo que estaba presenciando. Miré a mi alrededor, adherentes a la candidatura, dirigentas vecinales, presidentas de juntas de vecinos y uno que otro niño chico hijo de alguna de ellas que miraba con su nariz en alto de dónde venía ese olor tan rico a churrasquito.

Al finalizar, Golborne cedió la palabra a José Antonio Kast. Es de conocimiento público la dura postura política del diputado que incluso lo llevó a dejar años después la UDI argumentando así como la UDI ya no es lo que era, insinuando que ya no era tan de derecha. Pero era impactante ver como su discurso se fundamentaba en el miedo, en el caos que sería un segundo gobierno de Michelle Bachelet, que este nuevo grupo de izquierda que ya se había bautizado como Nueva Mayoría sería una puerta de entrada para los comunistas que destruirían todo.

Con los comunistas ahí le quitarán todo a usted, señora. Y ese todo al que Kast se refería era bastante específico, carritos de sopaipillas, su pyme, hasta la casa. El diputado buscaba convencer que se venía algo así como una expropiación masiva, algo que hoy en día, a pocos meses de terminar ese temido por él segundo gobierno de Michelle Bachelet, jamás ocurrió.

El discurso seguía mientras muchas de las mujeres ahí presentes se tocaban el pecho y jugaban con sus collares conversando con alguna comadre sentada a su lado con quien, mediante susurros, comentaban que el diputado tenía razón.

Luego vinieron las fotos, un ambiente más distendido: selfie time. Filas para tomarse fotos con el diputado, con Golborne y con María Angélica Cristi (nunca me percaté de su llegada). Después, para la tranquilidad de aquellos pocos niños probablemente obligados a ir, llegó el tiempo de los churrasquitos, la lechuga, el tomate y la variedad de mayonesas.

Desplegados en un mesón en el patio de la casa, las señoras comenzaron a armar su propio pan. Entre eso, más bien después de comerme churrasquito, entablé conversaciones con quienes tuvieran encendedor para comenzar a fumar. Mientras hablaba con unos periodistas vi ahí en el fondo como Laurence Golborne conversaba con las señoras, se reía, se servía un pan, parecía simpático y lo cierto es que se le veía natural y cómodo. Mientras que José Antonio Kast solo conversaba con aquellos de camisa clara y chaleco al cuello.

¿Pero qué onda el diputado? Por último como que haga que se hace un pan y que se saque una foto con las señoras para que crean que es cercano, comenté a quien quisiera escucharme. Fue el diputado quien me escuchó. ¿Quién es el joven que se le ocurrió lo de la foto?, le escuché decir y al decirle que yo había sido me dijo: Perfecto, tómame la foto. 

Y así fue. Tomó un churrasquito solitario en la mesa, que ya estaba hecho y se acercó a dos señoras que estaban comiendo de pie en el patio de esa casa de La Reina. Les pidió una foto y los enfoqué: Kast sonreía, acercó su boca al pan, pero solo lo rozó, no dio mordisco alguno al trabajo hecho por la concejala junto a su grupo por horas. Muchas gracias, me dijo. Dejó el pan a un lado y se fue a conversar con quienes conversaba antes.

Me quedé solo un rato más, de hecho me fui justo cuando abrían las cajas con tazones con la cara de Golborne, caminé un par de cuadras, tomé un taxi para llegar y escribir mi artículo para el ramo de la universidad.