A raíz de la nueva elección de Vladimir Putin, nos preguntamos qué tan manipulada está la información que recibimos a diario sobre un imperio que se niega a perder su pedestal en el mundo.
El escándalo de Facebook junto a la empresa Cambridge Analytics nos dejó algo clarísimo dentro de todo el embrollo que significa el caso: la información que recibimos a diario si está manipulada por terceros y nuestra privacidad se convirtió en una utopía.
Las redes sociales se posicionaron como una fuente de información democrática donde personas podían denunciar y crear conciencia sobre temas que no aparecían en los medios tradicionales. Pero también se transformaron en espacios de información falsa repleto de noticias sin ningún fundamento que proliferan a una velocidad impensada.
Pero tanto las redes sociales como los medios establecidos han tenido un blanco específico desde un tiempo hasta ahora: la imagen y posición de Rusia en el contexto mundial.
Probablemente el país más grande del mundo es uno de los más especiales del globo por diferentes razones que van desde su conformación política hasta su geografía. Sin embargo, los millennials nacidos justos después de la disolución de la Unión Soviética ven con escepticismo la posición que quiere tomar Vladimir Putin en el mundo.
Los medios han anunciado que estamos frente a una nueva fase de la guerra fría ¿pero que pasa si después de todo no somos los buenos de la película y hemos tenido una idea preconcebida sobre una nación con defectos y grandilocuencias como cualquier otra?
¿Qué tan influenciados estamos por la imagen que nos proyectan sobre Rusia al fin y al cabo?
Rusofobia
Crecer luego del término de la Unión Soviética significó estar expuestos durante toda una vida a prejuicios que los medios de comunicación masivos instauraron en nosotros de forma persistente.
Después de todo, el bloque ganador dentro de la guerra fría dejaría bien claro que su hegemonía no se limitaba netamente a materias económicas: también hablamos de una victoria cultural que arrastró a diversos países de Europa Oriental y Latinoamérica.
Mientras los jóvenes del mundo crecimos viendo Friends idealizando Nueva York como el lugar más maravilloso de la tierra, Rusia fue deliberadamente plasmada en la opinión pública como una nación hostil donde prima el invierno y el excesivo consumo de alcohol.
Gracias a esto, todo lo que sabemos de Moscú se basa en ideas preconcebidas y manipuladas por estereotipos que nos mostraron reiteradamente. Lo peor, es que lo anterior dio resultado perjudicando a una sociedad completa:
Rusia se ha enfrentado a un asesinato de imagen tanto social como diplomático durante décadas. Debe doler ver que el país donde vives siempre esté retratado de forma hostil y no poder hacer nada al respecto.
En la actualidad, la reivindicación de Rusia ha sido lenta con artículos clickbait del tipo “10 cosas que puedes hacer en Moscú” o “Apuesto que no sabías que estos 10 inventos fueron hechos por rusos”, algo bastante sonso y no mitiga la contraparte expuesta por Hollywood y los medios tradicionales.
Una teoría sobre el por qué de esta imagen, es que los organismos occidentales pretenden mantener a raya a su mayor contendor por miedo a perder su liderazgo. Siempre que un país intenta superar la hegemonía norteamericana, su imagen se ve rápidamente desfavorecida (caso que también podemos ver con China)
La mala suerte para quienes nos vemos insertos entre la lucha hegemónica actual, es que los mandamases que dirigen la pelea son igual de polémicos (sí, claramente hablamos de Trump y Putin).
El verdadero rol de Putin
Occidente miró con desdén la noticia de una nueva elección de Putin en Rusia, después de todo ¿Cómo es posible que un hombre que anexara Crimea a su territorio y que permite políticas homofóbicas y represivas se convirtiera en alguien tan popular?
Para entenderlo, debemos mirar hacia atrás y comprender que los rusos siempre han estado sujetos a una figura predominante a lo largo de su historia: desde un Zar -rey absoluto del imperio- hasta los mandamases del partido comunista durante la segunda mitad del siglo XX.
Tras caer la Unión Soviética, la sociedad rusa se sintió decepcionada por el manejo que tuvo Boris Yeltsin (que antes de renunciar al gobierno contaba con una aprobación del 2%) en el país intentando occidentalizarlo de una forma rápida. Putin llegó para devolver al país el sitio que perdió durante los años 90.
BBC Mundo publicó 10 razones para entender cómo ha cambiado Rusia desde la llegada de Putin al poder en el año 2000, siendo las más significativas la reducción de la pobreza, el aumento de los salarios y el crecimiento sostenido del gasto militar.
Esto terminó por establecer un sentido de orgullo nacional y estabilidad del que Putin es responsable según la sociedad.
Podemos inferir que las políticas que amenazan la libertad de expresión en el país son un mal menor si se compara con el sentimiento de seguridad que abunda en Rusia. Además, debemos tomar en cuenta que hablamos de una nación donde siempre el Estado ha imperado por sobre el concepto occidental de estado de bienestar.
¿Qué esperar de Rusia entonces?
Los atentados contra la democracia en el país no se justifican. No se trata de proteger la imagen de los políticos del país, sino de entender que existen diferencias muy extensas entre sociedad y diplomacia sobre todo tratándose de una nación como esta.
El sentimiento de incertidumbre ya no pesa sobro los hombros de 200 millones de rusos que de la noche a la mañana se vieron inmersos en un mundo que los recibió de forma hostil.
Pero ahora, los medios no pueden jugar tanto con la imagen de Rusia como un actor oscuro si está Trump a la cabeza. De hecho, esta es la primera vez donde la opinión pública mundial considera al líder ruso como un estratega y al presidente americano como un mal chiste producto de un sistema electoral confuso.
A grandes rasgos, es responsabilidad de todos hacer ver la resistencia social del país principalmente moscovita – en referencia a los dirigentes ambientales y LGTBIQ+- como verdaderos factores de cambio en lugar de excluirlos y ridiculizarlos. Finalmente, la nación es un país con cosas buenas y cosas malas como cualquier otro, pero la diferencia es que se está adaptando a un mundo que pensaba estar en la línea correcta pero donde las circunstancias nos dicen lo contrario.