En su octavo álbum de estudio, ye es el trabajo más honesto del rapero de Chicago, publicado en el momento más incomprendido y odiado de su carrera, traicionado por su actitud megalómana y falta de filtro.
“Está loco”. Esa es la frase que reduce toda la persona, la carrera y la visibilidad pública de Kanye West. También, la norma es decir cuanto desagrado les produce ahora que salió de su cueva y ha dejado ver sus colores políticos, sus argumentos a favor o en contra de temas controversiales y ese excesivo narcisismo que ya es una parte indivisible de su ser. Son esos mismos que hoy dicen que ya no escuchan Kanye por su simpatía con Trump y varios alt-right, y sus constantes rants en Twitter.
Es durante estos episodios, que no son pocos, en los que la dicotomía artista/obra cobra vida y es imposible para muchos separarlos a ambos. Así, todo el catálogo musical de Kanye West se va al tacho de la basura, se elimina de las playlists personales y ya no es socialmente aceptado decir que te gusta su música. Hoy, separar o no a la obra de su autor es una elección personal que te puede hacer entrar en debates tan brutales como la religión y la política, esos mismos temas tabúes en reuniones con tus amigos que te imploran no tocar.
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Resulta que Kanye siempre ha tenido tendencias megalómanas y mesiánicas, y no tiene nada que ver con que hoy quiera decir que votaría por los candidatos de derecha conservadora de Estados Unidos o que la esclavitud es una opción, sabiendo perfectamente que el pueblo negro del que desciende sufrió toda clase de barbaridades. A todos nos parecía gracioso y hasta cierto que se autodeclarara querer ser tan grande como Jesús, ese mismo que camina a su lado desde “Jesus Walks”, que reconociera ser un idiota, como lo hizo en “Runaway”), o comparar su vida con la de todos los Pablos influyentes de la historia humana. Él se ama más que a nadie, pero ya no parece ser correcto que lo diga y que convierta su amor desmedido por si mismo en arte.
Tuvieron que pasar ocho discos de estudio para que los críticos, algunos fans y por su puesto sus detractores, para que le dijeran que lo que estaba haciendo era “repetitivo”, “aburrido” o un “punto bajo en su carrera”. Sí, ye no es My Beautiful Dark Twisted Fantasy ni The Life of Pablo, pero entre su imperfección se muestra, sin grandes ambiciones, la mente de un hombre marcado por su familia, sus decisiones, sus adicciones, la fama y la enfermedad mental. Kanye West ya tiene 40 años (dejemos claro que la edad no se correlaciona con la madurez) y en ye puede ser completamente honesto. Es tanto así que incluso la portada dice “I hate being bipolar. It’s awesome”, una movida de lo más real cuando llevas nadando por las aguas de un desorden que afecta la forma en como te relaciones con los otros y contigo mismo. Aquellos que estamos parados en un contexto similar (y esto apunta directamente a lo de separar la obra del autor, porque el contexto donde nace la obra es lo que nos hace vacilar si aceptarla o no junto al artista) podemos sentir esa corriente desigual y cambiante, esa misma que probablemente hizo que West lanzara un disco que comenzó a grabar un par de semanas antes de lanzarlo.
Y aunque sea oficialmente un álbum de estudio, uno bastante corto (23 minutos y un poco más), ye es un apertura a la psique de un hombre al que lo han tildado de todo (genio, loco, villano, estúpido, escoria, realeza), quien por breves minutos te deja vivir el caos de su mente como si fuera tuyo, como si pudieras tocar esas partes de un artista quebrado que cree que tiene el derecho de decirlo en voz alta. Incluso si le niegues la posibilidad de expresarse, Kanye lo va a hacer igual.
ye está disponible en Spotify y otras plataformas de streaming.