Quizá recuerdes a Marcela Aranda por cosas espantosas como “el bus de la libertad”, negar a su hija trans y ahora iniciar una campaña contra el programa Rojo porque dos participantes se dieron un beso al aire.
Jaime Pérez Vera
La semana pasada Marcela Aranda, la misma del Bus de la Libertad y que después discriminó a su hija trans, publicó un video en redes sociales pidiendo que todos su seguidores denunciaran ante el Consejo Nacional de Televisión al programa Rojo por exhibir un beso entre dos hombres. Entre sus argumentos se encontraba, por ejemplo, el hecho de que dicho beso dañaría el desarrollo moral y espiritual de sus hijos y que, en conjunto, tenían el derecho como padres, madres y abuelos de resguardar la integridad de dichos menores.
Por supuesto que, como hombre gay, me causó una profunda indignación, me parecía que detrás de su comentario odioso y discriminador, había un intento de apelación a la libertad de expresión mal entendida, como si ella creyera que la libertad de expresión es poder decir públicamente lo que se le antoje, aún cuando no haya argumentos sólidos para ello.
Me pregunté: ¿De dónde saca ella que el ‘ver’ un beso daña alguna parte del desarrollo de los niños? ¿Qué organismo la respalda? ¿Qué estudio sobre la sexualidad está detrás de su comentario?¿Sabrá que la homosexualidad no es una enfermedad, por lo tanto que no es algo que se contagie? ¿Sabrá que su ‘comentario’ infundado no constituye un ‘argumento’ porque no tiene bases ni garantías ni mucho menos respaldos? ¿Entenderá que si yo me beso con un hombre en público no le estoy imponiendo un punto de vista, sino simplemente hago ejercicio de la libertad de vivir mi orientación sexual sobre la cual nadie tiene derecho a opinar o decirme ‘yo no pienso igual, respétame’?
La orientación sexual no es un simple pensamiento o una opinión.
Con tal nivel de indignación y todas esas preguntas en mi cabeza, se me ocurrió buscar el mentado beso, para mi sorpresa me encontré con un simple ‘piquito’, un hermoso encuentro homosexual en la televisión abierta y pública.
Un ejemplo de visibilidad gay en un canal de Estado que había estado esperando hace mucho y que, en suma, me parece no solo acorde con los tiempos, sino también una imagen de real democracia en la que todos cabemos dentro de las instituciones del Estado. Era muy simple, un pequeño beso, ni siquiera en primer plano, entre un cantante, Andrei Hadler, y un bailarín, Hernán Arcil, que conmemoraban su amor, su deseo o lo que fuera.
Para mi pesar, yo esperaba algo más fogoso, una escena como las de Sense8, o esa antigua Queer as Folk, sin embargo, era un simple piquito.
Tras ello, pensé en que si a estos grupos les molestaba ver un beso como ese y se tomaban las redes sociales para condenarlo (es cosa de mirar los comentarios terribles que reciben estos dos chicos en sus cuentas de Instagram), lo que había que hacer era, precisamente, darle visibilidad al hecho. Así que inicié una campaña de ‘funa’ en la que le pedía a mis amigos que compartieran un pantallazo del beso entre estos dos chicos, simple, corto, concreto; llenar las redes sociales de un beso gay, de dos hombres juntando sus labios dulcemente, apasionadamente o lo que fuera, pero al fin y al cabo dos hombres.
Lo que ocurrió después jamás lo imaginé.
Comenzaron compartiendo mi publicación algunos amigos, comentábamos entre nosotros lo lindo que era y la indignación que nos causaba que intentaran censurar o denunciar que apareciera esto en pantalla. Incluso, con mis amigos extranjeros, comentamos que se parecía al celebrado y muchas veces repetido beso entre Raoúl y Agoney en la temporada 2017 de Operación Triunfo España.
Sentíamos también que exhibiendo ese beso, dábamos apoyo a dos chicos como nosotros, que teníamos la responsabilidad de hacerlos sentir que no estaban solos, que si se metían con ellos, se metían con todos, todas, todes, etc.
Así comenzó a hacerse viral y pronto superé los mil compartidos, mucha gente poniendo el beso en sus redes, muchos apoyando, era muy bello abrir Facebook o Instagram y ver a los dos chicos besándose, era como un paraíso cola, adornado por los hashtag multicolores, o los corazones y arcoíris, fue como un día del orgullo chico virtual, el día de la visibilidad gay, un día en que se podía ver un pantallazo cuasi homoerótico y todo iba a estar bien.
Ello, sumado a mi sensación un poco ególatra de fama, indicaban que todo podía estar bien. De vez en cuando, tenía que borrar alguno que otro comentario donde ponían ‘asquerosos’, ‘basuras’, ‘maricones’, etc. Los borraba para no darles cabida y que no empañaran la belleza que veía en ese beso. Así estuve todo el día, borrando de vez en cuando, hasta que tipo 19:00 horas, alguien etiquetó en los comentarios algunos perfiles de grupos cristianos, a la misma Marcela Aranda (que, aclaro, no respondió), incluso perfiles de iglesias y otros grupos religiosos.
La cosa se puso negra; comencé a recibir cientos de comentarios homofóbicos de la peor calaña, el ‘me dan asco’ era lo más habitual, acompañado de ‘váyanse de mi país maricones culiaos’ o ‘quieren enfermar a todos con esa weá’, o bien, ‘estos maricones creen que tenemos que ver sus cochinadas’ y un funesto etc. No alcanzaba a borrar tantos comentarios, porque claro está que no iba a caer en el juego de responder comentarios sin argumentos, opiniones sin sentido o apreciaciones odiosas.
Así que seguí lentamente borrando comentarios, pero eran cientos por minuto, ahí es cuando, además, hicieron pantallazos de mi foto de perfil y comenzaron a amenazarme de muerte, a decirme ‘maricón muere’, etc. Como si eso no fuera suficiente, varios tipos que se identificaron como neonazis me mandaban mensajes por interno diciendo ‘donde te veamos te vamos a sacar la mierda’, o bien, ‘te tenemos identificado maricón ctm’.
Hasta personas que decían ser de iglesias cristianas me amenazaban que no mencionara a Marcela Aranda, que era una hija de Dios (¿yo no?) y que sus ejércitos celestiales me iban a hacer no sé qué. Incluso me ofrecían ayuda espiritual para calmar mi perversión, o derechamente me condenaban al infierno.
Y sí, mi intento de visibilizar a estos chicos que, dicho sea de paso, solo conozco a través del video de su beso, mis ganas de empatizar con personas gay igual que yo, terminó siendo un infierno. Fueron tantas las amenazas e insultos, que decidí ponerle privacidad a mi publicación y quedarme con los miles de compartidos y likes, esperando que otros también llenaran sus redes sociales con el pequeño e inofensivo, porque eso es, inofensivo beso. Después de un oscuro día en el que rápidamente experimenté lo mejor y lo peor, lo más bajo de las redes sociales, solo me queda terminar esta crónica con la pregunta: ¿Se dan cuenta entonces de dónde provienen y cómo funcionan los discursos de odio y cómo gente amparada en las redes sociales puede destruir a una persona?
Por lo tanto, si ven que alguien ha compartido mi publicación con estos chicos dándose el beso, compártanla ustedes también, mostrémonos sin temor y no dejemos que estos grupos, los verdaderos violentistas, nos amedrenten.