Por Consuelo Arevalo, artista visual

Como en la mayoría de las realidades latinoamericanas, ubicar el inicio de las corrientes artísticas herederas del Futurismo y Vanguardias Históricas es una tarea inexacta, dado que su origen está atravesado por factores que impiden pensar las prácticas artísticas de América Latina en términos de linealidad histórica en tanto espacio pegajoso y bestial de sustancia inconfesada.

A lo largo de la historia del arte en Chile, hay siempre una constante. Ante contextos políticos y sociales que –por estímulo o por opresión, según sea el caso– exigen respuestas desde todos los campos, las manifestaciones artísticas en nuestro país suelen siempre avanzar más rápido.

El vínculo arte y vida no es algo nuevo ni en el mundo ni en Chile, pero su vigencia nos sacude y nos desborda como país cuando frente al asesinato por la espalda del comunero mapuche Camilo Catrillanca, muerto a manos de comando Jungla –facción paramilitar de la policía chilena– el 14 de noviembre de 2018, Raúl Zurita es uno de los primeros en reaccionar.

Al igual como ocurre con el Futurismo y las Vanguardias Artísticas en Europa y Estados Unidos, desde la literatura provienen muchos de sus agentes principales y, con ellos, también muchos de sus procedimientos y recursos, que se observa en la presencia transversal de la palabra en las obras de cada movimiento de vanguardia chileno.

El mismo Raúl Zurita que en plena dictadura y articulación estético-política mediante, pone el cuerpo como soporte para recuperar el espacio público e interpelar al cuerpo social en el Colectivo de Acciones de Arte (Fernando Balcells, Diamela Eltit, Lotty Rosenfeld, Raúl Zurita y Juan Castillo – activo entre 1979 y 1985).

Algo que sí tienen en común las producciones artísticas que, por ser incompatibles con sus contemporáneas, plantean la necesidad de inaugurar categorías estéticas para ser abordadas, es la posibilidad de rastrear en su origen un estrecho vínculo con la literatura.

Repartir litros de leche en las poblaciones vulneradas para alumbrar los rincones del experimento neoliberal. Cubrir la fachada del Museo Nacional de Bellas Artes con un manto blanco para volcar la mirada sobre una fila de camiones de la fábrica de leche, estacionados frente a la fábrica de arte. Dos acciones que forman parte de “Para no morir de hambre en el arte”, una maniobra tan política como artística y tan simbólica como urgente.

Eso por mencionar una acción, un colectivo. Porque junto a las Yeguas del Apocalipsis estos hechos artísticos irrumpieron en la escena cultural chilena en plena dictadura. Algunos años después del CADA, las Yeguas del Apocalipsis cubren de cal viva sus cuerpos desnudos en Concepción y se recuestan emulando la geografía chilena en el Día Internacional de la Acción contra del SIDA, para luego encender sus pieles heridas por la cal y el carbón. Este acto agrede los soportes corporales y el espacio público para transgredir el cuerpo social: denuncia la indiferencia frente a los casos de VIH, repone en la memoria a Sebastián Acevedo, minero auto inmolado fuera de la Catedral de Concepción como último grito por sus dos hijos desaparecidos por la inteligencia de la dictadura y resiste a una democracia acordada y neoliberal en ciernes.

En un contexto dictatorial como este, con supresión de derechos civiles, terrorismo de Estado y violación de Derechos Humanos, donde cada vehículo de denuncia es perseguido y censurado, la dupla arte y vida, con raíces en el Futurismo y las Vanguardias Históricas, adquiere una renovada y definitiva importancia en Chile.

En 2013, en pleno movimiento estudiantil por una educación universal, gratuita y de calidad, se conforma el Colectivo Lemebel en el liceo de hombres Barros Borgoño –el mismo donde estudió Pedro– para sumar a estas demandas la eliminación de la transfobia, la homofobia y el machismo en el sistema escolar chileno ¿Cómo? Con la acción del cuerpo como soporte en el espacio público.

2018 y Zurita sale de nuevo a poner la voz. Antes que el gobierno saliera a dar vergonzosas versiones para cubrir lo que a todas luces fue un montaje, Raúl Zurita declaraba con la crudeza del verso que la dictadura no terminó y horas más tarde, mientras Carabineros reprimía a los manifestantes que se congregaron a denunciar el hecho, el artista chileno Octavio Gana tomaba el último verso del poema “que su rostro de 24 años cubra el horizonte” y lo proyectaba junto al rostro de Camilo en una imagen de decenas de metros, en el punto más céntrico de Santiago, reclamando de nuevo el espacio público.

Toda vez que el contexto vuelve a urgir, aparece nuevamente el arte como la primera/última herramienta de resistencia en Chile. Porque este rol le es familiar.

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