El año 2017, Camila Vallejo propuso acortar la jornada laboral chilena de 45 a 40 horas. Claramente recibió críticas de la derecha y el centro argumentando que bajaría la producción del país y que no pensaba en las personas trabajadoras y blablablá.

Sin embargo, diputados de distintos partidos de la oposición conformaron una bancada transversal esta semana, manifestando apoyo a la iniciativa que actualmente se discute en la comisión de Trabajo de la Cámara.

La bancada está compuesta por los diputados Camila Vallejo (PC), Karol Cariola (PC), Raúl Soto (DC), Gabriel Boric (MA), Natalia Castillo (RD), Giorgio Jackson (RD), Andrea Parra (PPD), Juan Santana (PS) y Gael Yeomans (IL).

Al respecto, Vallejo señaló que “desde el Congreso estamos contribuyendo a sumar fuerzas para que este proyecto de ley avance y sea una realidad”.

Por su parte, el diputado de Revolución Democrática, Giorgio Jackson, manifestó que “además de las compromisos internacionales sobre la rebaja de horas, también hay medidas que tienen que ver con la productividad y el cambio tecnológico que son importantes de abordar”, explicó.

Sin embargo, lejos de ser una medida “populista” como muchos quieren catalogar, tiene lógica considerando que Chile es uno de los países latinoamericanos y la de la OCDE que más horas trabaja a la semana.

Llega a ser majadero hablar de la OCDE porque siempre estamos en los peores rankings: los que más consumen alcohol, los con peor distribución de ingresos, los con mayor incidencia en consumo de cocaína y donde más han aumentado los suicidios.

Chile es el sexto que más trabaja, con un promedio de 1.974 horas al año por persona. Las cifras se contrastan con las de productividad, ya que en ese aspecto nuestro país ocupa el puesto 24 entre 38 miembros.

Según la medición anual de la OCDE, los chilenos trabajan alrededor de 200 horas más al año que el promedio de las naciones que integran la institución, y más de 600 horas por sobre el país que menos trabaja, que es Alemania (uno de los más industrializados del mundo).

Bajar la jornada laboral un par de horas no afecta la productividad del país. Es más, puede mejorarla y crear una gran diferencia.

La sobrecarga chilena

Las personas en Chile no dejan de trabajar cuando salen de sus oficinas. Generalmente -sobre todo en Santiago- los trayectos de una comuna a otra son largos, y millones de personas tardan dos horas para llegar a “descansar” a sus casas. Ni hablar si tienen hijos u otras obligaciones externas.

Esto conlleva claramente al agotamiento general de una población, que vive tratando de llegar a fin de mes luego de jornadas extensas donde existe muy poco tiempo para el ocio u hacer actividades que ayuden a mejorar su calidad de vida.

Durante el año 2017, el número de licencias médicas (LM) de origen común tramitadas en Chile fue de 5.296.866, de las cuales un 22,5% correspondieron a LM por trastornos mentales. Esto supone un gasto tremendo para los servicios sanitarios del país, que podría reducirse si se toma en cuenta la medida presentada por la oposición.

Sin embargo, hay que ser cuidadosos: esta medida no ha funciona de forma transversal y debe analizarse por país, profesión y tipo de trabajo ejercido. Muchas veces los empleados pueden verse abrumados si tienen menos horas para realizar ciertas tareas, cuando en otras, el cambio en su estilo de vida puede ayudarlos a ser mucho más productivos.

Tomando el caso chileno, la reducción de horas laborales funcionaría al considerar que puede ser una directriz clave para enfrentar los problemas de salud mental que nos tienen como líderes en la OCDE, pero por las razones incorrectas.