Por Alameda y en la intersección de Ramón Corvalán, la primera línea combate contra fuerzas policiales. Algunos metros atrás, junto al memorial de Mauricio Fredes, entre lacrimógenas y gritos, mujeres con poca ropa y a rostro cubierto por capuchas coloradas bailan y gritan.
Es 13 de diciembre. 13/12.
La colectiva Baila Capucha Baila había nacido en Plaza Dignidad casi un mes antes, el 19 de noviembre. Cuatro amigas del área de salud (Romina, Ashley, Alison, Alondra) y compañeras de danza se encontraban entre el obelisco y el caballo durante una marcha. No bailaban desde que comenzó el estallido social (les suspendieron el taller). Entonces, se desquitaron allí mismo: encapuchadas con polerones y chalecos, improvisaron bailes que ganaron la atención de la gente. La gente las rodeó y les gritaron: “Baila, capucha, baila”.
Y siguen bailando hasta el día de hoy.
El bloque rojo
Un par de meses después, el grupo creció de cuatro amigas a más de 300 mujeres. “Cabras, esto no prendió”, ironiza Romina, cofundadora de la congregación.
Han bailado Un violador en tu camino, intervinieron con villancicos subversivos y feministas el Costanera para navidad (y se viralizaron), cortaron calles, fueron a Valparaíso para el festival y, ahora, se preparan en salas de ensayo para la marcha del 8M. Prometen “un gran bloque rojo”, acompañadas por la estatua oficial del Perro Matapacos.
La fórmula para este crecimiento fue tener una convocatoria abierta e inclusiva. “Acá cualquiera puede bailar”, explica Romina (27), cofundadora. Continúa: “La danza está súper elitizada. Tienes que pagar tres o cinco lucas por una clase, a la cual vas y te sientes inferior porque la profe es muy seca. Quisimos cambiar con ese estigma porque no somos competencias, acá nadie mira feo a otra porque no le sale un paso, cada una compite con su corporalidad”.
Más de una vez se han sentido incómodas por algunas miradas que genera su poca ropa. Parte de su objetivo es, explican, deconstruir eso: “Yo no estoy aquí pa bailarle a ningún hombre, yo estoy aquí porque me gusta bailar y esto es para mí. Si bien esto tiene un contexto de ir a manifestarse, eso mismo es para nosotras el baile”.
“Por una cuestión política es una forma muy tácita de manifestarse. Ocupar el arte para poder manifestarse y desde un punto de vista más feminista es que ocupas el cuerpo como trinchera”, sentencia.
Trinchera de contención
Después de los ensayos, en Baila Capucha hacen círculos de conversación. Allí se presentan y comparten algunas historias. Si hay alguna emergencia, se avisan por Whatsapp a cualquier hora. Tienen uno lleno (257 participantes) y otro con un centenar de chicas. “Cabras me encontré en un carrete con mi abusador”, escribió una de las bailarinas una noche.
Desde intentos de suicidio a experiencias íntimas. La terapia entre mujeres les ha servido, dicen, para sanar y acompañarse. Han realizado reiki colectivo de sanación uterina y se comparten flores de emergencia en las marchas.
“Hay chiquillas que todavía viven con sus abusadores y sus violadores. La intención es generar un espacio que creamos nosotras y fue mutando con el tiempo. Se fue creando desde las mismas cabras que llegaban. Todas tienen muchas historias, mucha pena. Es más que ir a bailar, es una sanación colectiva”, concluye Romina.